El escándalo del Criptogate pone en evidencia no solo las contradicciones del poder, sino también la débil intervención de la dirigencia política. Mientras la sociedad queda atrapada en una lógica de enfrentamientos binarios, el sistema parece blindarse para proteger sus propios intereses.
El Criptogate ha sumido al gobierno de Javier Milei en una crisis que amenaza con erosionar su credibilidad y exponer la vulnerabilidad estructural de su discurso antisistema. Pero más allá de la tormenta política inmediata, lo que este episodio ha revelado es la persistencia de una lógica binaria en la que los argentinos parecen estar atrapados. En el fondo, lo que se muestra es la continuidad de una sociedad fracturada entre dos polos: Cristina Kirchner y Javier Milei, dos líderes que han logrado consolidar núcleos duros del electorado y que se retroalimentan para perpetuar el statu quo.
El Criptogate representa un dilema para el oficialismo; durante la campaña electoral, el presidente construyó su imagen sobre la lucha contra la casta y la promesa de erradicar la corrupción del Estado. Sin embargo, lo que está saliendo a la luz sugiere que, lejos de desmantelar las prácticas que denunciaba, su administración se ha visto rápidamente envuelta en ellas.
Lo verdaderamente notable no es que haya un nuevo escándalo de corrupción en la política argentina, sino la respuesta de la ciudadanía ante él. El núcleo duro de Milei ha reaccionado con la misma actitud que durante años caracterizó al kirchnerismo frente a las acusaciones contra sus dirigentes: desestimación, relativización e incluso victimización. Se trata del mismo mecanismo que permitió a Cristina Kirchner sostener su poder a pesar de múltiples causas judiciales y escándalos de corrupción. Ahora, Milei juega en el mismo tablero y con las mismas reglas: una base incondicional que lo justifica todo y un enemigo claro al cual señalar como el responsable de cualquier crisis.
Pero la gran trampa que encierra este juego es que en el fondo Milei y Cristina Kirchner son socios estratégicos en la polarización de la política argentina. Mientras uno exista, el otro se justifica. Cristina Kirchner sigue siendo la sombra que Milei necesita para sostener su discurso del “anticasta” y Milei es el emergente que permite a la expresidenta mantenerse vigente como la única alternativa viable para una parte considerable de la sociedad. La Argentina sigue girando en el mismo ciclo: una alternancia entre proyectos antagónicos que, en realidad, se necesitan mutuamente para subsistir.
El problema de este esquema es que deja atrapada a la ciudadanía en una lógica de lealtades irrestrictas y rechazos absolutos. En lugar de discutir políticas, modelos de desarrollo y soluciones concretas para la crisis económica, la sociedad argentina sigue debatiéndose entre quién es el “menos peor” y quién es el verdadero enemigo. Se ha construido un escenario en el que parece que no hay escapatoria, en el que cualquier alternativa es descartada como traición o ingenuidad. Los medios de comunicación, las redes sociales y el debate público han sido colonizados por esta lógica binaria que excluye la posibilidad de una tercera opción real.
A esta trampa política se suma otro factor inquietante: la escasa y tibia intervención de los legisladores nacionales y referentes de los distintos espacios políticos frente al Criptogate, una falta de pronunciamientos firmes que generan sospechas de que hay intereses subyacentes que explican esta pasividad. Otra vez esta sensación de que la política argentina funciona bajo acuerdos tácitos que trascienden los enfrentamientos de superficie y que, en última instancia, protegen los mismos privilegios de siempre.
El Criptogate, más que un caso de corrupción aislado es un síntoma de este sistema de retroalimentación en el que políticos se sostienen mutuamente. Para la Argentina, la verdadera pregunta es cómo romper este esquema. ¿Podrá la sociedad demandar algo más que liderazgos mesiánicos que construyen su fortaleza en el rechazo a un otro? La respuesta no está en el corto plazo, pero sí en la necesidad de que una nueva dirigencia política y un electorado cada vez más crítico empiecen a cuestionar las bases mismas de esta dinámica. Mientras eso no ocurra, la historia seguirá repitiéndose, y los argentinos seguirán atrapados en la eterna disputa entre líderes que, en el fondo, son socios de un mismo juego.
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El mejor ejemplo de la teoría de la negación de la negación. Excelente