El límite del treinta

El tropiezo bonaerense dejó al descubierto los límites claros del mileísmo, con un núcleo duro consolidado, pero incapaz de expandirse. La estrategia de blindaje interno y la tensión con las provincias anticipan un escenario de riesgo nacional

La derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires abre una nueva etapa para el gobierno. No se trata solo de un traspié electoral; es el golpe más fuerte a un relato que se venía inflando desde diciembre y que ahora debe enfrentarse con un dato incómodo. Si el presidente Milei insiste en que encabeza “el mejor gobierno de la historia”, ¿cómo explicar que apenas un treinta por ciento del electorado que fue a votar (61%), lo acompañó? El resultado deja en claro que ese porcentaje refleja el núcleo duro, nada más, y que fuera de él la gestión no logra conquistar nuevos votantes.

La respuesta oficial a este desenlace fue el armado de una “mesa política nacional”. Interesante movimiento inteligente el sentar, una vez más, a los mismos de siempre (Karina Milei, Guillermo Francos, Patricia Bullrich, Martín Menem, Santiago Caputo y Manuel Adorni, figuritas repetidas). Es un rebranding del círculo íntimo, sin concesiones a sectores externos ni nuevas figuras con volumen electoral. El mensaje es que no habrá rectificación, sino blindaje del núcleo. Francos, con su rol de enlace con los gobernadores, se convierte en el rostro del “diálogo”, pero sin chequera y sin gestos federales claros; un fiasco.

En estos términos, la relación con las provincias es un tema más que preocupante para el grupo gobernante. Ya parte de los gobernadores se muestran coordinados en un frente federal y la cumbre prevista en Córdoba es un anticipo de que el poder territorial está dispuesto a marcar límites. Córdoba es, además, un caso especial, ya que fue la columna vertebral del mileísmo en 2023, pero hoy la luna de miel se resquebraja. En la docta ya se advirtió que “no hay macro sostenible sin micro funcionando”, y con toda la razón. Aquí ingresa a la escena el tan discutido capítulo de la pobreza. El oficialismo repite que la bajó, que los números del primer semestre la ubican en torno al 31%. Pero se trata de estimaciones, claramente la percepción social no acompaña. Los salarios reales siguen cayendo, la canasta básica no cede, la informalidad crece. La gente no “ve” esa baja porque no la siente en el bolsillo ni en la heladera. Y en política, las percepciones pesan tanto como las estadísticas.

En este contexto, la batalla cultural de las redes también juega. Tras la elección circularon mensajes de cuentas mileístas denigrando al conurbano con frases como “aman cagar en un tacho”. El empresario cordobés Lucas Salim, de Proaco, se sumó con la idea de que “el conurbano es una cloaca en todo sentido; burros, brutos, pobres por cómo votan”. Más allá de las categorizaciones, estos dichos son un grave error político (otro más): consolidan a los fanáticos, pero alienan a los votantes moderados. Y encima chocan con datos duros, ya que según el Censo 2022, casi 9 de cada 10 viviendas del Gran Buenos Aires tienen baño con inodoro de arrastre de agua. Es decir, el agravio descansa en un mito fácil de desmontar, pero que deja expuesto un prejuicio clasista. Para un gobierno que necesita sumar y no perder, esto es pegarse un tiro en el pie.

De aquí en adelante, el gobierno nacional enfrenta una problemática muy complicada. Insistir con el mismo  libreto, atrincherado en su 30% duro y en la confrontación con el kirchnerismo, o buscar un cambio de tono que lo acerque a las provincias. La primera alternativa, en el marco del resultado electoral reciente, y con el contexto socio-económico vigente, implica el serio riesgo de “despertar al monstruo”. Eso no es retórico; si el oficialismo apuesta todo a la polarización, podría terminar reconstruyendo al adversario que daba por liquidado.

Y allí sí, lo que hoy aparece como una derrota circunscripta a una provincia podría transformarse en el inicio de un declive de alcance nacional. Veremos en octubre…

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