La segunda obra audiovisual de la artista multifacética Amalia Ulman es una combinación de recursos audiovisuales. Como resultado, una comedia absurda en la que se pone de manifiesto los problemas sociales y ambientales con los que se convive a diario en algunos lugares de Argentina. Todo visto desde la mirada de un grupo de extranjeros.
Los documentalistas son solo influencers que leen más libros, dice Edna, el personaje de Chloé Sevigny en Magic Farm. Polémica, expresa el eje sobre el que se va a centrar el tema de la película.
Amalia Ulman es una artista multifacética que luego de haber incursionado en el ensayo audiovisual y las instalaciones, se adentro en el cine con su primera película “El Planeta” (2021). En 2025 estrenó Magic Farm, una comedia absurda con delirios de todo tipo. En esta obra profundiza sobre sus inquietudes vinculadas a la representación, el artificio y la banalidad contemporánea.
En la película importan más sus personajes y lo que les sucede más que la historia en sí. Un grupo de documentalistas estadounidenses están haciendo una serie sobre diferentes músicos de América. El objetivo es que sea lo más llamativo posible para que se haga viral. Por un error del productor, descubren que, en realidad, el artista estaba en San Cristóbal de las Casas, en México. Terminan perdidos en San Cristóbal, una zona rural de Argentina. Todo el pueblo se pone a disposición para ayudarles a inventar nueva tendencia musical que pueda salvar el show. En el tiempo que pasan se van forjando vínculos entre extranjeros y locales mientras por afuera pasan los aviones, fumigadores.

El elenco está conformado por Chloé Sevigny, Alex Wolff, Joe Apollonio, Camila del Campo y Simon Rex. La gran figura de la película es Chloé Sevigny (Boys Don’t Cry,1999), la actriz, directora y diseñadora de modas. Ella es la presentadora del programa. El contraste entre su personaje y el lugar es un juego interesante. Ella impecable y con vestuarios icónicos deambulando por las calles de tierra, entre caballos y perros da como resultado una imagen moderna que podríamos encontrar en redes sociales.
Toda la película tiene una plasticidad que responde a los parámetros de las redes sociales. Contrastes fuertes, filtros que irrumpen en las imágenes cotidianas que ya tienen un filtro cálido. Todo es instagrameable, Ulman emplea múltiples estilos: hay planos fijos con estética indie, cámaras GoPro montadas en perros callejeros, drones que sobrevuelan campos fumigados, lentes ojo de pez para distorsionar rostros, planos subjetivos y encuadres verticales como reels. Podemos inferir que esta búsqueda tiene relación con los trabajos previos de la directora en relación al NetArt, las redes sociales y la cultura pop. Así vemos que el montaje salta sin lógica aparente entre géneros: de falso documental a telenovela, de videoclip a documental. La película se construye como lo haría una story de Instagram: estética sobre ética, ritmo sobre contenido. Ejemplo de ello es cuando el productor filma un grafiti del pueblo, escrito en español porque le parece estético y cuando una de las chicas locales le dice el significado es: “Si te hace reir, chupale la verga”.

En la ficción, el equipo de producción busca algo que se pueda mostrar y sea atractivo. Como espectadores, todo lo que sucede es interesante. Sin embargo, lo que vale no es lo que sucede, sino lo que puede editarse, venderse y viralizarse. En esa lógica, el pueblo de San Cristóbal no existe por lo que es, sino por lo que puede representar: un recóndito lugar en Latinoamérica que venera lo bizarro.
Inventar un grupo musical que no existe contándolo como real, aviones que fumigan sobre la gente, personas deformadas, identidades sexuales reprimidas, son sucesos equiparables en el film. La directora no toma una postura moralista. No hay buenos ni malos, sino una gran maquinaria de distorsión donde todos, incluso los locales, terminan actuando para la cámara.

“Magic Farm” (la granja mágica) es un título irónico. No hay magia. No hay granja. Solo un imaginario construido por gente que llegó al lugar equivocado con una valija de prejuicios. Sin embargo, supieron construir una ilusión. Eso hicieron: editar el mundo para que se parezca a lo que esperaban. Volviendo a la frase inicial: no, los influencers no son documentalistas. Tal vez hagan un registro edulcorado de la realidad pero un documentalista no es simplemente un observador pasivo, sino un creador que busca la verdad poética y la belleza en lo que observa.