Hay días (o incluso meses o años enteros) en los que la política argentina parece una parodia de sí misma. No hablo de chicanas de campaña ni de discusiones ideológicas legítimas; hablo de ignorancia, de desconocimiento elemental, de frases que hieren porque vienen de quienes deberían defender derechos y construir futuro.
Ilustración: Gaju
Parece a propósito. Hace unos días, en el debate sobre la emergencia pediátrica, la senadora por Córdoba, Carmen Álvarez Rivero, se permitió decir que“los niños argentinos no tienen derecho a venir al Garrahan a ser curados”. No fue un furcio, lo repitió, lo publicó en redes y recién después intentó aclarar que había sido “malinterpretada”.
El problema de fondo es que sus palabras colisionan directamente con el art. 75 inc. 22 de la Constitución Nacional, que otorga jerarquía constitucional a la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN, 1989). Este tratado establece en su art. 24 que los Estados deben reconocer “el derecho del niño al disfrute del más alto nivel posible de salud” y garantizar el acceso a servicios de tratamiento y rehabilitación sin discriminación. En consecuencia, el acceso universal a la salud de la niñez no es optativo, es un compromiso internacional asumido por la Argentina y una obligación que debe ser garantizada por el Estado nacional. Por lo que negar este derecho no solo es políticamente torpe, sino jurídicamente insostenible.
Estimada senadora, decir que ese derecho “no existe en ningún lado” es no solo un burdo error jurídico, sino un desprecio humano. Porque un niño con cáncer en La Rioja o con una cardiopatía en Jujuy debe poder atenderse en un hospital de alta complejidad como el Garrahan; negarle esto, es decirles a esas familias que la vida de sus hijos vale NADA. Insisto, lo insoportable no es el error, lo insoportable es la brutalidad de la afirmación.
Del otro lado, otra postal de la decadencia. Laura Soldano, candidata a diputada por La Libertad Avanza, que confiesa haber llegado a la política porque “en una meditación” vio que Milei sería presidente y que ella debía ayudar a transformar a la Argentina en un “faro de luz”. Mezcla yin, yang, Elon Musk y hasta una supuesta mirada de Cristina en su perfil. Definición de esto: “un delirio místico disfrazado de candidatura”. ¿Esa será su carta de presentación para legislar? ¿Es serio alguien que aspira a votar leyes de presupuesto, educación o salud se presenta como iluminada por una experiencia espiritual? ¿Es ese el estándar de formación y responsabilidad que toleramos para el Congreso Nacional?

La respuesta duele. Porque los partidos los eligen, porque las listas se llenan de obedientes, de figuras mediáticas o de personajes pintorescos que, “en teoría”, suman. Porque la política dejó de ser un lugar de ideas y pasó a ser un casting de oportunistas. Y mientras tanto, hoy, siendo las 9 de la mañana, hay una cola inmensa en la Secretaría de Desarrollo Social de Córdoba, (como todos los días), con mamás, papás y niños esperando una ayuda para enfrentar semejante crisis. ¿Acaso no les da vergüenza?
Quiero decirles que el hartazgo crece, porque la distancia entre la política que vemos y los problemas reales es cada vez más obscena. Hay una pérdida de densidad técnica y cultural en la representación política. Hay hartazgo de mirar a un Parlamento que debería ser el camino por seguir de la República y nos encontramos con frases improvisadas, desconocimiento básico y discursos que rozan la charlatanería. Hartazgo de que en lugar de discutir cómo garantizar derechos en medio de la crisis social, debamos gastar tiempo en refutar disparates.
El Congreso hace rato que se está vaciando de conocimiento y llenando de impostura. No alcanza con indignarse en redes ni con reírse de los memes porque lo que está en juego es demasiado serio. La política no puede ser un club de improvisados, porque cuando la ignorancia ocupa bancas, los derechos dejan de ser letra viva y se convierten en papel mojado. La democracia no sobrevive con legisladores de cartón. Y la paciencia social tampoco.
Para terminar. Los argentinos no necesitamos iluminados ni genios, solo necesitamos representantes que lean, estudien, trabajen y se tomen en serio la tremenda responsabilidad que tienen.
