Gabriel Yabar Cafa, uno de los dibujantes de Oesterheld
EL ARTISTA AL QUE LA PASIÓN NO LO DEJA DORMIR
Con 93 años, se levanta con la luna, a las 4 de la mañana, a dibujar y pintar. En su vida no hay horarios, sino momentos de inspiración. Autodidacta, talentoso y pura vida en esas manos que saben contar historias. Ilustró 13 historietas del creador de El Eternauta, y eso lo enorgullece. El boceto en su luna de miel y una vida llena de fogonazos.
Fotografía: Santiago Mellano

Corre el otoño. Casi no sopla viento. Es una mañana brillante y será una de esas inolvidables. Una hoja se deja morir y se desploma sobre el capot del auto. A nadie lo inquieta. A la izquierda, un señor con barba grisácea abre una puertita de reja, mira para todos lados, sonríe a la nada o a todo, y vuelve a entrar, con las manos escondidas en la sombra de su espalda. Dos minutos después, dice con la voz alzada: “¿sí?”, para preguntar quien está del otro lado de la puerta. La abre y aparece Yabar en el cuadro. “Qué gusto conocerte”, dice animado. “Me gusta conocer gente”, agrega con dulzura.
Entramos a un pequeño living con muebles, donde abundan los cuadros. Salen de todos lados, se multiplican, hablan. “Éste lo hice con una cucharita y café”; “Éste otro tardé 10 minutos”, “este se llama Inocencia Perdida”, dice el maestro intentando acercarnos a su obra.
Según comenta, ha pintado más de 4 mil cuadros y hecho millones de dibujos. Ha disfrutado de esta pasión toda su vida. Qué suerte que ha tenido. Cuenta que comenzó a dibujar a los 5 años, desde que le robaba a su papá la tapa del diario para ver los dibujitos. “Él era tan bueno que no me decía nada. Arrancaba a leer el diario desde la página 3. No podía ver la tapa y el dorso porque la tenía yo”, dice soltando una carcajada que ilumina su cara con el paso del recuerdo.
Es un hombre encantador. Da gusto compartir un rato de la vida con él. Con la “Eternautamanía” derivada del estreno mundial de la serie y por su vínculo con el guionista de la famosa historieta, Héctor Oesterheld, Yabar ha estado muy solicitado por los medios estos días. Pero a medida que uno lo escucha, se olvida hasta de por qué fue a su encuentro. Su relación con el padre de El Eternauta pasa a segundo plano. Tiene una historia artística tan interesante que trasciende todo y su magnetismo envuelve. Solo importa Yabar.

“Mi pasión era ser historietista serio, pero con el tiempo, he ido mutando y hoy tengo un estilo entre cómico y serio. (…) Arranqué primero a dibujar y después a pintar, y se dibuja como se pinta y se pinta como se dibuja”, reseña el maestro y agrega: “Iba a los bares y me sentaba a dibujar la gente que pasaba. Me tomaba un cafecito y miraba. El dibujante mira, no ve. A la gente no le podía decir que se quede quieta. Me quedo con lo que transmite ese fogonazo. Y eso dibujo”.
Mientras charlamos, se levanta, va y viene. Se pierde entre los rincones de su casa taller. Cuando se aleja, se pierde en los pasillos empapelados con sus obras y va cantando en voz alta “Pim, pum, pom, pom”, con sus dedos amarrados en la espalda. Aparece nuevamente en el cuadro, sosteniendo caricaturas e historietas. No para un segundo.
Su vida está teñida de tinta y óleo ya que todas sus anécdotas están vinculadas a sus pasiones. “De luna de miel me voy a Mar del Plata con mi señora. Nos atiende un mozo muy macanudo. Lo dibujé, le hice la caricatura al tipo en una servilleta, después pagamos y nos íbamos. Pasaron muchos años, y estábamos en el Gran Hotel tomando un café fy le dije a mi señora que era el mozo que nos había atendido aquella vez. Me acordaba porque lo dibujé. Y era él. Lo tengo enmarcado, me dijo”, recuerda con auténtica alegría.
Constantemente tiene un papel a mano, una maderita o un cartón donde decantar su inspiración cuando llega. “Siempre uno quiere expresar algo. Cada uno encuentra de qué modo. Cuando uno encuentra la pasión, no la puede soltar jamás”.

Dibujar y pintar: la línea y el color han sido los lenguajes de su alma durante toda su vida. Pero todo comenzó con el dibujo: “En una época pintaba modelos vivos. En Buenos Aires, había un lugar especial para eso, un subsuelo. Se les pagaba a los modelos y uno pintaba. Había de todo: alto, bajo, negro, modelos desnudos, con taparrabo. Modelos para 3 minutos, media hora, cuatro horas. A mí con una hora me sobraba porque lo mío era el fogonazo”.
Fanático de las sombras del sol y de los bordes de la luna, Yabar, recuerda al creador de El Eternauta con cariño. Fueron sus trazos quienes le dieron vida a parte de la creatividad del famoso guionista. “Con Oesterheld era fácil trabajar porque era un genio. Con la forma en que te describía los personajes, ya los veías, te los imaginabas. “, dice rememorando los cinco encuentros que tuvo con el reconocido escritor desaparecido en la última dictadura militar.
“Conocí a Oesterheld a través de Víctor Hugo Arias, gran dibujante y pintor. Una vez, nos chocamos con Arias y me invitó a trabajar con él. Nos juntábamos y dibujábamos juntos. Un día me dijo que iba a Buenos Aires a ver a Oesterheld. Vos hacete una linda muestra y la llevamos, me dijo. Nos fuimos. Una bonhomía, lo veías nomas y te sentías cómodo. Una voz suavecita, un capo. (…) Me miró y me dijo: son muy buenos los dibujos, muy publicables. (…) Y me dijo algo que me quedó: “el mejor dibujante de historietas no es el mejor dibujante, sino el que mejor cuenta la historia”.

A partir de allí, le dio un guión, le gustó lo que el riocuartense hizo y empezó a trabajar para él. Ilustró, al menos, 13 historietas para “el Capo” de Oesterheld.
En tanto, recuerda con tristeza la última vez que lo vio. “Nos reunió y nos dijo que lamentablemente tenía malas noticias. Nos contó que no iba a seguir saliendo la revista. Nos dijo que era un éxito, pero no podía salir más… no me pregunten porqué porque no les puedo decir. (…). En ese momento mi señora esperaba familia, estaba a punto de tener. No podía empezar y probar. Por ahora, se acabó, pensé. En esa época no se sabía qué pasaba. No sabía que lo perseguían los militares hasta que lo hacen sonar a él, a sus cuatro hijas y los yernos”, comenta el dibujante.
Con respeto a la serie de El Eternauta, que es furor mundial, el artista dice: “Primero, me defraudó. Si uno ha visto los dibujos fantásticos de Solano López, este Favalli, este personaje genial, era gordo, grandote y de bigotito. El que pusieron en la serie creo que no tenía dientes, como yo. Era flaquito. Después, las puteadas. No era así, lo que vos leías, no. Todo distinto. Para mi iba mal eso; hasta que al último me gustó. Es una super producción, una obra maestra”, aclara con firmeza.
Su casa taller, desde afuera, es una vivienda más. Por dentro: distinta a todas. El mágico mundo de Yabar. Asegura que a la madrugada, cuando se despierta la pasión, se levanta. Prende la radio a todo volumen y empieza a andar. En una de las habitaciones, cuelgan, inmortalizados, uno de sus personajes favoritos: Hay “chaplines” por todos lados, que hacen travesuras y protagonizan situaciones tragicómicas.
Yabar cuenta cronológicamente la historia de su vida, mientras hace algún chiste y nos hace reír con su picardía. Un puñado de años me lo resume en recuerdos. “Cuando se llevan a Oesterheld, yo tenía que trabajar. Puse un kiosco en la cuadra de la Clínica del Sud, que lo tuve muchos años. (…) Entonces hacia las dos cosas. Mientras atendía el kiosco, dibujaba. Cada vez que tenía un minuto, inventaba un personaje y lo metía en algún lío. No podía dejar de hacer historietas”, cuenta con alegría.

Entraba un cliente, compraba y se iba. No alcanzaba a salir que el maestro ya lo estaba “garabateando”. El fogonazo a cualquier hora. Con solo ingenio, fibrón y papel. “Entre tanta gente que entraba, venían papás que me pedían que les diera clases a sus hijos. Así empecé, en el depósito del kiosco, los días que había poco movimiento en la clínica. Puse una mesita y unas sillas. Ahí cayeron alumnos que son grandes dibujantes hoy”, dice con orgullo y suma: “Es una pasión para mí. Una fuerza interior me lleva a pintar, no puedo hacer otra cosa. La pasión no me deja ni dormir. Yo me acuesto y si tengo la idea de un dibujo, tengo que dibujar”.
Por estos tiempos, tiene entre 8 y 10 alumnos a quien les da clases personalizadas y hasta se toman un cafecito, “fogonazo” de por medio. Se lo ver un hombre feliz, rodeado y acompañado por sus afectos: sus dos hijos y nietos.
Antes de irnos, nos revela un secreto: “La cualidad para lograr lo que querés es levantarte cada vez que te caes. No dejar de intentarlo. Porfiar, porfiar y porfiar. Nada sale de entrada bien, hay que intentarlo una y otra vez”.
Entre cuadro y cuadro, y tras recitar de memoria la historia de alguna de sus obras, nos despide, con inexpresable amabilidad. Afuera el viento despertó y las hojas caen como gotas de lluvia. El día cambió. Después de Yabar, en algo ya no somos los mismos.


Hermosa nota¡¡