Homo Argentum: protagonistas sin roles

La última película de Cohn y Duprat está en el centro del debate en Argentina. Una pieza audiovisual que promete más de lo que da. Sin embargo, vuelve a instalar una pregunta: ¿por qué tiene relevancia el cine que se hace y vemos?

“Si preguntan quién soy, soy mi tierra/ Curtida de gobierno, de estafa, de guerra/ Soy el hornero mostrando a la sala/ La vida, la muerte, la pluma y la bala”. Así canta Trueno en su canción Tierra Zanta. La búsqueda por definir la identidad y darle materialidad es una cuestión que interpela a las artes. El cine no es la excepción.

Homo Argentum (2025) es la última producción de Cohn y Duprat, directores y guionistas que trabajan juntos desde mediados de la década del 90. Después de la maravillosa El hombre de al lado, donde narran las tensiones entre dos vecinos de distintas clases sociales, siguieron indagando en la temática con otras realizaciones como El ciudadano ilustre (2016), Mi obra maestra (2018) y la serie Nada (2023). Sin embargo, con el paso de los años fueron posicionándose cada vez más en el punto de vista de la clase dominante o poseedora de la cultura legítima.

Con una estética muy ligada a la imagen publicitaria, el relato de Homo Argentum se organiza en 16 cortometrajes donde Guillermo Francella interpreta diferentes personajes: un presidente, un ingeniero, el padre que despide a su hija en el aeropuerto porque se va a vivir a Europa, un empresario cripto, un director de cine, un cura progresista, entre otros.

Francella tiene una poética muy particular: sus clásicas expresiones orales, la gestualidad marcada en sus ojos y manos. Sus trabajos anteriores lo consolidaron como actor popular, especialmente su papel de Pepe Argento en la sitcom Casados con Hijos, transmitida por la televisión abierta, que lo catapultó como capocómico. En El secreto de sus ojos logró mostrarse en un rol dramático, aunque luego continuó aceptando mayormente papeles de comedia. Su capacidad para encarnar cualquier personaje es indudable, pero en este caso sus roles resultan vacíos: pasan sin dejar huella en la memoria de los espectadores. Además, sus comentarios públicos sobre cine y política generaron grietas y una pregunta insistente en el ala más intelectual del cine y los medios: ¿es posible separar a la persona del artista?

Los dichos de Francella y su repercusión en redes sociales aportaron a que la película tuviera una prensa formidable. Según la consultora Ultracine, ya fue vista por un millón de espectadores en apenas dos semanas. Si consideramos que en julio —el mes más fuerte para las salas de cine— se cortaron 4,5 millones de entradas en total, el número adquiere otra magnitud. Pero, ¿solo la prensa explica ese éxito? Evidentemente, Cohn y Duprat saben vender sus audiovisuales: encuentran el elemento que atrae a quienes pueden pagar una entrada en Argentina. Además, lograron sumar auspiciantes como Samsung, Mostaza, Havanna, On City, entre otros. Apostaron a un formato diferente desde lo cinematográfico: historias breves que, en algunos casos, se cierran y en otros dejan el final abierto. El problema radica quizás en la exageración de la anécdota.

¿Cuál es la diferencia entre una anécdota y una historia? Principalmente, que la anécdota entretiene sin mayor propósito, mientras que la historia desarrolla una narrativa estructurada con personajes, trama, conflicto y resolución: tiene un significado. Como espectadores, eso se percibe. Más allá de la teoría, la práctica de ver cine nos lleva a esperar ciertas características, que la ficción provoque una emoción y genere interés.

En cuanto al contenido de la obra, surge otra pregunta: ¿qué es un Homo Argentum para Cohn y Duprat? Un hombre porteño. En ese sentido, la película resulta obsoleta: no exagera lo suficiente como para ser parodia ni construye una crítica mordaz a la idiosincrasia argentina. El discurso que nos muestra como chantas, verseros, egoístas que dicen una cosa y hacen otra ya está gastado. En ese punto, puede compararse con Relatos salvajes (Damián Szifrón, 2014), otra película de formato episódico que limita las características para definir emociones de los argentinos y argentinas —la ira, la venganza, la mentira, la soberbia—, pero que deja implícito que no somos solo eso, que hay algo más.

¿Por qué, entonces, tiene relevancia el cine que hacemos y vemos? Porque la industria cinematográfica actúa sobre la cultura: forma subjetividades desde las que narramos nuestra historia y, mediante el diálogo, construimos el mundo real. Es importante porque tomar conciencia nos permite distanciarnos y reflexionar sobre lo que somos, sobre lo que nos decimos que somos.

Homo Argentum entretiene, pero —al contrario de lo que sugiere el título— no muestra una supuesta esencia del ser nacional. Porque tal esencia no existe. Son los discursos los que conforman la narrativa de la identidad colectiva. Por eso es clave que desde la cultura y el Estado se garanticen canales de expresión artística que den lugar a múltiples respuestas sobre qué significa ser argentinos.

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