Dos Cruces, en memoria de un crimen atroz

Más allá de las distancias, carencias y severas dificultades para la vida, por 1863 la Villa de Río Cuarto y las postas y pueblecitos cercanos se mantenían informados, no sólo de las cuestiones oficiales por medio de los chasquis, sino de algunas cuestiones comerciales y hasta sociales de interés común. En tal estado, llegó la noticia verbal de un cruel doble crimen que repercutió en la sociedad riocuartense, pues, se trataba personas mayores muy conocidas y con influyentes familias arraigadas en el lugar.                                        

Ubicado al sudoeste Río de los Sauces, pueblo a la vera del río homónimo, a pocos kilómetros, se encuentra un camino que conduce a dos cruces de hierro enclavadas en sendos montículos, dentro de una propiedad privada.                             

El suceso

Cuenta la historia oral que en este sitio fueron martirizados dos reputados vecinos de la zona: José Apolinario Claro (1800 – 1863) y su yerno Sinforiano Bargas Tissera (1821 – 1863), a manos de quien fuera un peón del primero y otro personaje anónimo que integraban las huestes del caudillo federal Ángel Vicente El Chacho Peñaloza que andaban de paso por la región con rumbo a Córdoba.                                       

Los cuerpos mutilados fueron arrojados desde una barranca, en donde luego los familiares y pobladores vecinos entronizaron las cruces como homenaje a los difuntos.

Las Dos Cruces se encuentran a tres kilómetros aproximadamente de la localidad y fueron mandadas a fraguar en memoria por las muertes de Claro y Vargas. Los crucifijos tienen una altura aproximada de dos metros de hierro forjado en cuyo centro están escritos los nombres de los ajusticiados.  

Una memoria algo distorsionada cuenta que: “Dos vecinos del lugar, Apolinario Claro y Sinforiano Bargas, denunciados por uno de sus peones, fueron mandados a castrar y degollar por el caudillo Ángel Vicente “El Chacho” Peñaloza, general del Ejército de la Confederación Argentina, los cuerpos después del acto fueron arrojados a una barranca que se encuentra actualmente cerca de las cruces”. El suceso en verdad ocurrió, pero, sin la participación de Peñaloza, quien quizá nunca se enteró del crimen ocurrido; pero, la antipatía por los caudillos federales fomentaba enrostrarles cuanto sucedía.

En verdad, lo sucedido en Río de los Sauces, ocurrió a mitad de 1863, y siguió vivo en la memoria de la gente serrana por años. Estos dos crímenes atroces fueron fruto de una venganza, a su vez, en un momento de luchas entre federales y unitarios que tuvo a este lugar como paso de la montonera del caudillo riojano. En tanto Las Dos Cruces, que se erigen sobre la aridez y soledad de las sierras chicas, y nos recuerdan a las víctimas de lo pasó aquel martes 9 de junio. A través de pocos datos documentados más lo que la tradición oral mantuvo, existe un trabajo de recopilación con las versiones de lo allí ocurrido.

Las dos cruces, en la falda serrana

Los protagonistas

Se dice, que don Apolinario Claro, estanciero, juez de Alzada e integrante de una tradicional familia de la zona, un tiempo atrás, tuvo en el cepo al paisano Rufino Areco, un cuatrero, decían algunos, o bien, un “agregado” a la casa de los Claro, según otras versiones. Se lo acusaba considerado el supuesto autor del robo de una vaquillona que el funcionario tenía reservada para las Pascuas; asimismo, de haber desobedecido la orden de no portar ni usar cuchillo en las cercanías de “las casas”, ni dentro de la propiedad de la familia, en prevención de las continuas riñas de los lugareños.                                                  

Lo cierto fue que Areco, verdaderamente recibió algún tipo de ajusticiamiento por parte de Apolinario, aunque las razones del castigo difieran en los relatos. A propósito, Francisco Espejo, vicedirector de la Escuela Nacional nº 16, dejó escrito en 1921 que,  Apolinario Claro “administraba justicia, allá por los años de las luchas entre rojos, y en el que el “Chacho” era derrotado por el coronel Sandez en Lomas Blancas; era Claro un hombre despótico, cobarde y atrevido, desempeñaba las funciones de Juez de Alzada; más que un juez, era caudillo. Para castigar a los que cometían faltas graves o leves, los hacía atar en un robusto e inclinado tronco de algarrobo, en el lugar denominado San Francisco, y los azotaba boteándolos luego. Halló fin su corta acción caudillezca y su vida, en manos del crimen vengador. Areco, su vengador, por una ley paripatética del destino fue repudiado y abandonado por sus propios hijos, por homicida y mal padre. ¡La Pampa guardó en sus entrañas al hombre!”

También es cierto que Areco, que vivía por los alrededores, se unió luego a las huestes del Chacho Peñaloza, y que, en oportunidad del paso por Río de los Sauces, con un gran ensañamiento arremetió contra el juez y su infortunado yerno Bargas; al parecer, por no haberse encontrado el hijo de Claro en la casa, al que también habrían buscado. Se cuenta que, en su recorrido hacia Córdoba, Peñaloza y su gente se encaminaron desde Alpa Corral hacia Río de los Sauces, y en su andar arreaban caballos, además de alhajas y prendas de las viviendas asaltadas. El paso de las tropas chachista por Río de los Sauces, produjo el saqueo y desmanes en el tradicional almacén de don Braulio Gigena, quien salvó su vida escondido entre las piedras a orillas del río.

Fue muy cerca de esta villa donde Rufino Areco, aparentemente con otro montonero, se dirigió hacia la estancia de Apolinario Claro que, al igual que todo el pueblecito, estaba informado de la llegada de la gente de Peñaloza. Seguramente, la presencia de algún conocido no lo hizo dudar en salir de la casa. Lo que no sabía es que lo buscaban con ansias de venganza. Así, junto a su yerno, que ocasionalmente estaba en el lugar, fueron llevados atados de espalda codo a codo a no gran distancia de la vivienda, a orillas de un arroyo entre pequeñas barrancas, donde las víctimas fueron primero castradas y luego degolladas, provocando sin dudas ambas muertes espantosas. El ensañamiento con que se llevaron a cabo los crímenes, es coincidente en todas las versiones del hecho. Las muertes fueron horribles, considerando que las mutilaciones genitales fueron realizadas antes de morir, es decir con ellos vivos, previamente a ser ultimados a puñaladas.

Homenaje de la Juntas de Historia de Río Cuarto en el siglo XX.

El testigo

Un lugareño, Germán Sosa en 1923 tenía once años, cuando escuchó el relato del “Piche” Sosa, un pastor octogenario, que fue testigo directo de la masacre: “El Piche Sosa, de 20 años de edad, cuidaba una majada entre el monte, sobre una loma. Desde allí oye el retumbar de caballos que se acercan y observa que cuatro hombres se pierden en los churquis del bajo. El pastor, entonces, oye gritos de dolor, más gritos y un agudo quejido, como cuando se degüella un cabrito. Salen luego dos jinetes que desaparecen hacia el cercano poblado de Río de los Sauces. Recién al día siguiente se encontraron los cuerpos mutilados por castración y posteriormente degollados”. Así contó su recuerdo al matrimonio de Ana y Louis Antelme, historiadores de Berrotarán. A su vez, Luci Bringas aclara que: “hay quienes piensan que el Chacho ni se enteró de este crimen; esto fue una venganza que aparentemente ejecutaron Areco y otro montonero”.

Aunque no hay datos que lo confirmen, se estima que los dos mojones con sus cruces, ubicados exactamente en el lugar donde el juez y su yerno encontraron la muerte, fueron levantados cuando sepultaron los cuerpos dos días después, el jueves 11/6/1863. En los herrumbrados símbolos puede leerse claramente: “Acá mourió el mártir. Del 9 de junio de 1863 Dn. S.B. Q.E.P.D.” en una, y “El 9 de junio de 63. Acabó aquí Dn. Apolinario Claro” en la otra.

APOLINARIO CLARO: Nacido en Río Cuarto el 24/7/1800 y bautizado José Apolinario Claro fue hijo del comerciante español, estanciero, notario eclesiástico y funcionario del Cabildo de la Concepción, don Francisco de Paula Claro (1775 – c.1820) y doña María Gutiérrez, unidos en matrimonio en El Cano de Calamuchita. Se casó con doña María Dominga Arias de Cabrera, sexta nieta del fundador de Córdoba don Jerónimo Luis de Cabrera. Apolinario desposó por 1822 a María Francisca Arias en San Agustín. Murió a los 62 años el 9/6/1863, sepultado dos días después.

SINFORIANO BARGAS: Tercero entre siete hermanos, Sinforiano  Bargas  Tissera,  nació  en  1821.  Hijo del mendocino Pedro Bargas (1787 – 1852) y doña Teresa Tissera ( * – 1842) avecindados en la Villa de la Concepción, cabildante y comandante de milicias. Casado en Córdoba con doña María Amalia Claro Arias de Cabrera (hija Francisca Arias de Cabrera y Apolinario Claro). Victimado el 9/6/1863 fue enterrado el 11/6/63.

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