Perfil de Emiliano Véliz

El hombre que ríe

A horas de la sentencia por el crimen en un Rapipago, el recuerdo del comerciante de 34 años vuelve a escena. “Estoy intentando entender lo inentendible”, confió el padre de la víctima a Otro Punto

Emiliano Veliz / Gentileza: Antonio Veliz (padre)

Es temprano en la Cámara Primera del Crimen de tribunales y el inicio de una nueva jornada del juicio por el crimen de Emiliano Véliz ya se siente en el aire: gente trajeada que camina en silencio, manos cargadas de expedientes, pasos que apenas resuenan sobre el piso. Solo un sonido rompe la quietud: el “din-dang” del ascensor que sube y baja, marcando la espera como un pulso inevitable.

El sonido metálico quiebra una vez más el silencio. Las puertas se abren y aparece Antonio Veliz, el padre de Emiliano. Camina sereno, saluda a quienes lo esperan, reparte abrazos, respira hondo. Con la voz cargada de un dolor que no necesita alzar el volumen para hacerse notar, dice:
“Acá estoy… intentando entender lo inentendible. Es muy duro todo esto.”

Entonces ocurre lo inesperado: desde el fondo del pasillo, detrás de otra puerta, se oye un feliz cumpleaños cantado a coro desde alguna oficina. Las notas festivas y cotidianas rebotan en las paredes del tribunal, se mezclan con el silencio contenido y acompañan, como una ironía dolorosa, el abrazo entre un padre y su duelo.

Emiliano Veliz junto a su hijo Leonardo / Gentileza: Antonio Veliz

Emiliano Véliz tenía 34 años. Era comerciante y trabajaba en su local de pagos en Río Cuarto. El lugar era parte de su vida, un trabajo que lo ponía en contacto cotidiano con la gente, con sus historias, con rutinas que él asumía con seriedad y dedicación. Quienes lo conocieron lo describen como un hombre bueno, cariñoso, amable y profundamente solidario. Su rasgo más distintivo era su sonrisa, una sonrisa espontánea, fácil, que se volvía su carta de presentación.

Emiliano era un ser humano único”, dice Antonio. Y lo repite porque es su verdad más honda. De buen humor, respetuoso, pensante, siempre dispuesto a escuchar. Cuando algo lo frustraba, no se detenía, recapacitaba, preguntaba, y empezaba de nuevo. Era honesto y defendía la verdad. Era querido por todos, aceptado en cualquier lugar en el que estuviera.

Su vida estaba hecha de rituales sencillos, de esos que sostienen los días. Después de cerrar su negocio volvía a casa, salía al patio, se fumaba un cigarrillo y revisaba sus plantas. Amaba ese pequeño jardín que cuidaba con dedicación. Y casi siempre a su lado estaba Leo, su hijo pequeño, siguiendo cada uno de sus pasos. Le apasionaba la carpintería, construir cosas con sus manos, inventar, crear.

Antes de dedicarse al Rapipago, había trabajado como editor de fotos y videos, un oficio que abrazó desde muy chico, cuando descubrió su amor por las computadoras. Tenía proyectos. Muchos. Quería modernizar su negocio, mejorar su vida y la de su familia, seguir estudiando la Licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad Siglo XXI. Hacía planes con solidez: pensaba, analizaba, los consultaba con su esposa o con sus padres. Todo lo que soñó fue construyéndolo de a poco, con paciencia y responsabilidad.

Lo que más extraño son sus abrazos”, dice su padre. Los de llegada y los de despedida. Extraña también su saludo, siempre igual, siempre cálido: “Chau, Pa”. Extraña su presencia en las sierras, en el río, en las charlas de cualquier tema. Cuando lo recuerda, cuando intenta retenerlo, no aparece el dolor primero. Aparece su sonrisa. “Siempre aparece su sonrisa… su sonrisa” expresa su padre.

Emiliano Veliz junto a su padre Antonio Veliz / Gentileza: Antonio Veliz.

El comienzo del juicio expuso una dualidad tan característica del duelo: el peso judicial de un expediente y, detrás, la vida concreta que quedó interrumpida.

El 23 de noviembre de 2023 esa rutina que sostenía Emiliano en su cotidianidad se quebró. Dos hombres con intenciones de cometer un robo llegaron al Rapipago donde él trabajaba, uno de ellos armado, ingresó al local. En segundos, la situación se volvió violenta. Mientras forcejeaba con el ladrón, Emiliano recibió por la espalda un disparo que afectó órganos vitales. Fue operado dos veces en Hospital San Antonio de Padua. Luchó, no pudo sobrevivir. Su muerte conmocionó a la ciudad y dejó a su familia frente a un vacío imposible de explicar.

Hoy, el caso se juzga en los tribunales de Río Cuarto. Los dos imputados, Ramiro Boriglio (24) y Cristian Bildoza (19) enfrentan cargos por homicidio en ocasión de robo agravado por arma de fuego. En cuestión de horas, este viernes se dictará sentencia.

La familia llega a esta instancia con una mezcla de dignidad y dolor. No hay forma de que un proceso judicial devuelva lo perdido; sin embargo, algo en la búsqueda de verdad sostiene el camino de quienes quedan. Pero lo que Antonio quiere que perdure no es el hecho criminal, sino la esencia de su hijo. Quiere que se sepa quién era Emiliano. Cómo vivía. Cómo amaba. Qué valores lo movían. Qué proyectos lo impulsaban.

Y quizás por eso la escena inicial del tribunal permanece grabada: porque incluso en ese espacio, donde se intenta reconstruir la violencia de su muerte, aparece también la vida. La vida que él dejó. El sonido de un ascensor que anuncia llegadas. El eco de un feliz cumpleaños. Y la sonrisa de Emiliano, abriéndose paso aun en los lugares donde más duele recordarlo.

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