Un final previsible
“La Cañonera” se terminó hundiendo en el polvo
Nuestros mayores solían cuestionar aquello de la “piqueta del progreso” cuando para el avance de las nuevas formas arquitectónicas, se propiciaba la destrucción de edificaciones antañas, más allá de su mayor o menor línea estética.
Bueno, la piqueta del progreso ha hecho de la suyas en Río Cuarto en los últimos días, al conocerse la demolición del otrora Sanatorio Argentino en la calle Fotheringham, en plena urbe céntrica. Casi con indiferencia, desde días atrás, transeúntes, paseantes y gente en medios móviles, asiste a la caída de las paredes de aquel viejo establecimiento asistencial, hace largos años en verdadera ruina.
Conocido como “La Cañonera” a la luz del ingenio popular, el Sanatorio Argentino del Sud S.R.L. fue un ícono durante varias décadas, cuando se enseñoreaba la medicina privada con los avances científicos y hasta sorprendentes equipamientos, aun por encima de los hospitales estatales.
1939. Sanatorio Grinspan
Por 1939 se habían instalado en Río Cuarto cinco hermanos, de los cuales cuatro eran médicos: Jacobo (clínica general y niños), Mauricio (señoras y partos), Luis (nariz, garganta y oídos) y Ángel Grinspan (bioquímico), y Benjamín, que conocía de la cosa médica en los papeles y rápidamente dejaría al grupo para agruparse con la naciente Clínica del Sud ese mismo año. En la esquina de calle Fotheringham y Alvear alquilaron dos viejas casonas y abrieron sus consultorios para la atención de la comunidad. No tardaron el llamarse a crecer como Sanatorio Grinspan, con el éxito de implantar un original abono familiar con “asistencia médica quirúrgica completa” y “servicio permanente de urgencia” para abonados y particulares. Esta entre las primeras clínicas privadas de la ciudad.
1942. Sanatorio Argentino
Esa demanda propició la adquisición de un espacio mayor a media cuadra nomás, en Fotheringhama 230-40, donde abrió sus puertas la razón social Sanatorio Argentino del Sud S.R.L. con un capital de $ 165.000, incorporándose a los ahora tres hermanos Grinspan (Ángel ya no estaba), los doctores: Sebastián Alonso (cirujano), Juan Ducach (hígado, estómago e intestinos), y Héctor Omar Denner como laboratorista. Era el 12/2/1942 y continuaron aplicando el mismo sistema de abonados en un edificio sólido planificado para sus fines. La gente del campo y las colonias cercanas eran los clientes (pacientes) predilectos para aplicar el sistema reglamentado con tinte socialista.
Fue común que médicos y profesores de Córdoba o Rosario prestaran asistencia en aquellas especialidades que el plantel de la casa no cubriera. Otras clínicas de alta envergadura se sumaron a competir con su oferta médica, casos: Clínica del Sud e Instituto Médico.
1957. La Cañonera
Un cambio social producido en 1957, permitió que el Sanatorio Argentino siguiera adelante, con una nueva orientación médica, a través de los doctores: José Miguel Urrutia, Enzo Criscuolo, José F. Verna, Mario Collados Storni, Carlos R. Ortiz, Florencio Segura, Guillermo Wehbe, Juan Carlos Dorgambide, Raúl Casal, Ernesto Cuenya Quinteros, Omar Ángel Tomasini y Humberto Julio Mugnaini; cada uno de los profesionales puso lo mejor de sus recursos personales para abonar el contrato firmado; aunque, varios de ellos, venía de sufrir persecuciones diversas consecuencia de haber irrumpido la llamada Revolución Libertadora de 1955 y su identificación peronista.
Otros nombres distinguidos fueron los doctores: F. Ponce de León, Miguel Manzur, Carlos A. Oulton, Jorge Lavisse, Andrés Paz Gómez, Hugo Sanabria, Héctor Semprino, Ronald Giraudo, entre tantos y tantos galenos habilitados y eficientes.
En tal estado, no faltó quien con perspicacia e ironía bautizó a la renovada clínica como “La Cañonera”, en clara alusión al navío de bandera paraguaya donde el expresidente Juan Domingo Perón se refugió para partir al exilio, luego de su caída. Lo que pudo ser un agravio o una denostación ofensiva, se transformó en una insignia, una digna señal de identidad; emblema que tuvo en el doctor Humberto J. Mugnaini a su mentor y símbolo viviente del viejo peronismo. No fue extraño que parte de la inmensa legión peronista encontrara alivio y consuelo a sus males.
Pasaron los años, los médicos, los pacientes, pero, el mote “La Cañonera” no se olvidó hasta su mismo cierre en diciembre de 1995.
En algo menos de cuarenta años, el Sanatorio Argentino o “La Cañonera” fue modificando su grilla de médicos y su oferta médica, más sin claudicar con aquella señal de identidad en la pertenencia tangencial al justicialismo. Así se incorporaron otros médicos de prestigio y trayectoria, con los doctores: Alejandro Wagner p., Ernesto Cuenya Quinteros, Luis Jorge Maestre, Juan Federico Támaro, Miguel Ángel Mugnaini, José Alberto Castresana, Alejandro A. Wagner, Rubén Degano, Héctor P. Giribaldi, Enrique Capdevila, María Angélica Buffarini de Mugnaini, Guillertmo Berasategui, Vicente M. Ciuffolini. De una forma u otro, la estampa de la fe peronista albergó en muchos de ellos hasta sus últimos días. Igualmente, a sus enfermeros y auxiliares diversos. Obviamente, la mayoría no están en este mundo para contar las vivencias atravesadas.
1996. Clínica Santísima Trinidad
Apenas con el cierre del Sanatorio Argentino, la Clínica Privada de la Santísima Trinidad “al servicio integral de la mujer y el niño” abrió sus puertas auspiciosamente en enero de 1996 con la dirección del doctor Jorge Remigio, cuyo capital aportaban ignotos empresarios de Córdoba. El sanatorio original sufrió reformas y fue hermoseado a satisfacción de mucha gente que asistió al nacimiento de sus proles.
A pesar de las apariencias, a fines de agosto de 2001 se conoció que la Santísima Trinidad cerraba el establecimiento sin más trámite, con la triste secuela de sueldos sin pagar, desocupados por despidos y cesantías para con los treinta y cinco empleados entre enfermeras, mucamas, auxiliares y administrativos que prestaban su trabajo allí. Suele suceder a veces en medio de la ignominia y la injusticia que desprecia el trabajo ajeno.
2025. Final y telón
Y llegó el presente año, a más de ochenta años lejanos, cuando el hundimiento de las ruinas de “La Cañonera”, a pico y pala, no mortificó a nadie, salvo a los nostálgicos de tiempos que fueron mejores. El abandono, la desidia y la mugre había atrapado en las sombras esos mismos muros donde la vida y la muerte jugaron su partida cada vez. En suma, un destino previsible, porque, seguro ya no había nada por hacer.
