Retrato de una mujer en llamas

Imagen del deseo

En su cuarta película Céline Sciamma crea  una historia de amor que trasciende el drama histórico para reflexionar sobre el arte, la representación de las mujeres y el deseo.

En el mar de películas por el que navegamos es cada vez más difícil crear parámetros para elegir cuál ver y en mi caso, sobre cuál escribir. Hay películas que son tan intensas y profundas que nada se puede decir para publicar porque tocan fibras sensibles, personales, privadas. Hay otras que son entretenidas pero no lo suficiente como para que vaya más allá del tiempo de duración. Hay montones de películas recomendadas por montones de personas. Me mareo, me cuesta elegir. Entonces, pongo un límite de tiempo para la selección y elijo según mi intuición. Por lo que genera el título en mí. Así encuentro esta película llena de significados y deseos.

Retrato de una mujer en llamas (2019) es sobre la historia de dos mujeres en Gran Bretaña en el año 1770. Cuando la hermana de Heloïse (Adèle Haenel) muere, ella debe volver del convento a la casa de la familia para poder arreglar su matrimonio. Para ello, debe enviarle al prometido un retrato con su imagen. Sin cuadro no hay matrimonio. Ante la negativa de la hija y el rechazo a pintores anteriores, la madre contrata una pintora, Marianne (Noémie Merlant) que tiene la tarea de pintarla sin que ella se dé cuenta.  Al compartir momentos juntas comienza a surgir otro tipo de vínculo y el deseo comienza a pedir espacio.

La directora francesa Céline Sciamma es quién logra con mucha habilidad crear el mundo de estos dos personajes. Una gran casa, acantilados, el mar, las velas, pinturas. Cada escena está cuidadosamente iluminada y parece un cuadro barroco en movimiento. El mundo exterior apenas importa, solo existen ellas. Marianne y Heloïse.

Sus nombres están cuidadosamente elegidos, para la historia francesa están cargados de simbolismo. Marianne es la personificación de la República Francesa, un símbolo nacional que representa la libertad, la igualdad y la fraternidad. Heloïse fue una intelectual de la literatura francesa de la Edad Media, considerada la primera mujer de letras de occidente. Tuvo una vida apasionada, un hijo y luego se dedicó a escribir y gestionar dentro de la comunidad religiosa. En el filme vemos varias pistas que nos hacen pensar en estas referencias.

Marianne pinta. Héloïse no quiere ser pintada. Pero todo cambia cuando se ven, realmente se ven. En ese cruce de miradas nace un amor silencioso e inevitable. No hay música que subraye lo que sucede, a diferencia de eso un suave piano desafinado. Después, el silencio deja lugar a los sonidos del deseo: la respiración entrecortada, el roce de de las telas, el viento. La cámara de Sciamma es delicada pero implacable: observa como quien espía en secreto un hechizo que no quiere romper.

Esta es una película de mujeres. Si la analizáramos según el test de Bechdel (un método para evaluar la representación femenina en el cine y otras obras de ficción), el resultado sería positivo. Esta prueba considera si una obra presenta al menos dos personajes femeninos con nombre que conversan entre sí sobre algo que no sea un hombre. Y esta es, sin duda, una historia de mujeres: de cuerpos que se encuentran, de mentes que se desafían, de destinos que se resisten. La criada, la madre ausente, las dos protagonistas: todas arden en sus propias hogueras.

Pero no es solo por esas cualidades, si no por la forma de mirar que tiene su directora. No hay escenas de sexo explícito, ni cuerpos veloces, exhuberantes. Si hay manos, dedos, y bocas. Hay pliegues, besos, sombras. Hay una tensión sexual permanente, sutil.

El acto de pintar representado como algo erótico, filosófico, vital. El arte no como imagen transformada de lo real, sino como comunión. Como forma de retener lo que inevitablemente se escapa. Porque al final, el amor también es eso: una forma de inmortalizar un instante. Aunque duela.

Retrato de una mujer en llamas está llena de detalles. Nada está puesto en el guion porque sí. En la última media hora vemos como la directora, cuál Teseo, recoge el hilo del laberinto. Una de las imágenes más preciosas de la película es la de Heloïse vestida de blanco, apareciendo detrás de Marianne, haciendo alusión al mito de Orfeo y Eurídice. Juntas leen esa trágica historia de amor. Ellos habiendo convencido a los Dioses pierden su amor por un error propio. Las lecturas que hacen ambas son muy distintas, pero Heloise vestida de blanco diciendo: “Date vuelta” es la chispa que lo consume todo. Es Eurídice en el momento final, ni viva, ni muerta: incendiada.

Hay encuentros que no pueden ser etiquetados. Por definición no serían nada, como esas películas que vemos pero de las cuáles no podríamos decir cosa alguna. La intensidad supera la capacidad de comprensión, de explicación. Propia y ajena. Entonces se guarda el encuentro como un gran tesoro, sabiendo que de las cenizas no va a resurgir ningún fuego, ni nada. Solo la marca.

“¿Los amantes siempre se sienten como si estuvieran inventando algo?”, se pregunta Héloïse. La posibilidad de intuir que, aunque la sociedad insista en cosificar las relaciones, existen amores capaces de inventar creativamente sus propias formas de ser, es el verdadero acto fundacional. Como el fuego. No se trata de nombrar o no nombrar: a veces, basta con decir fue amor, y con eso alcanza. Me alcanza.

Compartir
Scroll al inicio