“Caminos cruzados”,
¿todavía podemos ser buenos?

Después del éxito internacional de “Sólo nos queda bailar” (2019), el cineasta sueco Levan Akin estrenó “Crossing”(2024). Una película que aborda la identidad tanto individual como colectiva desde la comunidad georgiana.

La silueta de una mujer camina de derecha a izquierda en busca de una pista en el pasado. Viste de negro, un luto renovado, esta vez por la muerte de su hermana. En los siguientes ocho minutos vamos a entender cuál es el conflicto. Hacia el final de la película ella va a usar una camisa de otro color que no es negro. Pero aún no lo sabe.

Crossing (2024), traducida como Caminos cruzados es una coproducción entre varios países: Suecia-Dinamarca-Francia-Turquía-Georgia. Dirigida por el cineasta Levan Akin. Si bien él es sueco, sus padres son de origen georgiano, junto a su hermana fueron criados sin olvidar esos orígenes. Georgia formó parte de la Unión Soviética hasta su independencia en 1991.  Marcado por los conflictos políticos y territoriales fue un pueblo que pudo resistir culturalmente ante las imposiciones rusas. En la década de los 70 miles de georgianos se manifestaron para defender su lengua después de que las autoridades soviéticas aceptaran la eliminación del estatus constitucional del georgiano como única lengua oficial del estado de Georgia. Tuvieron que dar marcha atrás. Esta película da cuenta de la defensa de esa identidad, pero también de la identidad individual.

Su protagonista es Lía (Mzia Arabuli), una profesora de Historia jubilada. Cuando su hermana muere, le promete traer de regreso a la ciudad a su hija Tekla. Tekla es trans y fue expulsada por la familia cuando lo expresó. Achi (Lucas Kankava), el joven hermano de un alumno la acompañará a Estambul a buscar a su sobrina. Allí conocerán a Evrim (Deniz Dumanli), una activista trans que intentará ayudarles. Dos niños de la calle son los tejedores de la historia.

Podemos decir que Crossing pertenece al subgénero de las Road Movie, llamadas así porque el desarrollo de sus personajes se da mientras se realiza el viaje. Akin construye una narrativa que, aunque sencilla en su premisa, se enriquece con capas de significado y simbolismo. La ciudad de Estambul no solo sirve como escenario, sino también como metáfora de los cruces culturales y personales que experimentan los protagonistas. Cada uno de los lugares tiene una marca visual que señala para no perdernos. Unas rejas violetas, los gatos en los callejones, la habitación de un hotel, las luces de la gran ciudad, el mar de Batumi o la rambla de Estambul. Sus personajes también: unas botas de charol, una campera azul, el carro de las compras, una guitarra.

El dúo de Lía y Achi es maravilloso. Una mujer nacida en la era soviética y él en la post. Ambos se van transformando en esa relación de dos o tres días. Ella decide creerle a pesar de todo. Tampoco tiene a nadie más. Andan solos, son marginales como Evrim y los niños de la calle. Como los gatos: queriendo pertenecer bajo su ley. También así van a ayudarse, como las manadas. La interpretación de Mzia Arabuli como Lía permite ver con gestos mínimos la metamorfosis de su personaje. Es una señora de Georgia pero es toda abuela que tuvo que guardarse lo que pensaba. Un destello de luz, el recuerdo de la juventud o quizás el viaje encendió esa posibilidad, otra.

Una canción se repite desde el deseo profundo como reclamando los años de obediencia. “No sé árabe ni persa, no confío en el lenguaje. Sigo el camino de Dios misericordioso”. Esa estrofa casi como un karma. Lía ha sido docente y esa no es cualquier profesión. Requiere obediencia. Disciplina. Años de atenerse a lo que dice un curriculum, las normas, horarios, entrega a otro. Otros. Es profesora de Historia, eso tampoco es casualidad. Ha estudiado la atrocidad del mundo, del ser humano. Palabras han escrito la historia de los pueblos, incluso su pueblo, el georgiano, dejando versiones sin contar. El lenguaje nos hace humanos, formar parte de una cultura, narrarnos la vida, compartir sentidos. Dicen que lo que no se nombra no existe, tal vez esa frase condensa la necesidad de disputarle sentido a las palabras. Algo hace desconfiar a Lía de estas afirmaciones: el lenguaje en definitiva es lo que ha separado a su familia. La imposibilidad de salir del corset de las categorías. Su sobrina, al nombrarse trans activa la expulsión de su hogar. Su familia, no reconoce a su clan. Esa tía, condenada a buscar sin encontrar es la que ya no confía en el lenguaje. El viaje le ha presentado a otras personas, incluso a una abogada trans que es lo contrario a lo que ella suponía era una mujer trans. Su perspectiva cambia. Los significados cambian. Hay que nombrar, hablar, decir, expresar, mostrar. Ampliar. ¿Cuánto le diría a su sobrina? ¿Cómo encontrar las palabras? ¿En dónde se buscan?

Crossing es una película que conmueve. Nos hace mirar para adentro, plantea temas actuales y relevantes. De una manera sensible muestra problemáticas de la comunidad transgénero pero también de los adultos mayores y los jóvenes. Pienso en otra poeta y activista, la maravillosa Lohana Berkins: “Instaría a todas las personas, sean de la orientación sexual que sean, de la identidad de género, de la nacionalidad, de la etnia, de la raza que realmente se atrevan a vivir en sus propios términos, porque sino, ¿qué sentido tiene la vida?” Lía camina de izquierda a derecha, las pistas ahora son el futuro.

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