Las elecciones legislativas del pasado domingo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dejaron un resultado que a primera vista parece una victoria para La Libertad Avanza (LLA), pero que, bajo el lente de un análisis más profundo, revela más dudas que certezas. Manuel Adorni, candidato libertario, se impuso con un 30% de los votos. No obstante, este porcentaje, lejos de representar un crecimiento, confirma una meseta.
Si bien el dato más citado fue el triunfo: “LLA quedó primera”, ese resultado se sostiene más en la dispersión del voto que en una adhesión mayoritaria. Con 17 listas en competencia y una participación de apenas el 53,3%, Adorni logró ser el más votado sin ser el más representativo: su 30% equivale al 16% del total del padrón. Es decir, 8 de cada 10 porteños no votaron por LLA.
Además, si se compara con los registros anteriores, el retroceso es evidente. En octubre de 2023, Milei había conseguido un 19,85% en la primera vuelta en CABA, y en el balotaje, trepó hasta el 57,24%. Este domingo, LLA volvió a su base original. El “voto Milei” se desinfló en clave local.
De todas formas, el dato más alarmante no es el nombre del candidato ganador, sino la bajísima participación: apenas el 53,3%, la cifra más baja desde que la ciudad es autónoma. Un millón y medio de personas no fue a votar. ¿Apatía? ¿Miedo? ¿Silencio? Las razones pueden ser múltiples, pero el mensaje es uno: la ciudadanía no se sintió interpelada.
Esta abstención no parece accidental ni casual. En un escenario dominado por narrativas binaristas (“kirchnerismo vs mileísmo”), una porción importante del electorado optó por no convalidar ninguna oferta. El voto ausente se convierte así en una forma de protesta, menos visible pero no menos potente.
Si de perdedor hablamos, después de casi dos décadas de hegemonía, el PRO tuvo una participación muy pobre; su bastión histórico quedó pintado de violeta y verde, mostrando la simbología de un ciclo que se cierra. Sin embargo, el reemplazo no está claro. La Libertad Avanza no arrasó, y el peronismo, representado por Leandro Santoro, quedó en segundo lugar con un 27,3%, obteniendo la bancada más numerosa en la Legislatura, con 20 escaños. Pero tampoco logró perforar su techo estructural.
CABA entra así en una nueva etapa de fragmentación política. Ninguna fuerza tiene hoy el monopolio de la representación. LLA es fuerte, pero no hegemónica. El peronismo avanza, pero no domina. Y el PRO quedó atrapado entre su pasado de gobierno y su presente sin relato.
Desde el Gobierno nacional es obvio que la lectura (y sobreactuación) de esta elección es un aval a su proyecto. Pero una letra fina nos dice que no creció el caudal libertario, simplemente se capitalizó el derrumbe ajeno. La “ola violeta” es, por ahora, una figura de discurso más que una realidad sostenida en votos nuevos.
El dato más fuerte no está en las cifras de Adorni, sino en los 1,5 millones de porteños que no votaron. La calle vacía es hoy el principal actor político. Su silencio es una advertencia para todos: para quienes ganaron, para quienes perdieron, y para quienes todavía no entendieron que la desafección ciudadana puede ser más disruptiva que cualquier outsider con micrófono.


