Corazón de caucho
Sonia, la gomera del Alberdi
Sonia González tiene 45 años y entre parche y parche, se pasa el día entero en su local ubicado en el corazón de barrio Alberdi. Tenía una gomería en otro sector de la ciudad, pero ella no ejercía el oficio hasta que tuvo que hacerlo. Asegura que aprendió mirando a otros gomeros. Cree que es la única mujer que se dedica a esto en la ciudad. Sueña con animar a otras mujeres a ensuciarse las manos con caucho.
Fotos: Santiago Mellano

El invierno asomó con autoridad. El viento hace bailar las hojas secas y las levanta a su antojo. El barrio Alberdi tiene ese no sé qué que enamora. Las veredas anchas y su gente que se mueve con soltura. Van alzando las manos y saludándose unos a otros. Como si todos se conocieran, como si fueran familia. En la Vicente López al 351 hay una montaña de cubiertas, prolijamente apiladas. Sonia González está parada detrás de una ventana, mirando hacia afuera. Al aguardo de la “desgracia ajena”. O, lo que es lo mismo, que un clavo inoportuno se cruce en el camino de un neumático. Es que ella está para arreglarlo. “Cuando entran, me preguntan por el gomero y, sonriendo, les digo que soy yo. Algunos se sorprenden, porque nunca han visto una mujer gomera. ¡Pero nadie se ha ido por eso! Confían en mí o eso creo”, dice con alegría.
Humilde, Sonia no reniega de su oficio ni de lo que hace. Las vueltas de la vida la llevaron a la situación en la que está hoy y lucha por sobrevivir. Para eso, echa mano a los parches y a los compresores de aire. Dice que aprendió mirando a otros gomeros. “Tenía una gomería en la calle Las Heras, antes de llegar a 25 de mayo. Me tuve que ir porque se vendió ese lugar y no me quedó otra que arrancar de cero. Ahí solo cobraba, no trabajaba de esto”, dice y agrega: “Nunca había hecho un arreglo, pero soy curiosa y aprendía mirando. Eso me permitió hoy trabajar de esto”.
Gajes del oficio
Ella no esconde las manos negras por el roce del caucho. La grasa dibuja la forma de sus uñas y parece no importarle. Por los nervios, se toca la nariz, le queda una marca negra y se ríe. “No hay forma de no ensuciarte, este trabajo es así. Pasa lo mismo con la ropa, todo se mancha”.
Sonia hace 7 meses que abrió el local, “después de estar 11 meses parada”. Comenta que no conseguía personal para el trabajo “o venían dos o tres días y después ya no”, así que tuvo que arreglárselas sola. No tiene un solo día de descanso ya que emparcha gomas todos los días, y hace horario corrido. Como en cámara lenta, ve pasar su día: la mañana, la siesta, la tarde y hasta la noche a la espera de esa bici, moto, camioneta o auto que requiera de sus manos. “Me encanta el oficio de gomera; no es una carga, lo disfruto. Me gusta dar soluciones a la gente, resolver un problema. Tengo conocimiento y me gusta”.
Mientras conversamos, unos dedos golpetean el vidrio empañado para saludarla y ella responde levantando la mano. Son clientes o vecinos que le demuestran cariño. “He tenido suerte, soy una mujer agradecida. La gente me ha tenido paciencia y me sigue teniendo. Estoy muy agradecida por la confianza”.
Los comienzos suelen no ser fáciles. El de Sonia no lo fue. Le costaba el trabajo, pero siguió adelante, aprendiendo. “La gente me alienta, me tira buena onda. Pasan y me tocan bocina… me saludan. Me empujan a que siga. Siempre ha sido un trabajo que hacían hombres, no había mujeres. Hasta ahora…”.
Con 45 años, es la joven abuela de seis nietos. Es que fue una mamá precoz: su hijo tiene 31 años, y su hija 30. Con un buzo negro, jeans y polainas porque el frío no da respiro, prepara el mate que es su compañero de todas las jornadas. Al preguntarle si es una pionera en el rubro en la ciudad, dice que sí. “Creo que soy la única en la ciudad. Me dijeron que hay mujeres gomeras en Río Tercero y en Córdoba capital y me gustaría que haya cada vez más mujeres en esto. Es más, sabes qué quisiera: el día que pueda contratar gente, contratar mujeres. Que se animen, porque no es tan difícil. Para que trabajemos juntas. Yo quisiera enseñarles lo que sé, así ellas también pueden independizarse y no dependen de nadie, como pude hacerlo yo”.
Sacar el clavo…
Su taller es un universo de texturas y olores, donde el caucho y el metal se entrelazan en una danza de precisión y habilidad. Sonia restaura la funcionalidad de los vehículos, se le anima a todo aquellos que tenga rueda y gire. En el suelo, el compresor de aire y las palancas; sobre un mueble, las llaves de cruz, el pegamento y los parches. A modo de muestra gratis, exhibe lo que sabe hacer. Se ajusta los anteojos, se frota las manos, toma una goma y la golpea, cuidosamente, contra el suelo. “Es un trabajo que tiene su riesgo. Hay que ser cuidadoso y tener todo bajo control, sobre todo lo que tiene que ver con las máquinas. Hay que hacerles los controles rigurosamente. Porque te podés lastimar. Hay que estar muy concentrada y no apurarse. La gente sabe que lleva su tiempo; sacar la rueda, pulir, sopletear, poner el parche, volver a colocar la rueda. Todo tiene su tiempo y su proceso. Hay que tener paciencia”, menciona mostrando fanatismo por la tarea.
Dice que hay un buen ambiente entre los colegas amantes del caucho. “Si tengo dudas, tengo dos colegas a quienes les consulto. Son gomeros hace muchos años y somos amigos. Me re guían, me ayudan mucho”.
Por supuesto que el rubro no escapa a la realidad económica del país y hay días flojos. “Hay días que se hacen 5 o 6 trabajos…Está brava la situación, no sobra el trabajo, todo lo contrario. Solo quiero poder cumplirle a la gente y hacer lo mejor que pueda. Que el cliente se vaya contento. Solo quiero trabajar…”, dice y agrega que es enemiga de “abusarse” con los precios. “En mi negocio no va a haber un abuso en los precios, aunque vengan un feriado o un domingo. Se cobra siempre lo mismo. No me gusta eso. No soy así”.
-Sonia, ¿cuál es tu sueño?
-Quisiera tener mi casa propia y que mi negocio crezca y poder emplear mujeres. Quiero seguir trabajando de esto porque me gusta y me da de comer. Aunque las manos están negras de grasa, todo el tiempo. Estoy orgullosa de tener las manos así… ¿sabés por qué? ¡porque es fruto de mi trabajo!
