Sobrevivir tarjeteando

Comer hoy y deber mañana

La carne, la leche y la farmacia se compran con tarjeta. Los bancos cobran como si fuera un lujo. La deuda no queda en el resumen: queda en la vida diaria. En la Defensoría del Pueblo y en tribunales describen lo mismo: el endeudamiento de primera necesidad ya no es una cuestión económica, sino una herida social que atraviesa a cientos de hogares riocuartenses.

En la Defensoría del Pueblo de calle Sobremonte, las consultas rara vez llegan en tono de reclamo. Llegan en tono de derrota. La gente no va con resúmenes impresos para comparar tasas o discutir promociones: va porque la tarjeta, esa herramienta que alguna vez fue sinónimo de “compro ahora, pago después”, se convirtió en el único recurso para poder vivir hoy. Lo cotidiano —el súper, los medicamentos, los servicios esenciales— comenzó a comprarse a crédito, y el crédito se volvió deuda. Una deuda silenciosa que muchos sienten como culpa privada.

Vienen con vergüenza”, cuenta Daniel Frangie, Defensor del Pueblo. La frase no se refiere al monto, sino a la escena previa: elegir entre pagar un antibiótico o dejarlo para el mes siguiente. Esa intimidad es la que no aparece en las consultoras ni en los cuadros estadísticos. No hay números sobre cuántas familias usan la tarjeta para la leche o la farmacia. Hay, simplemente, personas sentadas esperando ser escuchadas. “Mostrar el resumen es como exponer la derrota familiar”, dice Bartolomé Angeloni, coordinador del bloque de defensa ciudadana dentro del ente local.

El mecanismo bancario no reconoce ese trasfondo. La tarjeta no distingue un viaje de un ticket de supermercado. La lógica es binaria: pagás o debés. Y cuando no se llega a cancelar todo el saldo, aparece la opción que promete alivio: el pago mínimo. En tiempos de urgencia parece un salvavidas, pero en realidad son arenas movedizas: el interés se adhiere, se expande y se vuelve cada vez más difícil poner un pie afuera. “Si debés 100 mil y pagás el mínimo, al mes siguiente podés deber 140. Es así hasta que no podés más”, resume Angeloni.

Ese “no podés más” no ocurre de golpe. Es progresivo: primero te alcanza menos, después no te alcanza, después solo existís para pagar el plástico. Y cuando el banco ofrece planes de refinanciación de 12 cuotas imposibles ya no hay lenguaje financiero que alcance: lo que se siente es asfixia.

Cuando la tarjeta te come el ingreso, perdés el control sobre tu vida”, comentó Angeloni.

La entidad recibe historias que se repiten con la misma cadencia. Una persona se endeuda porque el sueldo no alcanza, paga el mínimo, vuelve a endeudarse y un día ya no puede mirar el resumen. “Cuando la tarjeta te come el ingreso, perdés el control sobre tu vida y no podés planificar la economía familiar”, describe Angeloni con la precisión de quien vio en primera persona la desesperación de los afectados, ahogados por el sistema crediticio. Esa frase explica mucho más que cualquier estadística: la deuda deja de ser un número en rojo y se vuelve una forma de existencia.

Frangie interpreta el problema como algo más que mala administración o una racha personal: “Las tasas que se están cobrando en consumos básicos, en muchos casos quintuplican la inflación anual. Esto está permitido. El Banco Central lo autoriza”, dice. Por eso impulsan una idea concreta: que exista un tratamiento diferenciado para esos gastos. “Si hablamos de alimentos, medicamentos, pagos de servicios básicos, debería haber una refinanciación con tasas distintas. No estamos apuntando a viajes, cuotas de electrodomésticos ni a consumos extraordinarios: hablamos de vida cotidiana”, detalla el Defensor.

Las tasas que se están cobrando en consumos básicos, en muchos casos quintuplican la inflación anual”, advirtió el Defensor del Pueblo.

Por otro lado, advierte que la discusión no pasa por castigar al consumidor ni por santificar al banco. Pasa por entender que el consumo cotidiano se volvió deuda estructural: “Si una persona logra refinanciar y recuperar un 30 o 40% de su ingreso, ese dinero va directo al consumo real. No es un ahorro especulativo: son alimentos, medicamentos, servicios. Eso genera un efecto inmediato en la economía local”, sostiene Frangie.

En ese paisaje aparece una historia distinta, más dura, que muestra hasta dónde puede tensarse la cuerda. El abogado Fabián Altamirano representa a empleados públicos que denunciaron al Banco de Córdoba por descuentos compulsivos del 100% del resumen de tarjeta sobre el sueldo. “Es absolutamente ilegal”, sostiene, porque la lógica del sistema es otra: si no pagás, el banco te intima, después te demanda y recién ahí entra un embargo parcial. Lo que describe Altamirano no es una excepción: “Hubo empleados que cobraban 4 millones y llegaron a cobrar 300 mil. Algunos pasaron 6 o 7 meses prácticamente sin ver un solo peso”.

La imagen que usa para explicar cómo funciona ese mecanismo no necesita mayor retórica: “Estamos 150 años atrás, como cuando el estanciero era dueño de la pulpería y descontaba todo antes de pagar el sueldo”, dice. No habla de un problema moderno. Habla de uno muy antiguo: el trabajador que vive endeudado con quien le paga.

Ese es el punto ciego de la crisis: la deuda por artículos de primera necesidad no se vive como deuda financiera, sino como fracaso personal. Nadie exhibe el resumen del supermercado en redes sociales. Nadie presume haber pagado la prepaga con tarjeta para poder llegar a fin de mes. Y sin embargo, cada semana más personas cruzan la puerta de la Defensoría en calle Sobremonte porque, antes de hundirse del todo, necesitan que alguien les diga que no están solos. “Nos dimos cuenta de que el daño patrimonial queda en segundo plano; el primer daño es a la dignidad”, reconoce Frangie.

Quizás ese sea el núcleo de la historia: el costo emocional de vivir hoy a crédito. No hablamos de estadísticas ni de macroeconomía. Hablamos del silencio con el que se carga la tarjeta para comprar comida. Y de la deuda que se vuelve inevitable cuando la vida cotidiana se calcula a fin de mes.

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