La nueva temporada de Envidiosa profundiza en lo caótico de Vicky (Griselda Siciliani), la protagonista. Esta vez presentando con más fuerza las historias de las otras mujeres que la rodean y lo que dinamiza en ella. ¿Qué deseos son propios y cuáles ajenos?
“Que seamos felices, y nos demos cuenta”, escribe la periodista y activista argentina Marta Dillon. La frase suele leerse como un orden lógico —primero la felicidad, después la conciencia— pero, a mi modo de ver, lo verdaderamente importante está en darse cuenta. Envidiosa 3 se mueve en esa dirección.
La primera temporada de Envidiosa llegó a Netflix en septiembre de 2024 y se convirtió en un fenómeno instantáneo. Su ingenio, su humor y la solidez de su elenco capturaron rápidamente la atención del público. En aquella presentación, Victoria —Vicky— (Griselda Siciliani) era una mujer a punto de cumplir 40 que se separaba de Dani (Martín Garabal) tras diez años juntos. Para ella, que siempre soñó con casarse y tener hijos, la ruptura implicaba el derrumbe de su proyecto de vida. Mientras sus amigas formaban familias, se mudaban a barrios cerrados y eran todo aquello que ella desea, Vicky intentaba encontrarse a través de vínculos nuevos: su vecino Matías (Esteban Lamothe) y su jefe (Benjamín Vicuña). La segunda temporada profundizó ese dilema clásico: ¿elegir el amor verdadero o una pareja que garantice estabilidad económica y vida familiar? En la tercera —y, por ahora, última— Vicky aparece en carne viva. Sus deseos comienzan a cumplirse, pero ella sigue insatisfecha, vibrando con una energía intensa y desordenada. La pregunta que organiza toda la temporada es: ¿cómo darse cuenta de lo que está mal? Como siempre, su terapeuta es la brújula que la obliga a mirar sus inseguridades, sus negaciones y su palabra prohibida: “envidiosa”.

La dirección de Envidiosa 3 estuvo a cargo de Daniel Barone, histórico de las ficciones de calidad de Pol-Ka (Mujeres asesinas, Para vestir santos, El puntero, Farsantes). El guion vuelve a ser de Carolina Aguirre, inspirado en la vida de la influencer Lucía Numer.
Lo que realmente cambia esta temporada no es el argumento —Vicky todavía anhela su familia decajita de cereal, aunque comienza a entender sus deseos más profundos—, sino la potencia de las historias de las mujeres que la rodean: su hermana (Pilar Gamboa), su amiga Lu Pedemonte (Violeta Urtizberea) y, especialmente, las narrativas en torno a la maternidad. Gamboa encarna a una mujer recién parida, enriquecida de golpe por el éxito comercial de su pareja, pero con una depresión posparto sumada a una crisis existencial. Ese movimiento sacude el mundo de Vicky y la obliga a mirarse de otro modo. También aparece una revisión sobre la propia madre: antes ausente por trabajo, ahora sostén afectivo y figura clave en la crianza de sus nietas y de las hijas de las amigas.
Uno de los aspectos más logrados de la serie es su composición visual. Fotografía y arte trabajan juntas para transmitir la inestabilidad emocional de Victoria. Los primeros planos que la siguen de cerca, las atmósferas de sueño en las que se sumerge, las caminatas interminables por una Buenos Aires que parece tranquila en contraste con su mente caótica. A eso se suma un detalle fundamental: su vestuario. Vicky lleva corazones en aros, collares, prendas o accesorios rojo y rosa. Un subrayado permanente de que esta es una historia a corazón abierto.

La serie encuentra su mayor solidez en el trabajo actoral. Desde las actrices que hacen los personajes secundarios hasta los protagonistas. En el caso de estos últimos Griselda Siciliani construye una Vicky más opaca, menos encantadora, pero infinitamente más precisa: sus microgestos —medias sonrisas, miradas breves— sostienen narrativamente escenas que, en otros contextos, podrían caer en lo melodramático (igual por momentos sucede). Esteban Lamothe, por su parte, trata de acompañarla pero no alcanza. Tal vez porque su personaje no tiene matices, entonces resultan reiterativas sus acciones. Como contrapunto del personaje de Vicky, está la psicóloga interpretada por Lorena Vega. La química entre ellas dos, la diferencia en los colores que utilizan, el contraste entre los gestos mínimos de una y la grandilocuencia de la otra, sus miradas hacen que las escenas en las que están juntas sean de los más disfrutable y original de la serie.
La serie crece sin solemnidad, juega con sus propias contradicciones y deja claro que, aunque su protagonista está aprendiendo, no necesariamente está mejor. Pero se da cuenta. Hay pocas certezas en el episodio final, queda abierta una puerta a una próxima temporada con nuevos deseos. O así parece. Lo seguro es que, en sus idas y vueltas, Vicky encontró algo más que la felicidad: la lucidez.

