Centenario de la Iglesia de La Merced 

Una casa para la madre de Dios

El sueño realizado de Doña Rafaela Orlando.                                                               

Esta vez, la memoria nos retrotrae a los orígenes del templo de Nuestra Señora de la Merced en el Pueblo Alberdi de esta ciudad, considerando que está próximo a cumplir su primer Centenario junto a la fe y la espiritualidad de un sector ciudadano con historia e idiosincrasia propias. Cien años de catolicismo esperanzado que fue creciendo junto a la devoción por la virgen Generala, regida tempranamente por los padres Escolapios, luego los Oblatos de la Virgen María y en los últimos años por el clero secular. 

Cuando la anciana y muy devota dama, doña Rafaela Orlando viuda de Montanaro (1848 – 1926), conoció personalmente que el humilde Pueblo Almada de entonces no tenía iglesia ninguna; y que, una pequeña imagen de Nuestra Señora de la Merced se veneraba en un galpón del patio propiedad de doña Virginia de Rivarola, donde, sobre dos barricas para yerba, no lo pudo creer. Con sólo imaginar el cuadro, se conmovió de verás cuando lo pudo confirmar personalmente en una visita improvisada al lugar.

Viviendo a una cuadra de la plaza principal, no tardó en convocar a su casa al cura párroco Francisco F. Ferreyra para comentarle su decisión de costear la construcción de una iglesia “para Casa de la madre Dios”, dijo. Transcurría el año 1920 en una Río Cuarto que crecía sin detenimiento ni pausas en distintos órdenes. No hubo demoras y la mujer puso en práctica sus designios benefactores y se puso la piedra fundamental con una sacra bendición.

Don Juan José Almada, había iniciado el loteo y urbanización de algunas de esas extensas manzanas en 1907, habiendo dispuesto en el reparto también un sitio para una iglesia. Visitado el lugar señalado, doña Rafaela no quedó satisfecha con las dimensiones del baldío, por lo que ordenó comprar otro lote aledaño, porque ella ansiaba una construcción monumental “igual a la Iglesia parroquial” del centro. De esos trámites se encargarían, el autor de proyecto don Elvio A. Ferreyra, mientras, don José De Marco tomaría la construcción en sociedad con sus colegas: Manuel Augusto Pizarro, Alfonso Amati y J. Domínguez Leiva. Entre todos ellos planificaron el templo y la casa parroquial, en la esquina innominada de las actuales calles Belisario Roldán y Vicente López, con una inversión inicial de trescientos mil pesos.

Sin pausas se fueron cumpliendo las etapas de la obra que era motivo de asombro, cuya solemne bendición y consagración ocurrió el domingo 31 de mayo de 1925 en medio del orgullo y el fervor de los vecinos. Además, las autoridades eclesiales le confirieron el rango de Parroquia, la segunda en Río Cuarto. Para tales fastos, asistió el Obispo de Córdoba, monseñor José Anselmo Luque; el intendente municipal don Vicente Mojica, el designado primer cura párroco José Vicente Moscone y la benefactora doña Rafaela Orlando.

Fue una verdadera fiesta popular, muy concurrida, devota y comentada. El barrio entero lució embanderado, mientras que una multitud nunca vista levantaba polvareda con su andar por las calles de tierra; en tanto, el estruendo de las bombas estremecía el ambiente y la banda militar del Regimiento 14 ejecutaba sonoras marchas que movían al aplauso espontáneo de la concurrencia.

En el interior de la iglesia, transpuestos los enormes portales de madera, se puso admirar la carpintería del altar mayor trabajada por en el taller de Moscone, Bachella & Cía., decorado por el artista Feliciano Henrión, nacido en Bélgica y venido de Buenos Aires, con experiencia en otras iglesias. Los “sagrados bronces” fueron elevados al campanario tiempo más tarde, dentro del mismo año.

En adelante, casamientos, bautismos, comuniones, confirmaciones, funerales, novenarios, procesiones, recitales musicales, han tenido y tienen por sede a la Iglesia de La Merced que mantiene el simbolismo de la cristiandad y la permanente acción comunitaria; sin olvidar los scouts, el fútbol y el box realizado en el viejo patio. La Iglesia ya es parte de la tradición cultural y el patrimonio edilicio riocuartense, incluida en algunos circuitos turísticos locales. De muchísimos años a esta parte, la procesión de La Merced camina rezando y cantando por las calles del Alberdi cada 24 de setiembre honrando a la patrona del pueblo Mercedario.     No se puede dejar de comentar, la enorme influencia en la educación a partir de la construcción, primero del Colegio Parroquial (1961) para enseñanza primaria, y después del Colegio Lanteriano (1982-1983) para el secundario obra del padre Hilario Bruni, ambos de gran prestigio sostenido en el tiempo.

En 2013 el edificio fue intervenido, con ayuda del Gobierno provincial, para una sustancial puesta en valor con una acertada restauración y obras complementarias en la fachada que cambió la postal clásica del templo de Pueblo Alberdi, durante la gestión el párroco Leonardo Jorge Felizzia. La reparación de techos, grietas, desagües, pintura, ampliación de la explanada, verja, vereda y moderna iluminación ornamental por sistema led, formaron parte de las obras de reformas y puesta en valor del templo parroquial y la casa parroquial, iniciadas unos pocos meses antes. La iglesia cuenta también con un cinerario o cenizario.      Entre 2021-2025 el cura Carlos Alberto Costale es el actual pastor de la comunidad mercedaria.

Doña Rafaela y su vida

Como se acaba de afirmar, la filantrópica y muy católica dama, señora Rafaela Orlando, fuela donante del templo, la casa parroquial, altar, imagen de la virgen y campanas de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.Vivió el tiempo suficiente como para ver su espléndida obra realizada, no más. Desde aquel 24/7/1920 cuando adoptó la excepcional decisión, al día de la inauguración en 1925 pasaron cinco años y uno más hasta su muerte.

Rafaella Orlando -tal su nombre bautismal- nació en Acerenza, pequeña y antigua población en la provincia de Potenza al Sur de Italia, en 1848, como el cuarto hijo del matrimonio de italianos formado por Ángela Amatiello (1810 – 1883) y Donato Orlando.    

Fueron seis los otros hermanos de la mujer benefactora, según el orden que sigue: 1. Canio [Cándido] Orlando; 2. María Lucía Orlando (1837-1875) casada con Canio [Cándido] Montanaro; 3. Antonio Orlando (1840-1890) casado dos veces; 4. Aquí venía Rafaela; 5.  Savero [Saverio] Orlando (1845-1916), fallecido soltero en Rio Cuarto a los 71 años el 18 de junio de 1916 bajo fe testamentaria; 6.  Nicola [Nicolás] Orlando (1851) que la sobrevivió, casado con Ana Josefa Victoria Boccia; 7. Rosa Orlando, casada con Pascual Genovese y padres de Antonia María Genovese. Todos nacieron en la región de Basilicata en la península itálica.

En Italia se casó doña Rafaela con don Antonio Montanaro( * – 1879), de quien quedó viuda siendo muy joven y sin descendencia. Todo indica que Montanaro viajó solo a Sudamérica, residiendo en Guayaquil-Ecuador. El caso fue, que la muerte de su marido ocurrió en la República del Perú, el 6/1/1879 supuestamente en la ciudad de La Serena, cuando estos territorios eran dominio de los peruanos. Por aquí se dedicó a la rentable venta de guano de las aves marinas costeras que en grandes colonias habitaban los acantilados e islas a orillas del océano Pacífico, en el sur peruano desde Isla Vieja a Punta Coles. El excremento, es un fertilizante natural rico en nutrientes generando una gran importancia económica para la época, ya que se utilizaba como fertilizante en la agricultura. Muchos guaneros hicieron fortunas sin invertir en demasiada infraestructura, entre ellos, Antonio Montanaro.

En consecuencia, después de enviudar, como tantos inmigrantes europeos doña Rafaela llegó con su herencia a la Argentina en búsqueda de un mejor pasar, en compañía de alguno de sus hermanos. Una importante cantidad de propiedades, entre campos y casas, la hicieron dueña de una considerable renta que traspasó testamentariamente a familiares.

Atendida por el doctor Gumersindo Alonso, doña Rafaela Orlando murió a los 78 años en Río Cuarto el jueves 7/10/1926, a las 7,15 en su casona de calle 25 de Mayo nº 13 (hoy restaurant La Pancha).

Vale aclarar que la anciana doña Rafaela no pertenecía a ninguna cofradía ni asociación vinculada a la Iglesia, lugares preferidos por las damas de la alta sociedad, donde se distinguían por sus apellidos, sus ofrendas y también por sus buenas acciones para con los necesitados. Tampoco doña Rafaela fue una mujer lo que se dice “desprendida” a la hora de los donativos y la caridad, más bien lo contrario, esto por dichos de quienes la conocieron. Quizá por ello fue que -aunque parezca mentira- su notable gesto apareció primero sorprendente y luego extravagante, para algunos detractores. 

Su sobrino carnal, Francisco Orlando (1853 – 1935), hombre de buena posición económica, fue quien fielmente -sino el único- secundó a doña Rafaela no sólo en su voluntad cuando estuvo en vida, sino que aun después de fallecida su tía él siguió aportando por una década más al sostenimiento de la gran obra iniciada.

Una callecita de Pueblo Alberdi lleva su nombre a pedido de los vecinos que de tal forma han perpetuado su memoria. Hasta donde conocemos sus restos descansan en un panteón de la familia Caramuti, en el Cementerio de la Concepción.

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