El Juego de las Estrellas de la Superliga de Básquet Recreativo transformó el estadio de Banda Norte en una fiesta. Luces, música, familias, reencuentros y un empate pactado que contó otra cosa: aquella noche no se jugaba por resultado. Entre quienes volvieron a pisar la cancha estuvo Lucas Barlasina, una de las leyendas del básquet riocuartense, que narró lo que sintió al volver a encontrarse con su deporte.

Había una luz violeta recortando el humo. La pelota todavía no había picado, pero la noche ya estaba adentro de la cancha. El Estadio de Banda Norte, escenario de tantas historias épicas del básquet riocuartense, vibraba. La Superliga de Básquet Recreativo había organizado su Juego de las Estrellas, y la ciudad respondió: tribunas llenas, chicos en primera fila, familias enteras esperando escuchar un nombre conocido en la voz del conductor que salía por los altoparlantes.
Hubo música, presentación jugador por jugador, mascota en escena, animación en vivo, transmisión por YouTube, premios, un concurso de triples y hasta el sorteo de una moto entre el público. El básquet, por una noche, se vistió de espectáculo.
Los equipos también contaban una historia. Fabián “Chino” López y Sebastián Irusta dirigieron al Team Black, mientras que Horacio Freire y David Franke estuvieron al mando del Team Orange. Entrenadores con mucho recorrido en el básquet riocuartense que tuvieron una suerte de homenaje a sus trayectorias, y que domingo tras domingo siguen dando indicaciones detrás de la línea en la Superliga. Esta vez, fueron los encargados de elegir a los jugadores de los coloridos equipos. Ex jugadores, figuras actuales de la Superliga y algunas leyendas compartieron parquet como si el tiempo pudiera plegarse sobre sí mismo.

El partido fue digno en los primeros cuartos, jugado con ritmo, ganas y destellos técnicos. Después, se volvió abrazo, sonrisa, guiño y complicidad. Sobre el final, un detalle que lo sintetizó todo: uno de los árbitros se permitió “manipular” el reglamento para llevar el partido a un empate final en 75 puntos ante el acting de los entrenadores que parecía no podían creer lo que veían. No fue casual, ni un descuido, ni un error. Fue una decisión que decía sola lo que nadie necesitaba explicar: Esa noche, no había nada que ganar. Todos ya habían ganado.
“El básquet, esta vez, era compartir”, dijeron después varios. No hacía falta un ganador. Las familias, la ciudad, la memoria del deporte, el reencuentro. Todo se prestó para vivir una noche inolvidable. Y no fue solo una fiesta deportiva: todo lo recaudado fue destinado a la Fundación Dignamente, organización que trabaja junto a escuelas y familias en educación afectiva y acompañamiento social. El básquet, además de espectáculo, fue gesto.
Entre los protagonistas de la noche estuvo Lucas Barlasina, una de las leyendas invitadas. Alero de 1,93, formado en Banda Norte, campeón de la Liga Cordobesa 2003/04, con pasos por San Martín de Marcos Juárez, 9 de Julio de Río Tercero, Boca Juniors, Monte Hermoso, Rocamora, Central Argentino y la Selección de Córdoba. Jugó en todas las categorías del básquet argentino —desde la Provincial hasta la Liga A— y hacía tres años que no tocaba una pelota en una cancha. Volvió, esta vez, como parte de una postal colectiva.

“La organización estuvo espectacular. Se notó que hubo mucho laburo detrás. A mí me tocó ser una partecita de un todo y lo disfruté muchísimo. No tenía la necesidad de volver a jugar, pero sí disfruté de estar ahí, del contexto, de la gente, del clima”, dice Lucas.
Cuando se paró en el parquet, se reencontró con varias cosas. El aro, la madera, el murmullo previo al pique. Y a alguien más: su hermano Luciano Barlasina, jugador actual de la Superliga.
Volvieron a jugar juntos después de años. No era una final, no era un partido por puntos. Era algo más íntimo.

Y hubo un momento que expuso algo más íntimo. Durante la transmisión, mientras la pelota corría, se dijo que Lucas estaba para jugar tranquilamente en la Superliga, incluso en el asociativo, a pesar de sus 42 años. Él sonrió cuando se lo mencionamos después. No por falsa modestia, sino porque entendió lo que significa haber pasado esa etapa.
“Pasa que una cosa es estar bien físicamente, ir al gimnasio, sentirte sano. Pero el básquet es otra cosa. El básquet te exige estar adentro todos los días: entrenar, sostener ritmo, competir. Yo ya viví eso muy intensamente. Por eso hoy lo disfruto desde otro lugar. No tengo la necesidad de volver. Y eso también es parte de haber cerrado bien mi carrera”, expresa con la seguridad de una decisión tomada con respecto al deporte. Lo dice sin nostalgia, sin la herida de quien mira hacia atrás con deseo de retorno. Lo dice como alguien que se sabe formado por el básquet, pero ya no condicionado por él.
La noche también confirmó algo que Lucas piensa desde hace tiempo: que la Superliga no compite contra el básquet asociativo, sino que lo expande: “Esto complementa. Había un espacio que no estaba y ahora existe. Gente que había dejado de jugar tiene dónde hacerlo. Chicos ven a sus padres jugar y eso genera entusiasmo. Lo que se vivió el sábado es todo positivo”.
Concurso de triples, mascota, luces: un show del básquet riocuartense.

La última imagen de la noche fue la más elocuente. Jugadores y familias mezclados en el parquet. Chicos pidiendo fotos, padres señalando camisetas, hermanos abrazándose, entrenadores saludándose como si el tiempo hubiera dado una vuelta completa.
La pelota rodó despacio hacia un costado. La fiesta se apagó de a poco. Pero el clima quedó suspendido. No hubo marcador que definiera nada. El juego no necesitaba un ganador.



Excelente nota y realmente quienes lo disfrutamos a la distancia lo vivimos como si hubiéramos estado ahí. Una hermosa iniciativa de la superliga, con gente del bien y dos relatores de lujo Bruno y Dario. Por muchos eventos más como estos. Genio Lucho 🙌