
El 2 de diciembre de 1823, el presidente de los Estados Unidos, James Monroe, realizó una declaración que pasó a ser conocida como la “Doctrina Monroe”. La misma consistía en una fuerte advertencia a la flamante Santa Alianza a través de la cual las monarquías europeas procuraban reconstruir su poder luego de la experiencia de Napoleón Bonaparte.
“América para los americanos”, fue una declaración once años después de la guerra que se había librado contra Gran Bretaña, y en su momento fue leída como una arenga contra el colonialismo que permanecía en las monarquías de Europa. Debe aclararse, no obstante, que no fue sino después de 1850 que dicha declaración comenzó a ser llamada como “Doctrina Monroe”.
La esencia de la misma radica en varios puntos: 1, no más colonización europea en el continente americano; 2, no intervención europea en los asuntos internos de ningún Estado americano; 3, establecer dos esferas de influencia totalmente separadas: Europa, donde sus Gobiernos podrían hacer y deshacer a gusto, y América, donde aquellos no podrían –ni deberían- entrometerse.
Debe decirse que es imposible no coincidir con la esencia de la manifestación en un momento en que muchas monarquías europeas procuraban recuperar a sus flamantes ex colonias, generando guerras de liberación por parte de pueblos latinoamericanos. Pero desde la segunda parte del Siglo XIX, el mismo que vio el nacimiento de dicha Doctrina como un fuerte alegato pro independencia, comenzó a transformarse en una creciente política intervencionista, sólo que no de europeos sino de norteamericanos. Así, la creación de Panamá, las guerras en el Caribe y la intromisión en Centroamérica a lo largo de gran parte de la primera mitad del Siglo XX pareció demostrar que lo que se buscaba en un primer momento ya no valía para la nueva realidad.

Pasaron dos guerras mundiales; pasaron conflictos políticos y golpes de estado generados o apoyados por los Estados Unidos de América; pero lo que no se había visto (al menos no hasta ahora) era la nueva forma del intervencionismo de Washington, involucrándose en campañas electorales, amenazando a electorados nacionales o, directamente, dándole plazos a un Presidente para que deje el poder.
Si bien no se descubre nada señalando a los Estados Unidos como un país que siempre procuró modelar a su gusto gobiernos y sistemas en todo el continente, es desde este segundo gobierno de Donald Trump donde se observa un descaro sin precedentes. Pruebas al canto: bajo al disfraz de un “salvataje económico y financiero”, se involucraron abierta y descaradamente en las elecciones de mitad de término en Argentina; luego, dijeron que “Ecuador y Perú ya estaban en la buena senda, al igual que Bolivia”, y hasta hubo que tolerar que el Sr. Scott Bessent dijera una semana antes de la primera vuelta en Chile que “estamos trabajando para que Chile se una a nosotros”. Claro mensaje a favor de una derrota de Jeannette Jara y a favor del ultraderechista Kast.
Pero es a partir de una supuesta “lucha contra el narcotráfico” donde Donald Trump decidió una intervención como jamás se había visto en el Caribe. Envió destructores, aviones y al portaaviones nuclear más grande del mundo a combatir a los narcos. Según la Casa Blanca, el Derecho Internacional habilita a que se ataque a embarcaciones que estén transportando estupefacientes; nada más falso, nada más ilegal que las ejecuciones extrajudiciales de atacar lanchas sin previa advertencia, sin interrogatorios y sin prueba alguna que se hubiera mostrado al mundo para demostrar que eran embarcaciones que llevaban drogas a EEUU “para matar a sus jóvenes”. Es más: el propio Secretario de Defensa acaba de reconocer que en uno de los ataques quedaron náufragos aferrados a los restos de la embarcación y que fueron ajusticiados sin rescatarlos. Más de 80 muertos en esa cruzada justiciera.

Y detrás de la cruzada antidrogas, se radicalizó el ataque contra Nicolás Maduro, al que según el propio hijo de Trump se le dio una semana para dejar el poder luego de una comunicación telefónica entre los dos líderes que duró 15 minutos. Maduro habría pedido mantener el control de las FFAA, que Delcy Rodríguez asumiera el Gobierno interino, que se indulte a más de 100 militares y ex funcionarios con pedido de captura en EEUU, y que se quite su nombre de la lista de reclamados por la Corte Penal Internacional. Aparentemente, la repuesta de Trump habría sido “no es así como se hacen estas cosas”. Punto.
Y lo más indignante es, seguramente, la injerencia en el proceso electoral hondureño, donde Trump y su amigo Milei pidieron votar por “Tito” Asfura, hombre leal al ex Presidente Orlando Hernández, condenado en EEUU por ser –según los jueces de ese país- el “constructor de una autopista del narcotráfico”. Bueno, Trump acaba de indultarlo…
Y los votantes hondureños desobedecieron a Trump; según los últimos números al momento de escribirse esta columna, el presentador televisivo Salvador Nasralla será el próximo Presidente, seguido de cerca en el escrutinio por “Tito” Asfura.
¿Aceptará el gobierno de EEUU el resultado electoral, o castigará a su electorado por indisciplinarse frente a la doble moral que desde Washington se esgrime cuando se habla de narcotráfico?
Todo puede ser, todo puede pasar. “Piensa mal y acertarás”, dijo alguien alguna vez.
Ojalá que alguna vez se puede dejar de pensar mal para acertar.


