Decir sin decir: la estrategia del negacionismo elegante

El video impulsado por la Casa Rosada, con Agustín Laje como vocero, no es una “clase de historia”: es una pieza de propaganda cuidadosamente diseñada. Su objetivo principal no es contar “la historia completa”, sino erosionar el consenso social construido en torno al Nunca Más.

El video publicado por la Casa Rosada con motivo del 24 de marzo, protagonizado por Agustín Laje, pretende instalar la idea de una “memoria completa”. Bajo ese lema, se propone una revisión de los años ’70 que en los hechos no amplía la memoria, sino que la tergiversa, omitiendo, relativizando o directamente negando aspectos centrales del terrorismo de Estado en la Argentina.

Laje pone en pie de igualdad la violencia de las organizaciones armadas (Montoneros, ERP, etc.) con la represión ilegal ejercida por el Estado. Pero la historia argentina y el derecho internacional son claros: la violencia estatal no es comparable con la de grupos armados no estatales. El Estado tiene el monopolio legítimo de la fuerza, pero cuando lo utiliza para secuestrar, torturar, violar, asesinar y desaparecer personas fuera de toda legalidad, está cometiendo crímenes de lesa humanidad.

No es una opinión: lo dicen más de 300 sentencias judiciales que desde el retorno de la democracia han investigado y condenado a cientos de represores, en juicios con todas las garantías del debido proceso.

A estas comunicaciones la hacen con una estrategia deliberada: no se animan a reivindicar abiertamente a la dictadura, pero sí instalan dudas, relativizan, generan sospechas, cambian el eje del debate. Dicen “no negamos los crímenes de la dictadura”, pero omiten el rol del Estado, omiten los vuelos de la muerte, los bebés apropiados, las mujeres embarazadas torturadas, las miles de ausencias. Se disfrazan de moderados, pero el mensaje es claro: “los militares no fueron los únicos culpables”. Ese es su anzuelo ideológico.

Laje menciona nombres de víctimas de la guerrilla, muchas veces civiles inocentes. Eso es correcto: toda violencia debe ser condenada, venga de donde venga. Pero omite decir que la mayoría de los desaparecidos no estaban armados ni eran combatientes activos. Eran estudiantes, trabajadores, militantes, docentes, artistas. Y aunque hubieran cometido delitos, ningún Estado puede arrogarse el derecho de eliminar personas por fuera de la ley. La dictadura no solo cometió crímenes: desmanteló el Estado de derecho, persiguió ideas, arrasó con generaciones enteras y generó un trauma que todavía no se cierra.

Claro que existieron los crímenes de la Triple A y las desapariciones antes del golpe (personalmente tuve un entredicho con una guía de la Ex ESMA en épocas kirchneristas por olvidarse de este “detalle”). Los decretos de María Estela, por supuesto que existieron. Claro que hubo sectores de la guerrilla que tomaron decisiones discutibles y que hubo dirigencias que expusieron a jóvenes militantes. Pero esas historias ya están documentadas, investigadas y visibilizadas. No es necesario falsear el pasado para incorporar matices. La llamada “memoria completa” que propone Laje no busca sumar capas de comprensión, sino equiparar responsabilidades, diluir culpas y reinstalar el discurso de los años del “algo habrán hecho”. No hay comparación entre un desaparecido sin juicio y una organización armada que enfrentó al poder con las armas equivocadas. Una cosa puede discutirse en los libros de historia; la otra está tipificada como crimen de lesa humanidad.

Este video no es una pieza histórica: es una pieza política, destinada a reescribir el pasado para justificar el presente. Lo que intenta decirnos es que la dictadura no fue tan mala, que los desaparecidos eran culpables, y que las políticas de derechos humanos fueron un exceso. No es solo una disputa de relatos: es una disputa por el sentido profundo de la democracia.

Frente a esto, no intento que volvamos a hablar solo del pasado; pretendo que pensemos en el tipo de país que queremos ser. Uno donde la disidencia no sea eliminada, donde las mujeres no sean violadas en centros clandestinos, donde las ideas no se castiguen con la muerte, donde el Estado no se vuelva contra su propio pueblo.

Los que nacimos en democracia no necesitamos haber vivido los años ’70 para entender lo que pasó. Porque leemos, escuchamos, marchamos. Porque conocemos a las Abuelas, a las Madres, porque nos emocionamos con las rondas de los jueves, porque sabemos que no puede haber justicia sin memoria.

Ese video es apenas una provocación más. La historia la seguimos escribiendo en las calles. Y como cada 24 de marzo, miles de voces repitieron lo que este país se niega a olvidar: Nunca Más.

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