Entrevista a Alejandro Fara
A sala llena, empezó a rodar “Vidas Crónicas”
Desde chico Alejandro Fara tuvo claro su destino. Se encerraba en su cuarto a comentar los partidos de fútbol que escuchaba en la radio. Lector avezado y exigente, le da batalla a las pantallas con cada libro que abre. Por más de 30 años fue periodista de diario Puntal y nos mostró la realidad con su mirada afilada pero siempre humana. Docente universitario, director de El Otro Punto, y autor. Presentó su primer libro “Vidas Crónicas”, un racconto de historias de aquí y de allá, con su sello. Un repaso por parte de su vida, vivida con sensibilidad.

Fotos: Santiago Melano y Martín Báez
“Nos encontramos en la oficina improvisada”, dice por whatssap. La oficina, es un café del oeste de la ciudad, donde algunas veces se sienta a editar las notas de este periódico. Con la sonrisa colgada y el orgullo sereno, espera. Ya terminó su café. Han sido días de mucha exposición, pero felices. Momentos de cosecha. Alejandro presentó su primer libro “Vidas Crónicas” el lunes 24, en el marco de la Feria del Libro Juan Filloy, en el viejo edificio de Tribunales. Paradójicamente, en un lugar que tantas veces caminó en busca de historias. ¡Si habrá subido esas escaleras, escalón por escalón; si habrá caminado esos pasillos con su morral color chocolate buscando respuestas! Su obra fue presentada con un marco de público excepcional: familia, amigos, colegas y hasta entrevistados que quisieron felicitarlo y darle ese abrazo justo. Llegaba el momento de recibir.
-¿Cuándo apareció la vocación?
–De chico la tuve clara. Desde los 5 años, que aprendí a escribir, ya andaba con una libretita. Anotaba y anotaba cosas sin parar: era mi diario. Era muy fanático del fútbol, entonces todos los domingos escuchaba los partidos por la radio. Parecía un niño viejo (se ríe). Mi programa favorito era buscarme un helado de la heladería Clemente que quedaba cerca de mi casa y me encerraba a escuchar los partidos y a tomar nota de los resultados. Fantaseaba que comentaba resultados, hablaba con los jugadores. Años después, a los 10, tenía un tío que trabajaba en el archivo de Puntal. Antes, las fotos que mandaban las agencias eran en papel, con una calidad medio mala. Las que no servían para el diario me las guardaba en un sobrecito y me las hacía llegar. ¡Imagínate lo que era para mí! Así, encontraba fotos de Maradona, Kempes, las pegaba en mi libretita y comentaba. Lo feliz que me hacía abrir ese sobrecito…

Sus manos narran con él: se mueven como si también tuvieran algo que contar. Los ojos pardos se encienden cuando recuerda sus inicios, aquellos días en que siguió sin dudar la voz firme de la intuición: estudiar Comunicación Social. “Siempre tuve claro que quería escribir. Arranqué con la carrera y ya tenía otras inquietudes. Era época del menemismo, de deudores hipotecarios, personas que perdían casas, campos. Eso empezó por interpelarme como persona y como periodista. Lo del deporte fue quedando al margen. En 2° año envié a Puntal algo de lo que escribía, creo eran poemas. Lo recibió Pablo Mendelevich, quien el director en aquel momento. No sé qué vio, pero me llamó. Así arranqué y el diario fue mi casa por 31 años”.
-¿Recordás tu primera nota?
-Sí, claro. Era diciembre, cerca de Navidad. Mendelevich me pidió que hiciera un informe sobre el uso del preservativo. Esa nota salió ese 24 de diciembre y eran otros tiempos: en aquel momento la curia estaba en contra de su uso, con un posicionamiento muy fuerte, habían aparecido los primeros casos de SIDA. Fue la primera nota que firmé, no me olvido más la emoción que sentí.
La pasión no lo dejaba dormir. Comenta que “era tal la adrenalina que tenía, que a la madrugada salía a tomar un café con alguien, y después pasaba a comprar el diario con la tinta aún fresca en la esquina del banco Popular. Verme ahí publicado era algo impensado para mi…”.
Detallista, puntilloso, riguroso con la información y respetuoso del lector. No había medias verdades. Primaba la certeza. En la redacción, primero, revisaba el texto en la pantalla una y otra vez. Línea por línea. Luego, era común ver al joven Alejandro parado, inclinado sobre el respaldar de la silla, tomando cierta distancia del monitor y analizando palabra por palabra lo que estaba escrito. Seguramente, desde lejos se podría ver algo que en la cercanía se escapaba.

A sala llena, Vidas Crónicas tuvo su lanzamiento en la Feria del Libro
Ese mundo que me gusta
-¿Lo que más te gustan son los temas judiciales?
-Estas coberturas surgieron más como una necesidad del medio. Me lo propusieron, y me animé. Fui encontrando mi estilo. Me interesaba entender a esa gente, por lo general al que se sentaba en el banquillo de los acusados, quienes generalmente están rotulados o catalogados. Aprendí a despojarme de los prejuicios, a escuchar las historias que traían de arrastre. Contar la otra historia, también. El ámbito de la cárcel siempre me resultó atractivo. He ido muchas veces, algunas con permiso, y otras, a inmiscuirme como visitante, en los días de visitas. Para hablar con los familiares e incluso con los detenidos. Haciendo la fila, la requisa. Eso te nutre mucho. Conocí mucha gente, y escuché historias de mucho dolor. Pienso que no se victimizan, te cuentan lo que les pasa. Mas allá de que hay personas que no les gusta esto, que se enojan porque consideran que esas personas son irrecuperables o no deben tener voz. Yo no estoy de acuerdo con esa mirada.
-Entre tantas coberturas, ¿cuál fue la que más tensión te generó?
-La nota a “Pancho” Nievas, uno de los condenados por la masacre del banco Popular Financiero. Lo pude entrevistar en dos ocasiones. Fueron las únicas veces que habló. Aceptó darme la nota, y el encuentro se dio, mira las vueltas de la vida, en la Cámara Dos del viejo edificio de tribunales, donde presenté mi libro. Antes de arrancar la entrevista, Nievas caprichosamente comienza a pedirme plata. Me decía que el diario y yo nos habíamos llenado de plata con su historia. Imagínate que yo era chico cuando ocurrió el hecho. Por supuesto que no accedí, me pareció algo totalmente fuera de lugar. Al final aflojó y accedió a hablar. El valor que tuvo esa nota fue testimonial: escucharlo, ver su falta de arrepentimiento, la inconsciencia de su relato.
-¿Una que te generó orgullo?
-La investigación del tráfico de bebés a fines de los 70. Era un plan sistemático de un médico local con una enfermera que habían montado una organización dedicada a vender bebés. Este hombre tenía una libretita y anotaba a los interesados, les hacía un certificado trucho, todo. Hubo decenas de casos. En un momento fue tan burdo que lo detienen en su casa con un bebé a punto de ser entregado. A esa criatura la rescataron. A él lo detienen, pero por unos días. Esa causa quedó en el limbo, nunca se lo juzgó ni se lo sobreseyó. Ese expediente durmió 32 años hasta que alguien, siempre hay alguien, se decidió hablar y me contó la historia. Al principio pensé que era un fabulador, estuve toda una tarde escuchándolo. Esto merecía un trabajo de investigación. Por semanas fui a tribunales y buscaba en libros de las denuncias de la época, hasta que un día encontré la frase: sustracción de bebés, en 1979. Ahí entendí que lo que me habían contado no era una fábula. Cuando tuve todos los datos, la información bien completa y chequeada, empecé a publicar. Por esos días, apareció el expediente… me gratificó que, ese bebé que iba a ser entregado, conoció su verdadera identidad. El fiscal lo llamó, llamó a la mujer que figuraba en ese expediente y les dijo: esa es tu mamá, ese es tu bebé. Ese bebé tenía 32 años, su nombre es Carlos Calderón y conoció a su mamá biológica que, paradójicamente, vivía a tres cuadras de su casa. A partir de allí comenzaron un vínculo impensado. Carlos fue a la presentación del libro, estaba en un rinconcito. Nos dimos un gran abrazo, a pura emoción. Para los dos fue muy especial lo que vivimos. Para él, fue una investigación que cambió su vida, para mí, un caso que marcó mi carrera.

La presencia de Carlos, “aquel bebé” que pudo conocer su origen gracias a la investigación del periodista, le dio un toque emotivo a la presentación del libro.
Alejandro, que hace más de 30 años habita el periodismo, se animó a la docencia universitaria y encontró allí una nueva vocación. “Arranqué grande a ser docente, a los cuarenta y pico. Me enamoré de la docencia. Me nutro mucho de los estudiantes de Comunicación, me genera la misma adrenalina dar clases que escribir una nota. Lo disfruto mucho”, cuenta con real entusiasmo.
-¿Qué perdura todavía de ese estudiante que abrazó la profesión?
-La curiosidad, la pasión que no se ha apagado. Las ganas. Me parece una tragedia aburrirse en el periodismo o en lo que uno haga. Los que hacemos periodismo tenemos esa fortuna. Por lo general estamos mal pagos, pero ayuda poder trabajar de algo que es tan dinámico, que te puede sorprender al instante. No es algo administrativo. La realidad se modifica todos los días. Jamás voy a dejar de ser periodista, no voy a dejar de estar en la calle. Siempre tengo desafíos. En el Otro Punto intentamos hacer un periodismo más de profundidad, con otro tratamiento. Es una apuesta hacer una nota larga y proponerle a la gente que la lea, que se tome 15 minutos para hacerlo. Intentamos no correr detrás del like fácil, me parece que pasa por otro lado la identidad que uno intenta darle al medio.
Lejos de la tiranía del “me gusta”, él intenta plantarse. Entiende, obviamente, como son las reglas del juego, pero sin abandonar convicciones. Fara se siente agradecido de su presente y habla de la importancia de sus seres queridos. “Hay que reconocer el rol de la familia, el que está al lado te resuelve muchísimas cosas mientras uno está trabajando. Eli, mi compañera, y Salvador y Mía, mis hijos, por quienes siento un gran orgullo y amor”.
Hojas crónicas
Alguna vez coqueteó con la idea de escribir un libro. Hasta que un día se dio. Había mucho para contar. Con orgullo y cierta sorpresa, cuenta que su obra, editada por UniRio, “tuvo una recepción hermosa”. Señaló que, en la preventa, voló lo que se había editado. “Ojalá que vidas crónicas aporte algo a la vida de las personas. Son notas de la década del 90 hasta la actualidad. Son entrevistas y crónicas de hechos de la ciudad, y también de personajes con los que me crucé en algunos viajes. El criterio para seleccionar las notas ha sido que resistan una lectura hoy. Que aún hoy emocionen, un material que no sea indiferente. Las leí como un lector, no como periodista o autor”. En 330 páginas, hay más de 60 notas de lectura fluida y vivaz. Una oportunidad de reencontrase con el papel, recordar y dejarse llevar por donde la imaginación se le antoje. “Quisiera que el libro encuentre su lector y se dé la magia”, asegura Alejandro con la mirada perdida hacia adelante. Contento con el resultado y la cosecha.
Termina la charla y permanece sin estridencias, fiel a su estilo. Quizás con el recuerdo vuelva a buscar ese diario todavía tibio, o a ser ese hombre en la fila. Por más que se le dé vueltas, las pasiones viven con uno. Para siempre. Son crónicas.


