Vermiglio: zona de promesas

La segunda obra de la italiana Maura Delpero aborda el tema de la guerra desde un pequeño pueblo en la montaña, en la zona del Trentino. ¿Cómo son atravesados los que no están en el frente de batalla?

Podríamos pensar en esta película a partir de las palabras de Natalia Guinzburg (1916-1991), aquella increíble escritora italiana: “Hay una cierta monótona uniformidad en los destinos de los hombres. Nuestras existencias se desarrollan según leyes viejas e inmutables, según una cadencia propia uniforme y vieja. Los sueños no se realizan jamás, y apenas los vemos rotos, comprendemos de pronto que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad”.

Vermiglio (2024) es un drama de época dirigido por la italiana Maura Delpero. Esta directora y guionista realizó sus estudios en Francia e Italia pero también cursó Teatro en Buenos Aires, Argentina. Este dato no es menor ya que su primer largometraje Hogar (2019) fue coproducido entre ambos países y recibió la Mención Especial en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

El film transcurre en el valle de Vermiglio, en la región de Trentino, al norte de Italia, cerca del año 1944, cuando la Segunda Guerra se siente más como algo pronto a finalizar que como una amenaza concreta. La película, sin embargo, no es una crónica de la guerra. Ese es el contexto pero que apenas interfiere en la vida cotidiana, el acento está puesto sobre lo que sucede puertas adentro: los vínculos familiares, los secretos, la disciplina, los roles heredados, los cuerpos contenidos. Y, sobre todo, lo que se reprime. Delpero no filma tanto los hechos como las atmósferas, lo que da como resultado una película lenta y sensible.

En el centro de esta historia está Cesare (Tommaso Ragno), el maestro del pueblo, interpretado con una mezcla de severidad y dulzura. Es la imagen de un hombre que hace lo correcto y al que las pasiones no lo dominan. Impone autoridad sin violencia. Junto a él, su esposa (menos visible, más silenciosa) sostiene la estructura emocional de la familia. Tienen ocho hijos, y es sobre la mayor, Lucía (Martina Scrinzi) en donde se va a focalizar el conflicto. Al pequeño pueblo, en medio del invierno llega Pietro (Giuseppe De Domenico), un desertor siciliano que ha llegado junto al primo de ésta. Su presencia revoluciona a todos los habitantes. Nadie parece muy contento, sobre todo porque muchos todavía tienen a sus hijos en el frente de batalla. Las actividades de la comunidad terminan cruzando a Pietro y Lucía, hasta que se enamoran.

La historia va a dialogar permanentemente entre lo personal y lo político. Como en los cuentos de Natalia Guinzburg hay una forma de mostrar a las personas del pueblo de manera amorosa. Todos actúan sin maldad aunque terminen siendo unos villanos. Inocentes y mal llevados. Las mujeres de la casa tienen que resolver solas los sentimientos y el cauce de sus deseos. Lucía es el ejemplo más claro y lo representa a través de su actuación. Su cuerpo habla por ella: la rigidez, la forma en que cruza los brazos, la manera en que camina con la cabeza baja pero los ojos atentos. Está atrapada en el medio de la montaña, con su condena, pero también es dueña de una chispa que no se resigna. En un entorno donde las mujeres nacen para casarse, cocinar, parir y callar, ella empieza a respirar distinto. Es una figura de ruptura, y sus hermanas sin saberlo son quienes la van a sostener.

Desde hace varios años, son cada vez más las directoras mujeres que han tomado el cine en Italia. Podemos pensar en Paola Cortellesi con “Siempre nos quedará mañana” (2023), Alice Rohrwacher con “Lazzaro feliz“(2018) y “La Quimera” (2024) o Margherita Vicario con “Gloria” (2025). Este cine se caracteriza por nuevas perspectivas, ya sea sobre hechos del pasado o del presente pero con un toque de humor contemporáneo y ácido. Vermiglio se suma a estas. En este sentido, en una entrevista que le realizaron a Maura, la directora, comenta lo siguiente: “Me interesaba contar la guerra desde el punto de vista de las mujeres, de quienes no fueron al campo de batalla. Se la contó mucho desde un punto de vista épico, adrenalínico, de sangre, de batalla. Y muy poco desde la perspectiva de esas mujeres que se quedaron en las cocinas luchando para que no se murieran sus bebés”. Ellas son, efectivamente, las grandes protagonistas de Vermiglio.

En este pequeño pueblo, protagonista y escenario de la película, sus habitantes tienen que aprender a lidiar con lo que les toca. Como los procesos, el tiempo del relato es lento, pausado. Retomando a Guinzburg y los sueños: “Apenas los vemos rotos, nos oprime la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en este alternarse de esperanzas y nostalgias”. Adaptarnos a lo que nos dejan las estaciones.

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