A los 81, sigue con el bisturí “por amor a la medicina”

El reconocido médico continúa yendo a trabajar ad honorem todos los días, aunque hace años le llegó la jubilación. Tiene un profundo amor por su profesión. Oriundo de Alejandro Roca, vivió en el hospital Cabrera por 5 años y allí se formó como cirujano.

Nos citó en su segunda casa, el Nuevo Hospital San Antonio de Padua. El ascensor se detuvo en el 5°piso. En un pequeño consultorio nos esperaba él, con una sonrisa dibujada y su guardapolvo semi desprendido. “Ya no tengo trascendencia, a quién le puede interesar lo que diga un dinosaurio como yo. Cuesta creer que a la gente le importe lo que uno tiene para decir”, dice con picardía “Carlitos” Sodini.
El hospital por la tarde, por momentos, parece que duerme. Aturde el silencio. Las corridas urgentes parecen tomarse un descanso. Son las 5 de la tarde y el ventanal gigante que da sobre calle Rosario de Santa Fe hipnotiza. Se ve la ciudad desde lo alto y a cada cual con su historia a cuestas. El entrevistado no disimula cuánto le gusta este sitio. “Vieron esta vista, es hermosa”, comenta con vista dispersa y las manos abrazadas en la espalda.
Finalmente, hacemos la entrevista a metros de los quirófanos, en la sala de médicos, donde por la mañana se discuten diagnósticos y se evalúan pacientes. Con una efusividad encantadora, el doctor Sodini casi que reniega de los tiempos actuales. “Hoy te dicen: los 80 de ahora, no son los de antes. Pero te cuento que uno de 80 ahora se siente mucho más viejo intelectualmente. Antes, no había los cambios brutales que hay ahora. Yo soy de antes de la Tv, de la eco, de la Tac. Yo soy de la época de los rayos x. Parece que no pasaron 80, sino 800 años”, dice de modo afectuoso.

Cursó sus estudios primarios en su pueblo natal y luego se preparó para ingresar al Liceo Militar General Paz, donde completó sus estudios secundarios. El cirujano habla de la importancia de la niñez en la vida de las personas. “Yo soy de Alejandro, un pueblo que en aquel entonces tenía solo calles de tierra. En esos tiempos, era todo amistad, cariño y afecto. Los maestros eran dioses para nosotros. Estoy agradecido al primario. Insisto en la importancia de la niñez, pero no como discurso sino como realidad. Es como cuando plantás un árbol, ¿qué vale? Los primeros años. Si lo regás y cultivás va a salir un árbol bueno. La educación primaria es fundamental”.

-¿Por qué es médico?

-Mi viejo fue médico y yo creo en el destino. Hice medicina, como otro hace ingeniería. Salió como una cuestión natural. Cuando empecé a trabajar me di cuenta que era lo que quería hacer toda mi vida. Pienso que corroborás tu destino o tus facultades en la práctica. Si no tenés apego a la profesión, sufrís; y si lo tenés, lo disfrutás. He disfrutado mucho la profesión. No te voy a mentir: por ahí me llamaban a las 4 de la mañana y tenía que salir corriendo. Pero para mí ha sido todo disfrute.

En un rincón de la sala hay tazas de café, cucharitas, una cafetera. De una pared cuelgan decenas de hojas escritas con cuadros clínicos, horarios y guardias. En la otra punta, dos percheros que sostienen estoicamente los guardapolvos blancos, uno arriba del otro, que descansan del ajetreo de la cirugía matinal. “Carlitos” toma dos latas de gaseosa y ofrece amablemente servirlas en una taza. “Soy un dinosaurio de tres hospitales”, dice con picardía, refiriéndose a su amplia experiencia laboral. Es que este profesional avezado trabajó en los tres: en el Hospital Cabrera, en el viejo Hospital Central y en el nuevo edificio.

-¿Cómo llegó a Río Cuarto?

-En aquellas épocas no había residencias, sino internados. Los médicos que se recibían iban a un hospital y se agregaban a los servicios y veían la especialidad que les gustaba y donde podían ingresar. El viento me tiró acá y acá vine. Al hospital de la calle Cabrera en el año 69. Me recibió un profesional que me preguntó qué quería hacer y le dije que quería trabajar. “Le doy una habitación y comida”, me dijo y así me quedé a vivir ahí. Fueron más de 5 años en la pieza del hospital. Estaba soltero, lejos de mi casa y me quedé a vivir. No tenía auto, andaba a pata. Era un disfrute total.

Las cejas tupidas encuadran sus ojos azules. Habla con nostalgia y satisfacción de los años pasados. Es un agradecido del camino recorrido. “En toda profesión, es importantísimo el ambiente de trabajo, que sea favorable. El destino de mucha gente se va a determinar ahí. Podes recibirte en la mejor facultad, pero hay muchos que no tienen la suerte de desarrollarse en un lugar que te permite formarte. El hospital Cabrera me dio eso, estaba de guardia permanentemente. El tipo de formación era muy buena”.
Cuando dejó de funcionar este nosocomio, en 1978, todos los servicios se pasaron al Hospital Central del barrio Las Ferias, con sus pabellones envueltos en jardines. Allí, Carlitos, siguió cosechando logros y también amigos.

– ¿Desde siempre tuvo mano para la cirugía?

-La cirugía te absorbe, aunque obvio que te tienen que gustar. Es demandante. Fue hermosísimo por un lado y por el otro malo. Me fue muy bien, pero dejé muchas cosas, postergué muchas cosas: mi familia. Mi mujer genial en todo, me ayudó muchísimo. Muchas de las cosas que he logrado, fueron gracias al apoyo que tuve de ella. Trabajaba todo el día: arrancaba antes de las 7, volvía a almorzar y a las 2.30 estaba operando. Los primeros años solo hice medicina hospitalaria y después ya ingresé al ámbito privado, en el Instituto Médico.
Sodini se apura en aclarar que muchos años atrás,” la cirugía general era abarcativa, bien general”. “Nosotros operábamos casi todo, menos traumatología. Después, con el tiempo, se fue delimitando en áreas, como es ahora”.

Cada buen recuerdo le desencadena una reacción física involuntaria en forma de sonrisa. Memorias de los tiempos felices, como cuando era el responsable del servicio de cirugía en el viejo hospital de la calle Mosconi, que tenía 25 médicos a cargo. “Fueron 10 o 15 años. Fueron un grupo de profesionales fantásticos. Ese grupo a mí me ayudó muchísimo. Toda mi prosperidad, mi evolución se lo debo a los colegas, a mi equipo de trabajo. Vos ayudás, pero ellos te ayudan a vos. Igual que el servicio de enfermería, de mucama, instrumentistas, …uno depende ellos. Su rol es fundamental”.

Mueve sus manos de cirujano con rapidez. Vuelca el contenido de la lata de gaseosa en la taza y toma un trago, lentamente. Disfruta de la charla sobre la profesión que abrazó hace tantos años y que aún lo sigue entusiasmando. “La medicina te da la posibilidad de ayudar a la gente. Parece estúpido esto que digo, pero no lo es. Es algo que se siente, lo tenés que sentir y no se puede describir. Yo creo que todos los médicos se preocupan por sus pacientes. El que no lo hace es porque no le gusta lo que hace. Al médico que le gusta su profesión disfruta ayudando. Es un placer especial. Te dicen gracias… y yo pienso, he tenido la suerte de ayudar a alguien”.

-¿Cómo vive un médico perder un paciente?

-Con las pérdidas y los malos momentos, uno se va poniendo un poquito más duro. Por ejemplo, si tenés uno con un cáncer terminal, pensás que no le podés hacer nada… ¡Macana que no!, si le das apoyo a él y a su familia, los ayudas mucho. Es cuestión de sentirlo. Aprendés un montón en este oficio, de la gente, de cómo atraviesa los momentos duros. Entendés, con los años, que los que tienen fe la pasan mejor.

-Usted está jubilado, pero sigue viniendo al Hospital…

-Trabajé hasta que tuve 65 años y a partir de allí ya podía jubilarme. Estaban super cumplidos los años de servicio. La jefe de personal me dijo que tenía que jubilarme y yo quería continuar. Yo también era profesor autorizado de postgrado ad honorem en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba. Cuando me jubilé, quedé como instructor y así es como tengo una función.

En este momento de su vida laboral, entiende cuál es su lugar en este nuevo escenario. “Cuando venís como personal jubilado tenés que saber ubicarte. No tenés que estorbar en ninguna cosa, ni funcional ni del punto de vista legal. Soy un colaborador para lo que me pidan y la paso muy bien”.
Verborrágico y enérgico, disfruta de sus jornadas en el hospital, donde continúa aprendiendo. “Vengo todas las mañanas, religiosamente. Uno aprende de todos… los otros me revuelcan con los procedimientos nuevos y yo me defiendo como gato panza arriba con la experiencia. Yo voy a seguir viniendo acá… tengo pacientes de mi pueblo que sigo viendo. Mientras pueda, lo voy a seguir haciendo. También atiendo algunos días en el Instituto”.

-Esas manos de cirujano, ¿siguen operando?

-Puedo intervenir en cirugías muy sencillas, que sean ambulatorias. Cirugías de muchas horas, la lógica te indica que no tiene sentido. Sí entro a la sala de cirugía y acompaño en lo que puedo. Encontrar a un viejo medio chotito, pero que haga el aguante, es importante.

Esas manos intrépidas tienen mucho para dar todavía. Con la alegría colgada en su gesto de hombre sabio, Carlitos todos los días sube los escalones del Nuevo Hospital. Toma el ascensor hasta el 5to piso. Se deja sorprender por el ventanal y sigue viaje. Seguro, alguien lo espera.

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4 comentarios en “A los 81, sigue con el bisturí “por amor a la medicina””

  1. “Fijate, Javi, qué pasa si cortás ahí”… y toda la cirugía se aclaraba.
    Un afectuoso abrazo al Profesor Sodini.

  2. María del Carmen

    Excelente querido dr. Y amigo!!! Dios bendiga tus maravillosas manos y te dé todo lo.mejor. Gracias por todo el cariño y dedicación que has dado y continuas. Fuerte abrazo desde nuestro pueblo natal, Alejandro Roca.

Los comentarios están cerrados.

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