La semilla del fruto sagrado: el cine como resistencia

Filmada en la clandestinidad, multipremiada en el Festival Internacional de Cannes (2024), la última película del cineasta iraní Mohammad Rasoulof es una obra política que no resigna la belleza

“El Ficus Religiosa es un árbol que tiene un ciclo vital inusual. Sus semillas, que están en los excrementos de los pájaros, caen sobre otros árboles. Las raíces aéreas brotan y crecen hasta el suelo. Luego, las ramas envuelven al árbol huésped y lo estrangulan. Finalmente el higo sagrado se sostiene por sí mismo”. De esta manera  inicia La semilla del fruto sagrado (2024), una historia política con un relato profundamente poético.

Dirigida por el cineasta iraní Mohammad Rasoulof, la película toma como punto de partida los movimientos sociales y protestas espontáneas que se sucedieron en contra del régimen luego de que la policía asesinara a una joven de 22 años por llevar mal puesto el Hiyab.  Dado el tono de crítica que tiene, su director debió exiliarse del país antes del estreno mundial de la película.

Nominada al Oscar y ganadora del Premio Especial en el Festival Internacional de Cine de Cannes, cuenta la historia de una familia acomodada situada en Teherán. El padre de familia, Imán (Missagh Zareh), está cumpliendo su sueño profesional de ascenso en su carrera política. Lo han promovido a investigador del gobierno (se da a entender que es un paso previo a ser juez). Su familia está compuesta por su mujer Najmeh, interpretada por Soheila Golestani y sus dos hijas Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki). Son una familia amorosa, la esposa tiene cariño hacia su marido y lo respeta. Las hijas, adoran a su madre. Sin embargo, con esa fuerza que trae la juventud, ellas comienzan a cuestionar la sociedad en la que viven. Plantean preguntas en el hogar pero desconocen el trabajo que hace su padre, que firma sentencias de muerte por ejemplo. Se van sucediendo diversas situaciones que hacen crecer la tensión en la casa, el afuera va invadiendo poco a poco la tranquilidad del núcleo familiar. Hay preguntas, no hay respuestas. La tensión va creciendo hasta revolucionar todo.

Desde la construcción narrativa la película utiliza el cine de género para generar suspenso. La inclusión de una escena en dónde desaparece el arma reglamentaria de Imán, dentro de su hogar, presenta las preguntas de ¿Quién fue? ¿Para qué? Sospechamos de todos y ese hongo de dudas va creciendo hasta contaminar los vínculos y el hogar. De esta manera vemos cómo se despliega una estrategia del director para dimensionar la violencia del sistema en la domesticidad del hogar. Así, el living se convierte en sala de interrogatorio; la cocina, en zona de sospecha; el dormitorio, en una cárcel. La película incorpora fragmentos de grabaciones reales de las protestas en Irán, tomadas con celulares. El montaje entre ficción y realidad no se siente forzado ni efectista. En vez de limitarse a representar el dolor, Rasoulof lo inserta literalmente en la imagen. Como si dijera: no hay metáfora posible, no hay representación suficiente. Esto es lo que pasa, esto es lo que no se dice. En este sentido, el director en una entrevista comentó que sus películas han estado influidas por su situación personal : “Desde hace ya quince años que me veo enfrentado a la censura, me han entregado a fuerzas de seguridad estatal. Todo ese proceso que implica ser arrestado e interrogado bajo presión, que puede verse en los films, tiene un origen muy real. Es entonces cuando comenzás a preguntarte quién es toda esa gente. ¿Quién es ese interrogador que está detrás tuyo interrogándote mientras permanecés con los ojos vendados? ¿Cuál es la diferencia entre él y yo?”. También hay una mirada amorosa sobre algunos aspectos de la cultura iraní, tal vez impregnado del perfume del exilio: las comidas que se preparan con dedicación, la música como lugar de descanso, el té compartido, el cuidado. La valentía de las mujeres. La complicidad. Ese contraste entre lo violento y la belleza de la comunidad, hacen especial a la obra y convierten sus casi tres horas en algo hipnótico de ver.

Los personajes tienen matices. Ese atributo hace comprensible, para quienes no formamos parte de la cultura iraní, la crisis moral en la que desemboca el clímax de la película. La familia en su laberinto, desencontrados. Recuerdo este poema de Borges: No esperes que el rigor de tu camino/ que tercamente se bifurca en otro,/ que tercamente se bifurca en otro,/ tendrá fin. Es de hierro tu destino/ como tu juez. No aguardes la embestida/ del toro que es un hombre y cuya extraña/ forma plural da horror a la maraña/ de interminable piedra entretejida./ No existe. Nada esperes. Ni siquiera/ en el negro crepúsculo la fiera. Para salir, hay que romper el laberinto.

El filme es completamente político y bello. La imagen es tan poética como brutal: una planta que mata a su huésped, una religión que aniquila a su pueblo, una autoridad que destruye a quienes pretende proteger. Es una declaración en contra al régimen teocrático que gobierna Irán desde hace casi 50 años, y además pone en agenda temas actuales que competen a todas las naciones islámicas de Medio Oriente. Como por ejemplo el rol que cumplen las mujeres en estas sociedades. El compromiso para hacer esta película derivó a que sus actrices más jóvenes deban exiliarse una vez terminado el rodaje, que Soheila Golestani (la madre) enfrente una pena de 1 año de prisión y 74 latigazos por inmoral. Todo el equipo está acusado de hacer propaganda contra el régimen. Pino Solanas, quien también hacía cine político decía esto: “El cine no es una puesta en escena, ni la vida. El cine es un rectángulo en el que hay que meter todo. Esa es la verdad.” A Rouselof le sale muy bien, y arriesga todo en eso.

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