En tiempos en que las redes sociales espectacularizan la vida cotidiana, Reality (2012) del italiano Mateo Garrone se lee hoy como una obra profética. Un retrato de esta sociedad que, buscando ser famosa, se olvida de existir.
La fama, ese misterio tan deseado. Todas las personas, alguna vez imaginaron cómo sería ser famoso. Piensan en el dinero, las ventajas, la exclusividad, los caprichos que podrían cumplir o los placeres que se podrían dar. Pero hay algo que es lo que más fascina: el reconocimiento de la gente. El protagonista de Reality, no es la excepción.
La película dirigida por Mateo Garrone fue estrenada en 2012 pero conserva vigencia en la problemática que aborda: la obsesión por la fama y la mediatización de la vida privada.
El escenario en donde transcurre la historia es Nápoles. Luciano (Aniello Arena) es musculoso, divertido y trabajador. Padre de tres hijos, y enamorado de su esposa. Un referente dentro del clan familiar de madre, tías y primos. Viven todos en el mismo edificio. Lleva una vida tranquila entre su pescadería y la reventa de robots para cocinar de la fábrica en donde trabaja su mujer. Un día, la familia le insta a participar del casting de Gran Hermano. Lo hace porque quiere divertir a sus hijos y queda preseleccionado. Viaja toda la familia a Roma para la entrevista. De ahí en más, la posibilidad de entrar a la casa y convertirse en una estrella lo obsesiona. Su mundo gira en torno a ello, amigos y familia testigos de la locura en donde su realidad se funde con la ficción.

Las películas sobre perdedores hermosos son de las más lindas. Lo que al principio parece una comedia va tornándose poco a poco en tragedia. Garrone construye una mirada en la que no pone en ridículo la fantasía de su personaje sino que genera compasión en el espectador. Con el uso alternado entre cámara en mano y drones, se equilibra la sensación de cercanía y observación omnisciente. Cada plano está impregnado del sello Fellini: los colores brillantes, los decorados cargados, las luces artificiales que envuelven las calles como si la ciudad entera fuera un set de filmación.
El trabajo de Aniello Arena es una de las mayores virtudes del film. Su cara, la energía que maneja – mezcla de ingenuidad y locura- encarna la pérdida de contacto con la realidad. Es curioso el modo en que Garrone llega a encontrarse con un actor como él. Arena está condenado a cadena perpetua en la vida real, el director lo conoce en la obra de teatro de La Fortalezza, compañía teatral de los presos en Volterra, al norte de Italia. El director queda fascinado con su actuación y hace gestiones para que pueda estar en su ópera prima: Gomorra (2008). En esa oportunidad no se lo permitieron pero luego, ante la insistencia le habilitaron rodar Reality (2012). Cada noche, después del rodaje, Arena volvía a la cárcel. En este sentido hay algo del neorrealismo italiano que propone la película, al representar a una clase popular de Nápoles pero también al tener como protagonista un actor no profesional, que además -dicho por él mismo- vive en su propio Gran Hermano, en el que lo vigilan las 24hs. Parece una ironía.

Garrone lo acompaña con una puesta en escena que oscila entre lo carnavalesco y lo espiritual. En ese sentido, Reality puede leerse también como una parábola contemporánea sobre la fe: Luciano espera una “señal” del programa televisivo como otros esperan una revelación divina.
Desde la Segunda Guerra Mundial, cuando en la radio aparecían los testimonios de familiares de soldados que querían encontrarlos, los programas que involucran historias de vida se convirtieron en éxito. En el 2000, en Holanda, surgió el primer Gran Hermano inspirado en el libro “1984” de George Orwell. Años después también se replicó en Argentina. Las familias se juntaban para ver por la televisión quién iba a ser el próximo nominado. Los primeros que salieron de esa casa se hicieron famosos. Silvina Luna, Ximena Capristo, Tamara, Gastón Trezeguet, entre otros. Quienes tenían cierta compañía de cable podían ver las cámaras las 24hs. Los demás consumíamos recortes organizados que creaban una ficción sobre la realidad de los participantes. El hito televisivo de la vida privada en la pantalla se multiplicó por miles de teléfonos transmitiendo la intimidad, la crueldad, la muerte, el amor. Todo parece ficción. Como sentencian en “1984”: La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio.

