¿Qué define hoy lo políticamente legítimo?

La arena cordobesa es apenas un reflejo local de una disputa mucho más profunda y global, la que enfrenta a una representación política cada vez más erosionada con el avance de tecnologías que, al tiempo que democratizan la producción de contenidos, amplifican la desinformación y desconfianza. Nos encontramos ante una pugna estructural entre dos formas de concebir la comunicación; por un lado, la lógica institucional clásica, anclada en la formalidad de los actos y, por el otro, la lógica del activismo digital, que opera desde la disrupción, la viralización y la performatividad.

Esta colisión de lenguajes, que hasta hace poco parecía un fenómeno marginal o irreverente, comienza a filtrarse en el corazón mismo del sistema político, reconfigurando los modos de construir legitimidad, disputar sentido y erosionar adversarios. En este nuevo terreno, ¿qué define hoy lo políticamente legítimo? ¿Es la forma, la intención, la transparencia, o la eficacia comunicacional del mensaje?

El diputado De Loredo no se limitó a emitir una crítica, directamente produjo una simulación. Tomó el cuerpo, la voz y la imagen del gobernador para poner en escena lo que, a su juicio, Llaryora “no se anima a decir, pero sí hace”. No es una sátira, es una intervención semiótica. En otras palabras, es la política ingresando en la fase del deepfake político con propósito discursivo.

Lo verdaderamente innovador del episodio no es el uso de IA (tecnología que ya fue utilizada en campañas de otros espacios políticos), sino el argumento con el que se justifica: “Con IA logramos que Llaryora diga la verdad”. Se trata de una inversión radical del pacto representacional. Ya no se interpela al gobernante para que rinda cuentas, sino que se simula su palabra para forzarlo a confrontar su propio doble. El simulacro se vuelve denuncia.

Ahora bien, si un dirigente con gran peso, como es un diputado nacional, logra instalar agenda con una versión digital alterada del gobernador, el interrogante debe ser más que incómodo: ¿Qué condiciones previas de desafección y descreimiento permiten que un montaje se perciba como una forma legítima de verdad y transcienda de la manera en que lo hizo?

De Loredo dice que no mintió, que aclaró el uso de IA; y en realidad ese no es el verdadero inconveniente. Lo que aquí está en juego es la capacidad misma del sistema político para reconstruir un espacio de diálogo creíble entre representación y ciudadanía. El diputado eligió llevar el debate sobre la gestión provincial al plano performativo, alterando el lenguaje clásico del discurso político, que se supone fundado en la palabra dicha y asumida por su emisor, no en simulacros ni artificios. Si un actor político puede reemplazar la interpelación directa por un montaje que “dice la verdad por él”, ¿cuál es entonces la función discursiva del representante? ¿Qué lugar queda para el debate racional y la confrontación argumental?

En definitiva, este episodio no solo interpela a la ética individual y a la creatividad comunicacional. Reabre la discusión sobre los límites —y las herramientas— de la representación política en tiempos de hiperrealidad, donde lo dicho, lo simulado y lo creído coexisten sin jerarquía. La pregunta ya no es quién tiene razón, sino cómo evitar que el nuevo barro de la política virtual destruya los últimos ladrillos de confianza institucional. Si todos los actores persisten en seguir jugando este juego con reglas viejas, perderán todos. Incluso la verdad.

La IA es una herramienta poderosa, pero su impacto real depende de cómo la utilicemos. A los jóvenes, que crecen en este entorno digital, les corresponde desarrollar pensamiento crítico para no dejarse llevar por lo aparente. Pero la mayor responsabilidad recae en quienes lideran, son nuestros representantes los primeros que deben dar el ejemplo, mostrando que la tecnología no reemplaza a la verdad, ni la astucia al compromiso ético.

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