Nicanor Rins tiene 20 años, juega al rugby desde que tiene memoria y cumplió su mayor sueño: vestir la camiseta argentina en un Mundial. Desde Río Cuarto hasta Italia, con Uru Cure como raíz y Los Pumitas como bandera, fue parte del equipo que logró la histórica medalla de bronce en el certamen M-20.
Créditos: Al Toque Deportes

Volver a casa después de vivir un Mundial no debe ser sencillo. Menos cuando el viaje soñado termina en el podio, con una medalla al cuello y una emoción difícil de traducir. En su regreso a Río Cuarto, con los pies en el club de toda la vida y el corazón todavía latiendo al ritmo del himno argentino cantado en Italia, Nicanor Rins intenta asimilar lo vivido. Tiene 20 años recién cumplidos, y fue parte del plantel argentino que se subió al tercer escalón del Mundial M-20 de Rugby.
“Me siento muy alegre, muy contento por lo que se logró allá. Fue un orgullo gigante”, dice. No lo dice desde la euforia, sino desde el agradecimiento. El bronce conseguido por Los Pumitas —el segundo en la historia del país en esta categoría, tras el obtenido en Inglaterra 2016— fue el resultado de un proceso largo, intenso y compartido, en el que también aportaron quienes, como él, no tuvieron muchos minutos en cancha pero estuvieron en cada entrenamiento, cada charla técnica, cada merienda y cada abrazo.

“Es un rol que uno no tiene en la cabeza, pero son situaciones que van tocando, situaciones que a uno le van poniendo y uno lo va tomando de la mejor forma. Como siempre dije, creo que es un sueño que venía teniendo desde hace muchos años. La verdad que es hermoso estar adentro del campo, aunque lo poco que me tocó fue una locura. Pero también aprendí a disfrutar de ese otro lugar: hablar con los entrenadores, vivir el día a día con mis compañeros, apoyar desde donde tocara. Lo viví como un sueño”, cuenta el riocuartense.
No, yo creo que que lo pude lograr y creo que el lugar que me tocó, estoy agradecido, obviamente que como jugador me hubiera gustado jugar más minutos, me hubiera gustado estar más dentro del cancha, pero me tocó estar en un lugar donde jugaba con los chicos de otra forma, donde hablaba con los entrenadores, donde me sentí cómodo, la verdad, más allá de toda la cuestión que, obviamente, es hermoso estar dentro del cancha, aunque lo poco que lo viví fue una locura, fue un sueño, y nada, la verdad que, nada, muy agradecido del viaje, muy agradecido de los amistades que me pude hacer con los entrenadores que fui, con los médicos, kinesiólogos, que son personas realmente brillantes.

El camino hasta ese sueño empezó temprano, a los cuatro años, en Uru Cure. Como si el rugby ya viniera escrito en su apellido. Su abuelo jugó. Su papá jugó. Sus tíos, sus primos, sus hermanos. “Hubiese sido medio imposible escaparle al destino”, admite entre risas. Pero si algo le enseñó el deporte, es que las herencias solas no alcanzan. A lo largo de los años, fue construyendo su propia historia: divisiones formativas, primeras convocatorias, campeonatos argentinos juveniles, entrenamientos con el PlaDAR (Plan de Alto Rendimiento) en Córdoba, concentraciones, lesiones, regresos.
“Me corté los cruzados en el primer partido en M-19 contra Tala, y eso lejos de tirarme abajo, me motivó más. Me dije que tenía que volver más fuerte”. Y volvió. Con más fuerza, sí, pero también con más claridad: que no hay sueño sin sacrificio. Que todo esfuerzo, por más invisible que parezca, siempre suma.
Un’estate italiana
Durante el Mundial, Argentina compartió el Grupo B junto a Gales, España y Francia. En el debut venció 34 a 27 a los galeses y luego logró una remontada clave ante España por 33 a 30. En la tercera fecha cayó frente a Francia 52 a 26, en un partido en el que Nicanor tuvo algunos minutos en cancha. Sin embargo, el riocuartense destaca el encuentro ante los ibéricos como un punto de inflexión en el certamen, ya que se pudieron dar vuelta el marcador.
“Era un equipo que se plantaba muy fuerte y nosotros desde un primer minuto sabíamos que nos costaba despertarnos en los primeros tiempos. En el segundo tiempo salíamos a jugar en otro juego y ahí mostramos todas nuestras cartas. Creo que fue un partido muy lindo, donde pudimos aprender mucho para al final poder implementar todo lo que vinimos trabajando. Así lo hicimos en el partido por el tercer puesto contra Francia, donde pudimos plasmar al 100% nuestro juego”, valoró Rins.

Con esos resultados, el equipo argentino clasificó segundo en su zona y enfrentó en semifinales a Sudáfrica, que se impuso con autoridad por 48 a 24. En el duelo por el tercer puesto, Los Pumitas volvieron a cruzarse con Francia y se tomaron revancha: fue triunfo 38 a 35, con remontada incluida en el complemento -al igual que ante España- y medalla de bronce en el cuello.
“En ese partido pudimos estar concentrados desde el primer minuto. Plasmamos todo lo que veníamos trabajando. Había cosas que no habíamos podido hacer en el partido anterior con ellos, y esta vez salieron. Fue un gran cierre”, repasa el jugador de Uru Cure.
El resultado no fue lo único inolvidable. Estaban todos ahí: sus padres, sus cuatro abuelos, su padrastro. Todos viajaron a Italia para acompañarlo. Para verlo cantar el himno con la camiseta argentina, para abrazarlo después, para confirmar con los ojos lo que ya intuían desde siempre: que ese chico que entrenaba todos los días en silencio había llegado. “Cuando estás ahí, con la camiseta puesta, con tu familia en la tribuna, al lado de tus amigos… no sé, es algo que no se puede explicar. Es muy emocionante”, admite.

– ¿Vos te imaginabas en algún momento o ya dimensionaste que estuviste con la camiseta de Argentina en un mundial?
– Yo creo que siempre lo soñaba, siempre lo tuve en mente. Estás todo el día trabajando para eso, pero creo que cuando te pones la camiseta, no la dimensionas, o sea, lo grande que es, lo que impacta. A nivel de uno mismo, de tu familia, de tus amigos, de tus entrenadores. Creo que es algo muy lindo, es un momento muy especial, y más que todo, porque lo pude vivir de una forma muy única con toda la gente que me acompañó y que estaba ahí. Cantar el himno, estar al lado de tu amigo cantando el himno, y que tu familia está cantando el himno en las gradas, es algo verdaderamente emocionante.
Hoy, de regreso, la rutina lo espera. Los entrenamientos en el club, los afectos de siempre. Pero algo cambió. Lleva consigo una experiencia imborrable, una madurez que no se enseña en ninguna cancha y la certeza de que aún quedan muchos capítulos por escribir. Porque una cosa es soñar con vestir la celeste y blanca. Y otra muy distinta es hacerlo realidad.
Nicanor Rins ya lo sabe. Lo vivió. Y lo guardará para siempre, como quien, alguna vez, tuvo el bronce entre las garras.
