Alberto Rodríguez Etulain

El “Pitu”, pequeño gran hombre

Periodista por convicción y esfuerzo. Nació en Berrotarán, pero también es hijo de nuestra ciudad, que lo adoptó naturalmente. Trabajó 25 años en Radio Río Cuarto, fue movilero, su hábitat fue la calle y aunque hace más de 10 años que se jubiló, lo siguen parando por la calle para saludarlo. Las memorias del amigo de la gente.

Fotografía: Laura Scott

Se acerca a paso lento, aunque se quiere apurar. Los años han pasado, pero sigue siendo el mismo. En un envase que no supera el metro sesenta de estatura, se esconde un gran ser humano. Sonrisa de dientes chiquitos y mirada cálida detras del vidrio de los anteojos, da gusto volver a ver a Alberto, “El Pitu”.

Se jubiló en 2013 y “no veía la hora” de regresar a su pueblo natal. Pero de vez en cuando vuelve al Imperio por algún trámite o consulta médica. Cuando recorre las calles, aún lo reconocen, y aunque le dé vergüenza asumirlo, recibe un cariño genuino. La gente lo quiere, lo recuerda y lo valora. Son los que lo escuchaban por la LV16 decir la temperatura para saber cómo vestirse, o para tener el pulso de la ciudad al instante. Eran otros tiempos, ni celular, ni whatssap ni Instagram. En sus manos, solo el block de notas con espiral y el grabador a pilas doble A. Alberto recorría cada rincón de la ciudad, donde la noticia llamara. Se subía al Volkswagen 1500 color blanco con letras rojas, y años después, a la Partner color gris que volaba de un barrio al otro.

-¿Cómo arrancó tu amor por la radio?

-Desde siempre, pero no solo la radio, todo lo que tenga que ver con la comunicación me apasiona muchísimo. Cuando era muy joven y no existían las redes sociales, celulares, ni otros elementos de tecnología avanzada como ahora, solo el teléfono a “manivela” y las cartas por correo, yo escribía a radios y diarios de Córdoba sobre lo que acontecía en el pueblo y zona con el aliciente de que todo lo que mandaba me lo publicaban. Lo mismo pasaba con la joven Radio LV 16, tal es así que el querido y recordado Alfredo Dilena me llamó un día y me dijo que grabara alguna nota y se la mandara. Fue así que entre miedo, vergüenza y alegría conseguí esa nota, la envié, Dilena la difundió y me puso el título de corresponsal. ¡Para qué!, no me detuvo nadie y empecé a mandar informes con más frecuencia, grabados y escritos que se difundían todos. Después me llamó Nicolás Florio. Fue en cercanías de unas elecciones nacionales y me pidió que terminado el escrutinio le informara el resultado de Berrotarán. Con atrevimiento y abusando del lugar que me daban no solo le informé sobre el resultado final, sino que al mediodía informaba el porcentaje de asistencia de votantes hasta ese momento. Lo hacía sin que me lo pidieran, sin pretender ninguna remuneración. Para mí era algo increíble y creo que a Nico lo conformó, y el 4 de enero de 1988 me citó para que ocupara la vacante, sin prueba alguna. Como yo estaba sin mi familia en Río Cuarto, Florio, un verdadero profesional y ser humano, me pedía que hiciera los feriados que coincidían dentro de lunes a viernes dándole franco a otros compañeros a cambo de permitirme ir a Berrrotarán los fines de semana. Ese fue el comienzo y nunca más paré…Por muchos años, mi vida fue la radio y las noticias.                                                                                 

Los ojos se le mojan detrás de los anteojos, y me pasa lo mismo. Qué lindo son los recuerdos y qué suerte que tenemos de conservarlos. En una breve autorreferencia, digo que en la figura de Alberto conviven tantas anécdotas de mi vida familiar. Supo ser un comensal más sentado en mi mesa, es más, se sentaba bien al frente mío a fines de enero cuando llegaba a mi hogar e intentaba resumir lo que había sido un mes de trabajo a destajo mientras “el jefe” descansaba. Volverlo a tener al frente es volver al hogar, sentarme a esa mesa y hasta sentir el calor de esos veranos en la piel. Todo eso escuchando al “Pitu” y sus inmensas andanzas. Durante año y medio, hasta que quedó efectivo, viajaba todos los días desde Berrotarán a la ciudad. Cuando se instaló definitivamente, se alquiló un departamento a una cuadra de la radio, por calle Sebastián Vera. ¡No vaya a ser que se fuera muy lejos! Cuando llegaba el viernes por la tarde se iba, y volvía el domingo a la noche, listo para arrancar la semana con la batería cargada. La noticia era inminente y la calle lo esperaba.

-¿Cuántos años trabajaste en la radio?

-En total, fueron 25 años. Desde 1988 hasta 2013. Compartí el trabajo con un grupo maravilloso de compañeros y directivos de la emisora. Con gusto, “vivíamos” prácticamente en la Radio y comunicados todo el día produciendo para el programa. Cada mañana terminábamos el programa “Primera Edición” que iba hasta las nueve y salíamos a buscar noticias. Florio era tan humilde, tan despojado de arrogancia que en privado y en público no quería que lo llamara “jefe”; insistía que éramos compañeros.

Cada trabajo tiene su esencia. El periodismo de la calle es impredecible; nunca sabés dónde vas a terminar ni cómo. Conseguir la nota, “arrancarle” una palabra al entrevistado, correr, pararse en puntita de pie para acercar el micrófono. Muchas veces la gente no sabe (no tiene por qué saberlo) lo que se hace para conseguir un testimonio o cronicar una situación. Hasta se puede terminar empapado.

-Seguro te sobran las anécdotas, ¿no?

-Te imaginas en tantos años todas las anécdotas que podría contar, pero destaco una que cuento siempre: aquella que, tras un frustrado asalto a un colectivo, el héroe era un policía que detuvo a los delincuentes. Fue en Venado Tuerto y Florio me pedía que lograra esa nota porque se terminaba el horario del informativo. Busqué al uniformado y finalmente lo encontré cuando se estaba duchando, imprudentemente y ante la sorpresa del agente lo puse en contacto con Florio”. La nota se hizo, pero terminé más mojado yo que el policía que se estaba bañando.

Mientras charlamos, él toma un café chiquito, se acomoda en la silla y de la nada se ríe. En la historia de su vida, el humor ha sido una constante. Se acordó de otro momento singular y lo cuenta con picardía. “Estuve casi un mes en Europa, acompañando al grupo Abriendo Surcos. Fueron 28 días. España, Francia, Holanda. Paré en distintas casas de familia, una experiencia inolvidable. Como viajaba, me compré un par de zapatos nuevos. Estaba paseando por Paris y fui a conocer la torre Eiffel. ¡Imagínate que era un sueño para mi estar ahí! Cerca de la torre hay un espacio gigante, de césped, que yo vi y dije: justo un lugar para descansar un poco. Me saqué los zapatos, dejé mi bolsito y me dormí. De repente, sentí el silbato desesperado de dos agentes mujeres que me retaban en francés porque en ese lugar estaba prohibido sentarse. No les entendía nada, pero me sacaron sonando. Al lado había un italiano que se reía y me dijo: ese es un campo santo, nadie puede estar ahí… yo ni idea”, cuenta a las carcajadas riéndose de sí mismo.

Era común verlos. Tanto en el estudio de la radio o en la calle. Uno alto, el otro bajo. Desparejos, iban por la vida buscando noticias. Recuerdo haberlos visto en el móvil. Cientos de veces. Alberto siempre al volante. Al lado, unas piernas eternas hacían malabares para entrar y en las manos, un montón de diarios ansiosos por ser ojeados. Recorrían la ciudad en busca de testimonios y las charlas acortaban cualquier distancia. “La cantidad de apodos que teníamos con Florio. La gente nos bromeaba por nuestro aspecto físico tan distinto. Andábamos siempre juntos para todos lados”, rememora.

En los operativos elecciones de la radio, “el Pitu” era el encargado de “la cocina” de las transmisiones. Estaba en cada detalle. Con una letra imprenta casi dibujada, tan prolija que sorprendía, anotaba qué periodista iba a cada escuela y armaba el esquema de trabajo. Todo lo tenía listo.

Cuando llegó la hora de la jubilación, volvió a Berrotarán. Fin de una etapa.  “Río Cuarto me trató increíblemente bien, pero a diferencia de algunos compañeros no veía la hora de jubilarme y volver al pueblo con mi familia, mis amigos, a las calles y el paisaje donde nací y viví los mejores momentos de mi niñez y mi adolescencia”. En eso estaba cuando la vida lo sorprendió. Sufrió un ACV que le paralizó la boca y le afectó las cuerdas vocales. “Siempre digo que trabajé por 25 años y nunca tuve ni un resfrío y después me pasó esto”, reflexiona. Con sus 77 años se lo ve bien, con ganas y siempre agradecido. No para de hablar: “Me gustaba hacer de todo, cronicar todo, aunque me gustaba mucho lo social. Hice desde la inauguración de un parque hasta una entrevista con el juez federal”.

-¿Extrañas el trabajo de periodista?

-Lo digo con absoluto respeto, mantengo los buenos recuerdos que me dio el periodismo, pero fue un ciclo que ya cumplí, ahora viene sangre nueva, ya pasó el tiempo y creo que no lo volvería a hacer.

-¿Cómo es un día en tu vida?

-Disfrutando de mi pueblo. Escribo una columna semanal para la radio local, dirijo junto a Sarita Martínez un grupo de teatro vocacional, me gusta mucho dibujar y pintar y en lo que puedo la ayudo a mi esposa Graciela. Ella me hizo el aguante mientras yo trabajaba y crió a mi hija Andrea. Comparto tiempo con ellas y nietas. Soy feliz.

Terminó el café y la charla. Agradece. Tocan bocina y lo pasan a buscar. Quedamos en volvernos a ver pronto. Así veo irse a una persona muy querida, como un miembro de mi familia. Ya no se sienta al volante. Seguramente, antes de volver a Berrotarán se dará una vueltita por la ciudad. (Nunca la dejó del todo). “Estoy muy agradecido a la ciudad, me dio muchísimo. Además de lo profesional, muchos amigos y vínculos que aún conservo. He tenido la suerte de tener el cariño de la gente. Lo que viví acá fue espectacular”.    

Gracias a vos, Alberto.

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