Una batalla tras otra
No sólo es un bang, bang.
Se estrenó la última película del versátil cineasta norteamericano Paul Thomas Anderson. Una batalla tras otra promete lo que dice en su título y más. ¿Cuál es el gran acierto de su director?
El humor casi siempre funciona de síntesis para los asuntos más graves. El cine también. El humor y el cine juntos, logran reflejar una problemática de antaño en Estados Unidos que permanece aún hoy: el racismo. También, la prueba de que siempre pueden segregar más al ser humano, prueba de ello el trato a las migrantes.
El alma maestra de Una batalla tras otra (One battle after another, 2025) es el aclamado director y guionista estadounidense Paul Thomas Anderson. Ha realizado más de diez largometrajes, con un arco de diversidad que va desde Magnolia (1999) hasta Petróleo Sangriento (2007), con joyas como El hilo fantasma (2017). No ha dejado de filmar desde sus inicios, y tiene la particularidad de lograr entretener sin detrimento de la calidad artística y cinematográfica.
En esta oportunidad la película está basada en la novela del escritor Thomas Pynchon, Vineland (1990). Allí el autor centra la historia en 1984. Zoyd Wheeler, un ex hippie que vive con su hija adolescente Prairie. Zoyd debe fingir estar loco una vez al año para seguir cobrando un subsidio del Estado. Pero la rutina se altera cuando reaparece Brock Vond, un fiscal del gobierno y antiguo enemigo de la madre de Prairie, Frenesi Gates, una ex documentalista que traicionó a sus compañeros del movimiento radical. Paul Thomas Anderson recupera en la obra audiovisual el tono de crítica social y humor ácido que, según los críticos literarios, tiene la novela.

Una batalla tras otra no está situada en una fecha particular o al menos no es lo importante, pero digamos que por los autos y las construcciones del 2000 a esta parte. Nos sitúa en un presente en el que el grupo revolucionario French 75, liderado por la sensual Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), busca combatir el sistema capitalista mediante la liberación de migrantes, el robo de bancos y la lucha armada. En una de esas misiones, el militar en ascenso Steven J. Lockjaw (Sean Penn) se enamora de Perfidia. Por su parte ella está en pareja con un compañero, Bob Ferguson (Leonardo Di Caprio) con el que tendrán una hija. Ella decide abandonar a la familia y seguir con sus actividades revolucionarias. En la segunda parte de la película, nos situamos dieciséis años después. Ciertas convicciones políticas se han transformado en los French 75 después de la traición de Perfidia. El padre y la hija viven en un pueblo cerca de la frontera con México. Lockjaw, ya en un alto rango militar y aspirante a formar parte de un grupo selecto de demócratas “pura raza” decide borrar su pasado y vengarse, para eso intentará eliminar cualquier testigo de su vínculo con Perfidia. Decir más sobre la trama sería quitar la grata sorpresa de ver como se revelan los acontecimientos.

Inspirada en las películas de persecución de los años 70, Anderson logra poner a su favor las tecnologías actuales sin quitarle lo tangible a la imagen (filma con autos y explosivos reales). Hay dos persecuciones icónicas en el filme: una por la ciudad, con clara referencia a The French Connection (1971) y la otra es un travelling en una ruta desolada en medio de las montañas, en las que literalmente pone al espectador a viajar junto a los personajes. En este caso hay citas a Vanishing Point (1971). Ambas secuencias son brillantes e ideales para ver en pantalla grande.
El elenco de actores se suma a la propuesta del director para cerrar la idea de drama y comedia. Construidos desde diferentes estereotipos: la mujer fatal, el villano, el “vago” al estilo de El gran Lebowsky e incluso el profesor de Karate (Benicio del Toro), ninguno de ellos es plano. Todos tienen un arco de transformación a lo largo de la historia que muestra matices en sus personalidades, con los que empatizamos.

Otro de los elementos claves es la música. En esta oportunidad Anderson continúa trabajando con su colega Jhonny Greenwood, compositor de sus películas anteriores. El músico británico es conocido por ser parte de la banda de rock Radiohead. En esta ocasión Greenwood comparte la producción con la London Contemporary Orchestra (LCO),la misma participa creativamente no sólo adapta lo que escribe el compositor. La banda sonora, según los términos que utilizan expertos en música, se basa en la patologización de la disonancia, en palabras más fáciles: instala lo raro como lo común. Genera campos rítmicos en donde el caos es lo que reina. En sintonía con la temática de la película inicia con un piano, que luego es saturado con sintetizadores logrando un efecto cómico que después se desarrolla en el filme.
Una batalla tras otra es una película sobre la que vamos a escuchar hablar por mucho tiempo. Las expectativas de los cinéfilos por la obra de Anderson se están cumpliendo. Además de su calidad técnica trae algunos aspectos que en la producción masiva de audiovisuales olvidamos. Se nota que hay personas creando, no hay abuso de las tecnologías y entretiene. Lo último está lejos de ser una descripción peyorativa, al contrario: sin escapar de su época logra retratarla con humor. Un humor aunque polémico recompensa a los espectadores.