El cine de Wong Kar Wai
Redescubriendo “Con ánimo de amar”
En la catarata infinita de películas que se estrenan, tanto en plataformas como en el cine, algo llama a volver a ciertas obras audiovisuales que fueron un hito. Después de 25 años desde su estreno este es un clásico que merece no caer en el olvido.

El contexto en el que circula “In the Mood for Love” (2000) es el de grandes películas, “Réquiem por un sueño” de Aronofsky, “Memento” de Nolan, “Gladiador” de Ridley Scott. Incluso, la ganadora de la Palma de Oro “Dancer in the Dark” (“Bailar en la oscuridad”) de Lars Von Trier. Traducida como “Con ánimo de amar” es considerada la obra más especial de Won Kar Wai. Aunque haya sido su décima película, incluso habiendo recibido una Palma de Oro en el Festival Internacional de Cannes con “Happy Together” (1997), el cineasta no se considera un Director de cine con mayúscula. Eso nos da una pauta de cómo es este bicho raro del cine de Hong-Kong. Casi todo lo resuelve en el set de filmación, los guiones los escribe él mismo y desde las imágenes. Lo que los personajes hacen en la escena se ve en el rodaje. Improvisa mucho, pero no hace mil planos de una misma toma. El director de fotografía es el mismo en todas sus realizaciones, un dúo que no necesita detalles a la hora de filmar. La confianza es mutua. Las gafas negras que nunca se saca, acentúan el instinto cinematográfico.

Entre los naranjas y los verdes aparece la historia del Señor Chow (Tony Leung) y la Señora Chan (Maggie Cheung), dos vecinos que descubren que sus respectivas parejas los engañan. En el ruido de las casas en donde alquilan habitaciones, fuera de campo, sus cónyuges se enamoran. Ellos asisten al engaño, a cuentagotas. Nunca vemos a los antagonistas, no vemos venir que se van juntos. El encuentro casual en el que descubren el secreto se convierte de a poco en algo más íntimo. El tiempo juntos habilita deseos individuales que eran relegados.
El trabajo de los actores es un punto clave en esta historia. Maggie Cheung, con su mirada contenida, llena de secretos, habla sin decir una palabra. Tony Leung, siempre perfecto, atrapado entre la honra y el deseo, se anima a otra propuesta. Se arroja al vacío sin suerte. “No somos como ellos”, dice ella. ¿Qué es ser como ellos? ¿Acaso no le corresponde, por derecho, permitirse esa aventura? En “El retrato de Dorian Grey”, Oscar Wilde pone en voz de uno de los personajes la siguiente reflexión: “Mi querido amigo: los que no aman más que una vez en su vida son los verdaderamente superficiales. Lo que ellos llaman su lealtad y su fidelidad lo llamo yo sopor de la costumbre o falta de imaginación en ellos. La fidelidad es a la vida emocional lo que la estabilidad es a la vida intelectual: una simple confesión de fracasos”. ¿Pueden ser enjuiciados los primeros infieles? No, están viviendo egoístamente su única vida. Polémico. En la película no hay escándalos, no hay llantos. Se acepta como una cruel jugada del destino el final de sus matrimonios. Ensayan diálogos y transitan ese dolor juntos. Gritamos desde este lado de la pantalla, necesitamos verlos abrazados. Necesitamos ese beso, los brazos, las lenguas, las piernas, la mañana al otro día.
¿Alguna vez sentiste que podías tocar el amor, y cuando estabas por hacerlo se te evaporaba? La sutileza de las imágenes de Won Kar Wai transmite más de lo que muestra, flota en el aire lo que nunca fue. El título de la película se presenta más literal que nunca, hay deseo de amar. ¿Pero no basta lo que está siendo? ¿Lo que nunca fue sería la cotidianeidad de una pareja convencional?
Esas preguntas las aborda Kar Wai en las otras dos piezas que forman parte de la trilogía audiovisual junto a “In the Mood for Love”. “Días salvajes”, y “2046” a medio camino entre Hong Kong y Singapur en la década de los 60, amores que corren detrás del tiempo.
Las locaciones, los pasillos y callejones que funcionan como laberintos en cada escena. Una historia de amor contada desde las características del género policial o de suspenso. Las víctimas buscan explicaciones, investigan, ensayan hipótesis. Las sombras alargadas, las luces tenues, la lluvia que nunca se detiene, todo está diseñado para traernos esa sensación de algo que nunca fue, de un amor imposible que se consume en las miradas, en los gestos tímidos y en las palabras que no se dicen. Aquí no importan los besos. Aquí importa la espera. La ansiedad de lo que podría ser, de lo que nunca será.
El tiempo y el espacio en contrapunto. Los cables telefónicos, el silencio del otro lado de la línea, los fideos compartidos. Una urdimbre imposible de hechos sin peso, del día a día. Los personajes esquivan la decisión final. Won Kar Wai capta la contradicción.
Y aunque todos soñamos alguna vez el amor que describe Sabina “Yo no quiero un amor civilizado /Con recibos y escena del sofá/ Yo no quiero que viajes al pasado/ Y vuelvas del mercado/ Con ganas de llorar…Porque amores que matan nunca mueren”. Qué lindo el barro cotidiano, la hamaca en el patio, el asadito del domingo, la vida juntos.
