Pasión por los autos a escala

El Señor de los fierros en miniatura

Darío Chiarvetto es un fanático de los autos, en tamaño real y a escala. Está en su ADN coleccionar. Tiene más de 600 vehículos “de bolsillo” en una especie de museo personal que ha formado en el living de su casa. Su pasado mirando las carreras en familia y su pasión por los detalles y la historias con motor

Fotos: Santiago Mellano

Es una cálida tarde de primavera. Por supuesto, el viento se cuela de refilón y nos hace una visita. Un hombre vestido de negro, a quien le asome media sonrisa, está parado en el frente de una casa en barrio Roque Sáenz Peña. Es Darío, un vecino amable y fanático de los fierros. Nos invita a pasar y nos abre, de par en par, las puertas de su pasión: su colección de autos a escala.

Supongo que, en algún punto, todos somos coleccionistas, aunque en menor medida. Podemos guardar ese boleto de colectivo capicúa, entradas a un recital de un artista inolvidable, un cd o disco del que no nos podemos desprender. Incluso monedas, posters. Quizás no llegamos a coleccionar por la cantidad, pero sí buscamos atesorarlos y hasta nos podemos aferrar a pequeños elementos que nos evocan una época feliz. Así, podemos resguardarlos del paso del tiempo y del olvido. A Darío, su colección, lo acerca a sus épocas de niñez. Desde que era chico le gustaron los autos: los de carrera, los antiguos, los de calle. Asegura que no se perdía ni una carrera del “Lole” Reutemann, cuya potencia traspasaba la pantalla en blanco y negro. Era todo un ritual sentarse a ver las competencias en familia. Era como estar dentro de esos autos, respirando esa adrenalina con los pilotos. “Empecé con los Fiat 600 de plástico, los llenaba de masilla y ahí me empezó a gustar. Veía al “Lole” correr, no me perdía una carrera. Vengo de familia fierrera. Mi abuelo paterno era preparador de autos de carrera, se los preparaba a sus hermanos que eran corredores. Tengo primos que son corredores de autos, Norberto y Gustavo Gava. Ellos me han donado muchos ejemplares, así que ellos son un poco hacedores de este pequeño museo que tengo en mi casa”, comenta con orgullo sincero.

Detrás de una puerta gris clarito está su mundo. Se le iluminan los ojos. En las paredes cuelgan cuadros con fotos de grandes leyendas del automovilismo. Algunas en blanco y negro, otras a color. Donde antes era el living, ahora hay un universo motor: revistas, fichas técnicas de autos, guantes, llaves antiguas, insignias, y una colección de 663 autos a escala, colocados con estricta distancia, sobre estantes rígidos que sostienen la memoria. Las unidades, en su mayoría, entran en la palma de una mano. Hay variados colores y formas. Hay camionetas, colectivos, autos, motos y hasta kartings. “Tengo ejemplares de Rally, Fórmula 1, Turismo Carretera, Dakar, autos norteamericanos, argentinos, autos inolvidables”.

Este vecino, fanático de las cuatro ruedas, dice que arrancó a armar su colección hace tiempo. “Hace más de 20 años que colecciono. Yo empecé con un Volkswagen escarabajo descapotable y un colectivo amarillo. A partir de ahí no paré más”, dice y agrega que este espacio de su casa le da paz y tranquilidad. “Si tuve un mal día, vengo y me quedo acá. Se me pasa todo. Me alegra. Ayer, como sabía que venían ustedes, me puse a repasar qué tenía, y a acomodarlos”, menciona risueño.

Mi lugar en el mundo

Darío comenta que antes de llenar el living con sus autos, había trofeos de bochas porque su papá era jugador y competía por todo el país. Por eso, entre las ruedas, también descansan trofeos dorados que fueron símbolos de triunfo. “Hace unos años decidimos junto a mi papá armar este espacio, con repisas y todo. Estuvimos juntos en cada detalle. Compramos los estantes, los colocamos, los acomodamos”, comenta con cierta nostalgia. Asegura que por un año este espacio lo tuvo cerrado por problemas de salud suyos y de su papá. Fue una pequeña pausa, aunque la pasión estaba intacta. “Lo tuve cerrado por varios meses. Casi no venía. Pero cuando volví a estar entre estas paredes me di cuenta que me hace muy bien. Es mi cable a tierra, son hermosuras para mí”. Este fanático “tuerca” señala que cuando abre la ventana que da a la calle de su pequeño museo de autos, muchos se asoman a mirar qué hay. Algunos se sorprenden. “He recibido visitas de personas de la ciudad, de otros barrios. Incluso de la zona que han venido a conocer qué tengo. Algunos se enteran”, asegura mientras limpia con la yema de uno de sus dedos el techo de un Ford Falcon que entra en la palma de su mano.

Uno más en carrera

Darío asegura que ha ido formando su colección con unidades que vienen con las revistas, con los diarios, más aquellos que le han ido regalando y donando. También ha comprado por internet, aunque asegura que los precios se han ido por las nubes. “Mi sueño es llegar a los mil. De a poco voy sumando. Hay épocas que puedo comprar y otras que no”. En momentos de furor por Franco Colapinto, arrancó a coleccionar Fórmula 1. “Recién comienzo. Voy a conseguir el auto con el que corre Colapinto”, dice y asegura que el auto más antiguo que tiene es un Fiat 500 del año 1963, con el techo de cuero. “Tengo la colección de autos de rally y el preferido mío es el Lancia Delta, el HF integral, el de Jorge Raúl Recalde. Lo he visto correr, es mi preferido”, cuenta con una mirada de ojos felices.

Su marca preferida es “Chevrolet” y a modo de chiste, lanza: “A Ford le dicen pan duro: lo pisas y se rompe”. Menciona que le gustaría conseguir la Chevrolet Apache, ya que era el vehículo que tenía su abuelo. Todo queda en familia.

Sacarles brillo

A cada paso, deja en claro la importancia que tienen estas unidades para él. El ritual de limpieza lleva su tiempo. Antes, era más seguido. “Hay que limpiar con una gamuza y sacarles la tierra. Dos veces por mes lo hago, voy por tandas”. Lo sorprendente de Darío es que no solo colecciona vehículos, sino también anécdotas e historias. Conoce los pilotos que han volanteado cada auto, las características de los chasis, todo. Un estudioso del rugir de los motores. Antes de irnos, repite cuál es su objetivo: “La meta mía es llegar hasta los mil autos. He hecho todo con mi papá, ojalá él me siga acompañando en esta aventura”, dice con una sonrisa.

Son cosas que nos ayudan a vivir, diría Fito Páez. Muy bien por Darío.

Compartir

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio