EL 16 DE FEBRERO SE CUMPLEN 190 AÑOS DEL ASESINATO DE FACUNDO QUIROGA

Zarpazos del Tigre de Los Llanos en la Villa de la Concepción

La muerte de Juan Facundo Quiroga dejó una herida abierta en el incipiente federalismo que, desde el interior de una nación en pañales, se intentaba desde las provincias frente a los intereses diversos, la mayoría impuestos caprichosamente desde Buenos Aires. Eran las tres intensas y dolientes primeras décadas del Siglo XIX en las provincias de Río de la Plata, cruzadas a sangre y fuego donde la violencia y la muerte se aúnan para hacer y decir el memorial de Patria. Como ha respondido a una constante en hechos parecidos, si bien hubo condenados, la instigación o más bien el instigador quedó sin resolución y la figura de don Juan Manuel de Rosas ha formado parte de las conjeturas. Cientos de páginas se han escrito intentado desentrañar un hecho de alguna manera inexplicable. Que El Tigre de Los Llanos tenía enemigos, ninguna duda, y algunos enconados como Estanislao López también; que los riesgos de una traición lo acecharon, es verdad; que estuvo advertido del ataque final, fue real, so pena de su valentía arrogante. Río Cuarto, entonces una villa de veinte manzanas, vivió o más bien padeció la actuación militar de Quiroga que la Historia ha registrado.

El General va a la muerte

El amanecer bostezaba, clareando el ardiente verano cordobés, entre breñas y pedregales. El carruaje que traía como pasajero al general Juan Facundo Quiroga galopaba un territorio hostil para el valeroso Tigre de los Llanos quien, una vez más, desafiaba al destino por el camino real, entre las postas de Los Talas y Sinsacate, tras dejar atrás la propia de Ojo de Agua. Regresaba junto a su secretario José de los Santos Ortiz (1784) primer exmandatario de San Luis, luego de haber mediado en un conflicto entre enemistados tucumanos y salteños, sobre una galera tirada por seis caballos, sin más escolta que cuatro peones, un par de correos y un postillón, José Luis Basualdo, de apenas doce años, desoyendo las advertencias y custodia que le ofreciera horas antes Juan Felipe Ibarra en Santiago del Estero.

En la semioscuridad el carruaje fue emboscado en el paraje Barranca Yaco por una partida que, oculta en el monte, arremetió a disparos limpios. Quien daba las voces de mando, Santos Pérez un paisano lugareño, cuando Quiroga se asomó por la ventanilla le disparó al rostro; la bala penetró por el ojo derecho y lo mató sin más. El resto fue malogrado salvajemente a chumbos y cuchilladas; Ortiz fue despenado por un facón y los nueve difuntos lanceados sin piedad ninguna. La “sombra terrible de Facundo”, como lo llamaría después Sarmiento, se había desvanecido de repente con una vileza estremecedora. El caudillo tenía 46 años.

Todo había sido planificado y cumplido sin tachas aparentes por los sicarios. Pero, la súbita aparición en escena de José Santos Funes y Agustín Marín modificaron la historia y la posible impunidad de los crímenes. Ellos eran los dos correos que acompañaban a Quiroga quienes se habían retrasado un tanto, y desde la espesura fueron testigos sustanciales de la tragedia y sus posteriores consecuencias luego del juicio sustanciado más adelante, por haber identificado a Santos Pérez al comando.

Toda la responsabilidad cayó sobre el gobernador de Córdoba, José Vicente Reynafé (1792 – 1837), y sus hermanos José Antonio (1798 – 1837), Francisco (1796 – 1840) y Guillermo (1799 – 1837), todos ellos de origen tulumbano, dueños y amos de bienes .

La noticia del asesinato de Quiroga corrió rápidamente por los caminos y las conjeturas. El gobernador Reynafé pretendió culpar al caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, pero, los sobrevivientes de la masacre denunciaron que el autor era el capitán Santos Pérez. Reynafé debió renunciar a ser reelegido e hizo elegir en su lugar a Pedro Nolasco Rodríguez, quien ordenó realizar un juicio, declarándose rápidamente inocentes a los hermanos Reynafé. Claro, también en el ojo de la tormenta, Juan Manuel Rosas ordenó que comparecieran ante un tribunal nacional en Buenos Aires. Al no recibir respuesta alguna, les cortó todas las comunicaciones y el comercio a Córdoba con el apoyo de Estanislao López, que buscaba despegarse de los acontecimientos de Barranca Yaco. Unas semanas más tarde, el gobernador Rodríguez debió arrestarlos, y dos meses y medio después debió renunciar, forzado por la presión de Rosas y López. Los Reynafé, que habían intentado vengarse de Quiroga y ayudar a López, lograron todo lo contrario: el santafesino perdió el control de Córdoba y de Entre Ríos, y con ello todo su prestigio fuera de su provincia.

El 27/5/1837 traspasado un extenso juicio, José Vicente y Guillermo Reynafé (José Vicente había muerto poco tiempo antes) junto a Santos Pérez fueron condenados muerte, ejecutados y expuestos sus cadáveres en la Plaza de la Victoria. En tanto, Francisco Reynafé apareció condenado a distancia.

Juan Facundo Quiroga

Nació el 27/11/1788 en San Antonio-La Rioja, hijo del hacendado de Los Llanos en el suroeste riojano, don José Prudencio Quiroga y doña Juan Rosa Argañaraz, dentro de una familia de cierta raigambre sobresaliente y vida acomodada. Juan Facundo Quiroga, se casó en 1814 con María Dolores Fernández (1801 – 1878), padres de varios hijos: José Camilo (1812 – 1883), Juan Ramón (1817 – 1869), María del Corazón de Jesús (1818), José Norberto (1819 – 1862), Juan Facundo (1820 – 1881) héroe de la Vuelta de Obligado, Antonina Mercedes (1827 – 1863), y Sixto (1831); además, Domingo Jesús Quiroga (1823 – 1906) hijo adoptivo. Tempranamente su padre lo ocupó en el manejo inteligente de la hacienda familiar, aunque la vida militar pudo más, haciéndose granadero de San Martín. Político, militar en el grado de brigadier general, gobernador de La Rioja por breve término y caudillo argentino de las Montoneras de la primera mitad del siglo XIX; partidario de un gobierno federal durante las guerras internas del país posteriores a la declaración de la independencia. Ampliamente reconocido, admirado y querido por sus súbditos y la clase humilde de su pueblo. Su acción y fama trascendió las fronteras riojanas defendiendo su ideario político, en contrapunto al pensamiento de Juan Manuel Rosas, y el patrimonio minero de su tierra, enfrentando a Bernardino Rivadavia y su proyecto de concepción entreguista al interés de los ingleses. Desde muy joven conoció, como el que más, las tradiciones y costumbres criollas de su tierra arisca y la idiosindrasia de sus habitantes que lo idolatraron y temieron por igual. Fue leal y generoso a las causas populares.

El Facundo de Sarmiento

Diez años pasaron, estando Domingo Faustino Sarmiento en su segundo exilio en Santiago de Chile, se dio a escribir Civilización I Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga (1846), libro llamado Facundo a secas, publicado inicialmente como folletín en el diario El Progreso y luego impreso como libro en el mismo año. Llamada a ser una obra cumbre de la literatura y la política argentina, editada y reeditada, estudiada y reestudiada, forma parte de los textos imprescindibles e influyentes cuando se pretende abrevar en la historia de la nacionalidad y su trágico devenir de medio siglo XIX. A propósito, Sarmiento le reconoce a Valentín Alsina: “Escribí este libro que debía ser trabajo meditado y enriquecido de datos y documentos históricos, con el fin de hacer conocer en Chile, la política de Rosas”. Es decir, con su odio y voluntad de desprestigiar a Rosas como pretexto del manifiesto, inmortalizó al Tigre de Los Llanos. Para la cátedra, el Facundo de Sarmiento encabeza un conspicuo ranking con el Martín Fierro de José Hernández, modelos de texto canónico que han trasvasado las generaciones intelectuales y populares con predicamento.

Quiroga y Río Cuarto

Cuando ocurrió el crimen de Quiroga y sus acompañantes, el coronel Francisco Reynafé se encontraba entre la Villa de la Concepción y La Carlota, persiguiendo a una indiada que invadió Reducción entre el 9 y 11/2/1835. En Río Cuarto recibió la noticia, directamente del hermano gobernador, situación que argumentó a su favor para exculparse cuando se intentaba detenerlo. Apenas enterados de la muerte, algunos encumbrados no vacilaron en celebrar lo ocurrido en Barranca Yaco; es más, en la casa del acreditado vecino don Pedro Bargas se realizó un baile celebratorio. Doña Lorenza Reynafé diría al respecto, en defensa de su hermano, que el doctor Santiago Derqui “se dirigió a la Villa de la Concepción; allí dio un baile luego que supo haberse verificado el asesinato, y brindó repetidas veces diciendo: ¡A esta mano se debe el triunfo!” En el interín, oficialmente se fingieron algunas condolencias, tanto como para guardar las formas. Fue el mismo Francisco Reynafé quien expresó el pesar del gobierno y dispuso que Río Cuarto rindiera las honras fúnebres: “Estando penetrado en infrascripto de los relevantes méritos del finado Gral. D. J. Facundo Quiroga, como de que las intenciones del Exmo. Gbno. de Córdoba han sido las más amistosas respecto a aquel Jefe, de acuerdo con el Señor Cura de este vecindario, Maestro D. Valentín Tissera, he ordenado se hagan los honores fúnebres a dicho Sor. General del mejor modo que me lo han permitido las circunstancias y proporciones de esta Villa.” Asimismo, atenido a mantener las apariencias, avisó a Córdoba “que la Sra. María Dolores Fernández, viuda del finado General Brigadier D. Juan Facundo Quiroga, se dirige a Buenos Aires por la ruta de la Villa de la Concepción”, por ello, la viajera fue atendida con esmero “en grata memoria de los distinguidos servicios de su ilustre consorte”. Vale señalar que, iniciado el procesamiento a los hermanos Reynafé, hizo que Francisco intentara acercarse a Córdoba pretendiendo condiciones que aseguraran su vida para entregarse. Empero, en agosto regresaría a la Villa donde no hubo manera de cumplir las órdenes de arresto en su contra. Total que, en complicidad con todos los partícipes necesarios, terminó fugándose de Río Cuarto hacia Rosario y de allí al exilio en Montevideo, en medio de acusaciones y furcios varios; volvió hacia el Litoral donde fue derrotado en Cayastá, muriendo ahogado en el río Paraná en 1840.

La madre del encono

Las complejidades de la hora política y militar trajeron a Juan Facundo Quiroga a la Villa de la Concepción del Río Cuarto, luego de la derrota ocurrida en la batalla de Oncativo donde intentó ayudar al derrotado general Juan Bautista Bustos. El triunfo del general José María Paz el 25/2/1930 movió el tablero en favor de los unitarios cordobeses. En ese trance, el “Manco” Paz encomienda al coronel Juan Gualberto Echeverría “perseguir empeñosamente” a Quiroga que se alejaba hacia Buenos Aires. Echeverría no obedece, creyendo prudente esperarlo en Río Cuarto y cortarle el paso hacia San Luis, fallando su intuición y estrategia porque el caudillo decidió otra cosa.  Unos versos unitarios burlones, señalaban: “Agora si ellos se largan/ Al Río Cuarto o al Tercero,/ la soncera de haberlo hecho/han de pagar con el cuero./ El Chavarría y Paunero/ que están en el Río Cuarto/le han de dar a los mozos/ muchas vacas en un rato…”                                                       A principio de 1931, se producen una invasión santafesina y otra bonaerense sobre el territorio cordobés, fisurando la estrategia defensiva unitaria. Los coroneles Juan Gualberto Echevarría y Juan Pascual Pringles tenían a su mando las líneas defensivas de la Frontera del Sur de Córdoba con sede en Río Cuarto. Así las cosas, apareció en acción Juan Facundo Quiroga bien dispuesto con tropa para ocupar la Villa de la Concepción planteando una jugada de guerrillas y no atacar directamente para adentrarse en la población. La copla cantaba con preanuncio lúgubre: “Dicen que Quiroga viene/ sentadito en una silla/ a darle los buenos días/ al jetón de Echeverría”. En eso estaba, cuando el sargento mayor Prudencio Torres se pasa de bando y anoticia a Quiroga sobre la cantidad de tropas, armas, municiones y tipo de fortificación que disponían en la población. La traición del militar mendocino fue determinante. Poco le costó al experimentado líder riojano adueñarse de la situación y derrotar a los disminuidos defensores entre el 5 y 7/3/1931. La contienda se llamó Sitio y Combate de Río Cuarto, donde Quiroga capturó 413 y prolijamente narrará los hechos de la batalla en comunicación y parte de guerra, decidiendo el traslado de los detenidos por las Achiras hacia San Luis en una penosa marcha, la mayoría a pie, que incluyó a familias y hasta el cura fray Felipe Serrano para asistir heridos y enfermos. Si bien fueron liberados “de sargento para abajo” todos los prisioneros, sólo los superiores quedaron cautivos fueron trasladados a Mendoza. Allí fue cuando el general Quiroga se entera del asesinato del “benemérito general José Benito Villafañe”, ordenando en represalia el fusilamiento de todos los prisioneros de Río Cuarto, quedando documentados veintiséis fallecidos en el registro parroquial de la Iglesia de la Caridad en cuyo cementerio fueron sepultados, quedando inmortalizados como los “Mártires Riocuartenses”. En acciones distintas aunque conexas, al poco tiempo, murieron perseguidos en acción los coroneles Pringles y Echeverría, completándose un cuadro trágico que se guardó en la memoria histórica de los riocuartenses, lejos de cualquier recompensa admonitoria para el general Juan Facundo Quiroga y sus hazañas. Los historiadores Víctor Barrionuevo Imposti y Carlos Mayol Laferrère han escrito con profusión esta parte de la narración.                                                                                                                                         

El poema de Borges

Nadie podrá negar la maestría y emoción del escritor y poeta Jorge Luis Borges a la hora de pergeñar estos versos espléndidos que resumen el final del caudillo riojano:

El general Quiroga va en coche al muere

El madrejon desnudo ya sin una sed de agua
y una luna perdida en el frío del alba
y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.

El coche se hamacaba rezongando la altura;
un galerón enfático, enorme, funerario.
Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
tironeaban seis miedos y un valor desvelado.

Junto a los postillones jineteaba un moreno.
Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!
El general Quiroga quiso entrar en la sombra
llevando seis o siete degollados de escolta.

Esa cordobesada bochinchera y ladina
(meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
Aquí estoy afianzado y metido en la vida
como la estaca pampa bien metida en la pampa.

Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?

Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
hierros que no perdonan arreciaron sobre él;
la muerte, que es de todos, arreó con el riojano
y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.

Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
se presentó al infierno que Dios le había marcado,
y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
las ánimas en pena de hombres y de caballos.

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