La sentencia firme a Cristina Fernández no es solo el cierre de una causa judicial, es el principio de un nuevo ciclo político que todavía no tiene forma definida. El sistema pierde a su figura polarizante más fuerte, y con ella, se rompe un equilibrio. Lo que viene ahora es reacomodo puro.
La política argentina acaba de recibir un golpe de alto voltaje. La Corte Suprema de Justicia confirmó la condena contra Cristina Fernández de Kirchner por defraudación al Estado en la causa “Vialidad”, dictada originalmente en 2022 y ratificada por la Cámara de Casación Penal en 2023. Se trata de una decisión que no solo consagra la inhabilitación perpetua de la dos veces presidenta para ejercer cargos públicos, sino que abre formalmente la ejecución de la pena de prisión (seguramente domiciliaria). Además, incluye el decomiso de más de 84.000 millones de pesos en concepto de perjuicio al Estado.
En un país donde la impunidad ha sido muchas veces la norma, el hecho de que una figura de semejante peso político reciba una condena firme constituye también un mensaje claro: la corrupción tiene consecuencias, y la Justicia —más allá de sus tiempos y controversias— puede alcanzar a los más poderosos.
El dato jurídico ya todos lo conocemos; ahora propongo pensar en lo que se pone en marcha a partir de ahora: un reordenamiento del sistema político argentino. Cristina no solo fue la líder más influyente del peronismo en los últimos veinte años, sino también el eje que organizó toda la política nacional desde la venida de la grieta. Todo giraba en torno a ella, entre discursos, alianzas, odios, miedos, lealtades. Su sola presencia condicionaba y condiciona tanto a oficialismos como a opositores, a medios como a sindicatos, a jueces como a empresarios. Su condena firme, entonces, pasa a ser una verdadera bisagra.
Me pregunto: ¿quién gana con la salida de Cristina, si es que esta salida sucede? Javier Milei podría ser, a primera vista, uno de los grandes beneficiados. La eliminación del kirchnerismo como fuerza electoral de peso, o al menos la exclusión de su jefa, parecería consolidar su hegemonía dentro del universo “anti casta”. Pero el asunto es más complejo. El gobierno libertario construyó parte de su legitimidad y su retórica sobre la existencia de un enemigo claro: el kirchnerismo, y en particular, Cristina. Sin ella, Milei pierde un punto de fuga útil para justificar su confrontación permanente.
En este marco, resulta sugestivo recordar que fue el propio oficialismo el que se opuso a aprobar la Ley de Ficha Limpia, ¿fue una decisión ideológica libertaria? Difícil. Más bien parece haber sido una jugada pragmática: Milei necesitaba a Cristina en el tablero, aunque no como candidata real, sino como antagonista simbólica. Ella también parecía cómoda con ese rol, no quería competir, pero sí mantenerse como figura insoslayable del sistema.
Hoy ese juego se rompió. No por el Congreso, no por el Ejecutivo, sino por la Justicia. ¿Quién empujó este timing judicial? ¿Fue la Corte actuando con autonomía técnica o en sintonía con sectores del poder real que decidieron que Cristina debía ser removida como variable de peso? Pensemos en ese entramado de actores económicos, empresariales, judiciales y mediáticos que no juega elecciones, pero define climas. Desde hace meses observa con creciente preocupación el rumbo del gobierno libertario; si bien se valoran algunas decisiones desregulatorias y celebran la eliminación de ciertos controles estatales, también temen el desborde social, la recesión profunda y la falta de anclaje institucional.
¿Busca el círculo rojo un reordenamiento? ¿Está empujando una transición ordenada, antes de que Milei pierda centralidad o termine dañado por el desgaste que él mismo acelera? Sin Cristina, se debilita uno de los polos de la polarización. Eso no necesariamente favorece al oficialismo, de hecho, puede dejarlo más expuesto, al quitarle el escudo del enemigo.
Por su parte, la desaparición de Cristina del escenario electoral obliga al peronismo a preguntarse por su identidad. Sin ella como jefa, ¿el movimiento se reagrupa o se atomiza? Hasta ahora, el kirchnerismo funcionó como columna vertebral del PJ, con una lógica centralizada y verticalista. ¿Quién ocupará ese lugar ahora? ¿Alguno que solo busque preservar equilibrios sin disputar liderazgos? ¿O emergerá un nuevo dirigente que, sin renegar de su legado, trace un camino autónomo? Hay riesgos claros, pero también oportunidades. El peronismo puede sacudirse la dependencia de un liderazgo fuerte y reinventarse como fuerza más plural, más abierta, capaz de reconectarse con sectores medios hoy desencantados. Para eso, deberá salir del lugar defensivo en el que la condena a Cristina puede dejarlo.
En fin, sin Cristina, el peronismo debe reinventarse; Milei debe encontrar un nuevo enemigo, y los actores de poder deben decidir si prefieren bancar el vértigo o recuperar cierto orden. Mientras tanto, la política argentina vuelve a hacer lo que mejor sabe, reinventarse en medio de la incertidumbre.
