La chica de la aguja
Crueldad y belleza, dos caras de la misma moneda
Candidata al Oscar 2025 como Mejor Película Internacional es una obra audiovisual que genera controversia. Basada en una historia real, explora las maternidades y los modos de supervivencia en un mundo en llamas.
Tengo pocas certezas, pero hay una que llegó con mi maternidad: gestar y parir un hijo sin quererlo debe ser atroz. La historia sobre cómo se resuelve el no deseo, sin medios suficientes, en contextos hostiles y en soledad también. Esta es una de muchas.
“La chica de la aguja” (Pigen med nålen) es una película danesa, estrenada en 2024, dirigida por el director sueco-polaco Magnus Von Horn (Sweat, Después de esto). Basada en hechos reales, toma como punto de partida la historia de la asesina en serie Dagmar Overbye, quien tomaba los bebés no deseados de mujeres empobrecidas con la promesa de entregarlos a otras familias. Fue sentenciada a muerte en 1921, pero luego la pena de muerte se conmutó por cadena perpetua.
La película está ambientada en 1919, en vísperas del final de la Gran Guerra. La Primera Guerra Mundial ha demostrado la violencia que es capaz de infligir el ser humano. Si bien Dinamarca no participó directamente en esa guerra, sí fue habilitada a vender uniformes para ambos bandos. Es en ese contexto, en Copenhague, en el que se sitúa la protagonista de la historia. Karoline (Vic Carmen Sonne) trabaja en una fábrica textil, las agujas de las máquinas se quiebran dada la alta producción. Ante la falta de dinero, decide solicitar a su empleador la pensión por viudez. Su marido ha ido a luchar y no hay novedades de su situación. No hay certificado de defunción pero tampoco señales de vida. A partir de ese momento, todo lo que pueda salir mal saldrá mal. Con un embarazo no deseado, acepta la ayuda de Dagmar (Trine Dyrholm) una señora que le ofrece recibir su bebé a cambio de dinero para dárselo a familias pudientes. Como Karoline no puede pagarle ofrece ser nodriza de los bebés que ella recibe. El vínculo entre ambas se complejiza cada vez más, hasta que Karoline decide escapar.
Una historia de pura tristeza, en donde la protagonista toma una serie de pequeñas decisiones que, como en el efecto mariposa, le traen consecuencias graves y dolorosas. Lo
trágico a nivel mundial se replica en ese micromundo de Karoline y Dagmar. Micromundo que aborda la maternidad desde diferentes lugares y rompe con la idea del “instinto materno”, de esa condición con la que nacen las mujeres y que ante cualquier adversidad será lo primero que surja del cuerpo: proteger a la cría. En la película no hay héroes ni heroínas. Recuerda un poco a los filmes del director Gaspar Noé, sobre todo a “Solo contra todos”. El mundo es un lugar hostil, que lleva a los seres humanos a cometer atrocidades. Sufrimiento sistemático que genera acciones del horror. Como un círculo vicioso que no tiene fin.

El surgimiento del cine Danés está ligado a la crueldad. En 1906, Ole Olsen uno de los pioneros en el ámbito, compra un león reumático en el zoológico de Copenhague, y en una playa artificial filma la caza del animal, hasta ser despedazado. Dicen los que saben que ese sello se mantuvo en lo audiovisual, del mismo modo que se conservó su marca estética en lo plástico y el uso sofisticado de la luz. En “La chica de la aguja” vemos ambas marcas. La crueldad ejercida sobre los más débiles, mostrada de una manera absolutamente bella. Filmada en blanco y negro, utiliza constrastes marcados y genera atmósferas etéreas. El uso de las sombras es parte del mensaje a transmitir. El director dividió las aguas del público: quiénes veneran la belleza del filme y quienes lo catalogan de hacer “cine de la crueldad”. Esta discusión trae a mí la pregunta inevitable sobre la ética al momento de contar. ¿Cómo narrar? ¿Hasta dónde? ¿Es necesaria la imagen cruda? ¿Es tiempo de volver sobre lo real? Tal vez lo bello y lo crudo son caras de la misma moneda, quizás la película también funciona como una crítica a la forma aesthetic (y cotidiana) de mostrar este mundo, en el que cien años después de la Primera Guerra los horrores continúan.
Es interesante la producción de películas que nos ayuden a pensar sobre la realidad, el filósofo Theodor Adorno dice sobre las obras de arte que si bien son la expresión de una verdad concebida subjetivamente, exceden cualquier intención puramente individual y, como fuerza de resistencia, pueden mostrar aquello que escapa a la representación objetiva. “La chica de la aguja” genera eso y trae las imágenes de este poema de la española Elvira Sastre: “Me asusta el mar porque pierdo el equilibrio/ y no sé si puedo amar un lugar que también es huida y tumba de tantas vidas/ y porque todo lo infinito me enfrenta/ con lo que se termina/ y porque el mar es un espejo de todo/ lo que nunca llegaremos a conocer”.