“As bestas”, la tierra en disputa

La plataforma MUBI pone en agenda esta película multipremiada por su dirección, guion y actuaciones. Inspirada en hechos reales, As Bestas aborda una temática contemporánea en torno a los derechos ciudadanos: las tensiones entre vecinos de un pequeño pueblo español y hasta dónde puede llegar alguien para defender lo que considera propio.

As Bestas (2022) es una producción franco-española dirigida por Rodrigo Sorogoyen. Su título remite a la fiesta de “A Rapa das Bestas”, que se celebra en la aldea gallega de Sabucedo. Durante esta ceremonia tradicional, varios hombres inmovilizan a caballos salvajes —que han estado pastando libremente durante el año— para cortarles las crines, desparasitarlos y marcarlos. Con esa escena, en cámara lenta, comienza la película.

El escenario es un pueblo remoto del interior de Galicia. Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs), una pareja francesa de mediana edad, decide cumplir el anhelo típico de quienes habitan las grandes ciudades: mudarse al campo. Cultivan productos agroecológicos y los venden en el mercado. Leen, pasean, tienen algunos amigos. Sin embargo, la tranquilidad comienza a resquebrajarse con la llegada de una empresa de energía eólica que propone comprar las tierras de todos los habitantes para instalar aerogeneradores. Antoine y Olga son de los pocos que se oponen a la venta. A partir de entonces, sus vecinos, los hermanos Xan (Luis Zahera) y Lorenzo (Diego Anido), que viven con su madre anciana, comienzan a hostigarlos sistemáticamente. Antoine decide entonces empezar a grabarlos.

Sorogoyen consigue, a través de encuadres precisos y una cuidada puesta en escena, transmitir una intensa sensación de territorialidad. La cámara no solo muestra la tierra: la habita. El espectador siente la humedad, el olor a campo, el licor barato del bar. Aunque vivamos en Argentina, reconocemos esa historia: la de los pueblos donde todo se siente más, donde todo late más fuerte. La tensión crece de a poco, acompañando el conflicto de los personajes. La cámara se detiene, por momentos, como si retratara escenas de campesinos en cuadros del Renacimiento, con luces y sombras que subrayan la ambigüedad moral de los protagonistas. Nada es claro. No hay buenos ni malos. Hay complejidad. Cada personaje alberga zonas luminosas y oscuras.

Uno de los aciertos formales de la película es que los recursos narrativos pertenecen íntegramente al universo que retrata. No hay celulares, ni redes sociales. Los conflictos se enfrentan con el cuerpo. La comida se consigue con el cuerpo. La computadora y una cámara digital, si bien están presentes, parecen parte de un pasado cercano que ya se percibe lejano. Todo en ese pueblo remite a otro tiempo. Y sin embargo, nos interpela con fuerza.

Cristina Peri Rossi escribe:
 “La violencia / no siempre tiene la forma / de un golpe, / una bofetada o un grito. / A veces es una taza de café / que se deja enfriar / sobre la mesa. / O una puerta que no se cierra / con cuidado.”

Ese tipo de violencia pasiva, silenciosa, cotidiana, resuena con la tensión entre los protagonistas franceses y los nativos.

Una de las grandes virtudes de la película es la acumulación de tensiones que, por acción u omisión, van ensamblándose unas a otras en un estruendoso silencio. Algunas de las más evidentes- siempre mediadas por el conflicto de intereses que encarnan los protagonistas de la película- son el modo en que la cultura ilustrada colisiona con los saberes locales y es vista como un privilegio de clase (incluso como un arma de uso desleal); y por otro lado, el uso de la tierra, o mejor aún, el sistema productivo del pueblo como reflejo de la relación de las personas con el trabajo. ¿Para qué trabajan las personas? ¿Cuál es el sentido de la actividad humana? Una perspectiva y otra (de supervivencia, de trascendencia) va dejando sus argumentos y evidencias, de modo que resulta imposible adherirse a ninguna de ellas sin reconocer los propios recorridos. Las discusiones interpelan la propia trayectoria del espectador a cada instante. ¿Qué habría hecho yo en una situación como esa? La respuesta, y acá gana el guión, seguramente develará tu condición de clase.

En otro orden de cosas, pero tal vez como eje central de la narración, aparece la pregunta por la convivencia. ¿Cuánta tenacidad es suficiente para sostener lo que creemos? ¿Cuánta de esa potencia es violencia? Los derechos, cada uno de ellos percibidos como inalienables, se enfrentan o se cancelan entre sí en reiteradas oportunidades. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién puede resolver semejante distancia de cosmovisión?

El Otro, dice el filósofo Darío Sz, no pide permiso. El Otro irrumpe. Para que el Otro siga siendo Otro no puedo hacer que cambie, que se adapte a algo en mí para que lo tolere o lo quiera o conviva. Acepto lo imposible y el Otro me transforma. ¿Cómo tejemos desde ahí?

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