Están rodando un documental sobre su historia
María Belén Ochoa, una vida de película
Hoy tiene 54 años y parece que vivió el doble. Trabajó desde muy chica. Fue discriminada y hasta detenida por su expresión de género. En el 2010, sentó jurisprudencia en ser la primera mujer trans en adoptar a dos hermanos. A esto lo había soñado años atrás, cuando ni los conocía. La Virgen de la Rosa Mística se manifestó en su casa, con lágrimas de sangre. Se está rodando un documental de su historia, llamado “Yo Creo”. Una vida vivida con intensidad.

Es la siesta, y en Santa Catalina Holmberg se nota más. Ni un alma se asoma. En el espacio donde todos se conocen, parece que todos duermen. Las ramas de los árboles descansan de la rabia del viento. El asfalto respira del trajinar habitual de los autos. La casa de María Belén tiene unas barandillas de columnas romanas color blanco. Las mismas contrastan con el resto, color verde agua. Suena el timbre y aparece ella, alta y sonriente. Con sus rulos que se mueven de lado a lado, sujetados por los anteojos como vincha. Asegura que ha vivido varias vidas en una, y de todas, se queda con la actual. María Belén nos espera puntual porque tiene mucho trabajo. “Por la mañana atiendo la despensa, cerca de las 13.30 arrancó en el gabinete donde hago masajes, y a la tarde también abro el negocio”, dice con energía. Se olvidó de enumerar, entre sus actividades, que desde agosto también es concejala del partido Unión Vecinal Federal. En esto fue pionera ya que fue la primera mujer trans de la provincia en acceder a un cargo legislativo. Comienza a contar de su trayectoria de vida, y de cómo ella se volvió atractiva para el lente de una cámara. Su historia importa, es digna de ser contada. Se trata de “Yo creo”, película que está en pleno rodaje, escrita y dirigida por Florencia Wehbe. “En la película se cuenta toda mi vida. Desde que era chiquita hasta el día de hoy. Ya hicieron casting para buscar a mis dobles que van a representar mi adolescencia y mi juventud. Yo fui mariquita toda mi vida, de la escuela, del barrio. Desde siempre. Ya iba a la primaria y tenía que ir a jugar al fútbol y siempre me dolía algo. Nunca hacia gimnasia”, dice riéndose de ella misma y asegura que desde los 7 años trabajó. “Andaba con un carrito vendiendo leche casa por casa, vendía huevos que traía del campo. Mi mamá era sola con 8 hijos, había que trabajar y aportar a la casa. Cuando arranqué el secundario, en las vacaciones de julio me fui a Buenos Aires a visitar unos primos. Ahí conseguí trabajo en un laboratorio y me quedé varios años. Mi jefe me dijo que me daba empleo, pero tenía que terminar el secundario. Eso hice. Estuve más de 6 años allá y aprendí mucho”. Cuando volvió a sus pagos, no fue fácil. En la actualidad casi no viene a Río Cuarto, no tiene los mejores recuerdos. “Por el solo hecho de ponerme un pantalón ajustado y cruzar la plaza Roca, me agarraban y me llevaba presa 15 días. He estado un mes detenida en la central. Me decían que era por usar ropa no adecuada al sexo. Son cosas inentendibles hoy, pero antes pasaba todo el tiempo. Tenías que ser muy valiente para salir a la calle. Yo ya tenía más de 20 años y lo sufrí. Le ganamos por cansancio a la Policía. No estaban los militares, pero estaban ellos. Ellos se tomaban atribuciones de todo tipo. Muchas veces no había causa para detenernos y las inventaban. Hasta me han detenido por estafa, cosa que nunca hice, necesitaban tener algo. Cuando miro para atrás, pienso lo que pasamos. Todo lo que vivimos. No soy rencorosa, sí memoriosa. El tiempo pone todo en su lugar. Logrando lo que vos me impedías, mira lo que logré. Pude salir adelante”, dice orgullosa.

La primera vez
Desde que era chica supo que quería ser mujer. “Empecé a vestirme de mujer a los 20, cuando ya había vuelto a Río Cuarto. Mi mamá me encontró mientras me pintaba. Ella me espió por la ventana y me vio. Era una mujer muy recta, como las de antes. Recuerdo que ese día me dijo: Lo único que te voy a pedir es que no te pintes tan colorada la boca. Fue lo único que me dijo. En ese momento me preguntó cómo me llamaba y me salió decirle María Belén. No lo había pensado, me salió en ese instante”. Le sobra expresión en su rostro. Habla con sus ojos oscuros y moviendo sus manos. Tiene el pensamiento claro, sabe qué quiere transmitir. No reprocha su pasado, y sabe que ha vivido. Todo ha sido suma.
Precedente
A su despensa de la calle Jujuy iba la gente del barrio. Entre venta y venta, siempre estaba la charla. Y si encajaba, también la ayuda. Entre esas personas, la mamá biológica de quienes serían, años después, sus hijos adoptivos. “Para sentar jurisprudencia tiene que ser caso único, primerísimo. El mío, que adopté a dos hermanos con los cuales no tenía vínculo alguno, formó jurisprudencia. El juez José Varela Geuna me ayudó tanto, es el ser más bueno que conocí y que confió en mí desde siempre. Lo adoro. A la nena, hija adoptiva, me la traje a los días de nacida, el nene tenía 2 años. Como los chicos se quedaban mucho tiempo conmigo, en mi casa, les daba de comer, les daba la leche. La justicia me venía haciendo un seguimiento y me preguntaron si los podía tener hasta que encontraran algún familiar porque la mamá había renunciado a la patria potestad. Dije que sí. Paso el tiempo hasta que Varela me preguntó si quería criarlos. Siempre tuve miedo que me los sacaran, no quería sufrir. Si vos me decís que sí, yo te acompaño, me dijo ese hombre tan bueno. Me aseguró que iba a haber un montón de piedras en el camino pero que íbamos a ir hasta el final”, cuenta Belén con auténtica nostalgia. Señala que primero fue la guarda provisoria, luego la guarda con tenencia, hasta que llegó la adopción. “En 2010 terminé con Tribunales y fueron legítimamente hijos adoptivos. Eghlis tenía 5 años y Adrián, 7. Para mí fue algo natural porque hacía años que estaban conmigo, eran mi familia”.

Las lágrimas
Nos dice que tenía solo media hora para charlar. Nos regaló el doble de su tiempo. Va y vuelve en los años, rebobina, y se adelanta. Un sinnúmero de experiencias y anécdotas. Se la ve simple y alegre. Nos cuenta que, en el 99, una familia amiga le regaló una imagen de la Virgen de la Rosa Mística. Se declara muy creyente. A fines de ese año, se sorprendió al entrar por casualidad en una habitación donde estaba la imagen religiosa. “Entré a la pieza y vi que tenía mojada la mejilla. Como tenía techo de chapa, pensé que se había transpirado la chapa. La sequé. Me fui, al rato volví, y de nuevo mojada. Me paso otra vez más. Pensé que no era normal, me asusté. Le conté a mi familia, los vecinos se enteraron y empezaron a venir a verla. El cura del pueblo había venido también y me dijo: que no te sorprenda que aparezca sangre. Y así fue. Un hilo de sangre en la mejilla. La gotita quedó roja. Fue esa vez y nunca más. El padre Víctor Pugnatta me dijo que le pusiera un vidrio para resguardarla, que no dejara que se le lleven y que era una bendición. Me dijo que era un don bueno para mí. Se te va a manifestar, fuiste elegida, fueron sus palabras. Y yo le decía que no podía ser porque yo era maricón. Qué confundida estaba, yo tenía un escudo. Me dijo que la virgen me iba a guiar e iba a cambiar mi vida. Con el tiempo empecé a verla en los sueños. Un día la sueño al lado mío, y yo me veo de atrás. Tengo tomado de la mano a un nene rubio y una beba en brazos. Eran mis hijos que años después llegaron a mi vida. Fue premonitorio ese sueño”. Con humildad y respecto dice que en su despensa y en su casa escucha a la gente que tiene inconvenientes o problemas de salud. “Cuando yo le pedía algo a la virgen, por alguien o alguna situación, se me daba. Chicos accidentados, por ejemplo, venían las mamás y los chicos salían adelante. No entendía cómo, pero se ha dado. Yo no soy la que habla, sino que ella habla por mí. Como si fuera un don, como me dijo el padre Pugnatta. Yo creo”. Comenta que “Flor”, la directora de cine, conocía su historia y se interesó en contarla. Han estado dos veces en el Pueblo. “Vienen con unos equipos grandes, todos miran acá y se sorprenden. La película está vendida en Colombia. Como acá está cerrado el INCAA, no se reciben fondos de ningún tipo. Se manejan con los cafecitos, esas colaboraciones que hace la gente para ayudar a terminar el documental. Así, se sigue rodando, en etapas”, dice entusiasmada.
¿Qué soñás para tu vida?
¡¡Sueño con ganarme el Quini!!, sería lindo, ¿no? (sonríe largamente). Quisiera que no me falte nunca el trabajo y que mis hijos, que hoy tienen 20 y 22 años, formen su familia. Quiero que ellos sean felices. Quizás yo les salvé la vida, pero ellos me la salvaron a mí.
Con tranquilidad y el perfil bajo que mantuvo en toda la charla, nos saluda. Ya se le hizo tarde. Llegó la hora de abrir la despensa.
