Guillermo Del Toro, el director de cine, versiona el clásico de la literatura de terror desde lo bello en donde reflexiona sobre el propósito de la vida.
Prometeo, titán astuto y protector de los humanos, desafió a Zeus cuando vio a la humanidad vivir en la oscuridad y el frío. Decidió robar el fuego sagrado del Olimpo y entregárselo a los mortales para que pudieran progresar y sobrevivir. Al descubrir la traición, Zeus se enfureció y ordenó un castigo ejemplar. Prometeo fue encadenado a una roca en el Cáucaso, donde un águila devoraba su hígado cada día. El órgano volvía a regenerarse por la noche, condenándolo a un sufrimiento eterno. Mientras tanto, los humanos aprovechaban el fuego para construir, crear y pensar de nuevas maneras. La figura de Prometeo se convirtió en símbolo de rebelión y amor por la humanidad. Algo de todo esto está presente en Frankenstein.

La última película de Guillermo Del Toro, está basada en la novela homónima de Mary Shelley. La autora subtitula su obra como “El moderno Prometeo”, porque el doctor Victor Frankenstein, al igual que el titán, desafía los límites naturales y “roba” un poder reservado a los dioses: el de crear vida. Prometeo entrega el fuego a la humanidad buscando su progreso, pero paga un precio terrible; Victor crea a la Criatura impulsado por la ambición científica, y también recibe un castigo: la destrucción de todo lo que ama y una vida consumida por la culpa. En ambos relatos, el deseo de conocimiento absoluto y la transgresión de lo prohibido desencadenan consecuencias trágicas. Así, Frankenstein funciona como una versión moderna del mito que reflexiona sobre la responsabilidad ética del creador y los riesgos de ir más allá de los límites humanos. Pero en la versión de Del Toro hay más, no se conforma con esa lectura sino que ensaya una idea sobre el propósito de la vida, que tiene que ver con el amor o como dice Charly García: aunque no hayamos elegido este mundo, aprendimos a querer.
Protagonizada por Oscar Isaac como el Dr. Victor Frankenstein y Jacob Elordi como La Criatura, la película se organiza en tres partes: un preludio en donde se cuenta la infancia de Dr. Frankenstein. Luego, en un barco que lo rescata de la muerte, él mismo narra en primera persona cómo llega a enfrentarse con su creación y una segunda voz en donde La Criatura cuenta su propia versión de los hechos. En el relato de estos personajes aparecen otros, la dama de la que ambos se enamoran Elizabeth Lavenza (Mía Goth), el hermano de Dr. Frankenstein (Félix Kammerer) y el patrocinador Heinrich Harlander (Cristoph Waltz). Para que la historia avance cada uno de ellos es fundamental, es en el vínculo en dónde se reflejan los dilemas morales que trae la historia.

Hay al menos seis películas filmadas sobre la novela de Mary Shelley. En dibujos animados y series hay infinidad de versiones de este personaje. ¿Qué es lo nuevo que aporta Frankenstein en 2025? La belleza. Guillermo Del Toro hace una cuidada selección de sus actores. Cuando le preguntaron cuál era la característica en la que se había fijado, él respondió que en la mirada. Así pensó para Victor en unos ojos locos, ambiciosos y con una tristeza profunda. En cambio para La criatura quería unos ojos nuevos, puros e inocentes. Esta perspectiva sobre la personalidad del monstruo es interesante porque le instala el deseo. Lo convierte en humano. En la composición de los encuadres y la colorimetría del filme también hay decisiones que apuestan por lo bello. El rojo, el azul, el verde y el blanco crean un universo en donde la relación con el mundo no es sólo material sino que provocan una experiencia de sentido y armonía. El estilo gótico se sostiene durante todo el filme, excepto en las tomas del atardecer o amanecer que aparece lo cálido.
Si para Mary Shelley Víctor es Prometeo, para Guillermo Del Toro lo es La criatura. Conoce el mundo y sólo quiere recibir el amor de los humanos. Condenado al sufrimiento eterno por desear más de esa vida que le fue dada, aparece otra pregunta entonces: ¿Qué le debemos a aquello que traemos al mundo? Su película responde sin evasivas: todo. Y aun así, casi siempre damos demasiado tarde.

