Foto portada: Catalina Vetorazzi
Diseñan un mazo de cartas en Braille
Marcar las cartas no es hacer trampa
Un mazo adaptado con sistema Braille, diseñado por la carrera de Educación Especial de la Universidad Nacional de Río Cuarto, se transformó en símbolo de accesibilidad y de una nueva manera de enseñar. El proyecto acompaña la actualización del plan de estudios y desafía el panorama adverso de la discapacidad en tiempos de desfinanciamiento.

En una mesa cualquiera, las cartas se mezclan, se reparten, se levantan entre risas. Pero este mazo no es cualquiera: tiene puntos en relieve, números o palos que se leen con las yemas, y una historia que se escribe desde la empatía. No, nadie está haciendo trampa, nadie “marcó” un naipe para “cartearse”, como se suele decir en un fervoroso partido de truco. Este mazo fue diseñado con sistema Braille por la carrera de Educación Especial de la Universidad Nacional de Río Cuarto y, más que un juego, es una declaración: la accesibilidad también puede caber en la palma de una mano.
En tiempos de ajuste y desfinanciamiento, donde el Estado recorta programas y quiere echar para atrás la Ley de Emergencia en Discapacidad, las educadoras y los educadores especiales siguen inventando recursos con lo que tienen a mano. A ese gesto, en la carrera, lo llaman baja tecnología: pequeñas adaptaciones, materiales simples, soluciones que cuestan poco pero transforman mucho. En ese sentido, el mazo de cartas es también una forma de resistencia, una apuesta por mantener viva la inclusión cuando el presupuesto la deja afuera del juego.

La accesibilidad como aprendizaje
El mazo en Braille es parte del stand que la carrera de Educación Especial presenta dentro de la Facultad de Ciencias Humanas en distintas actividades universitarias. Betiana Olivero, vicedirectora del Departamento de Ciencias de la Educación, explica que el objetivo era mostrar recursos concretos usados en la formación de futuros educadores especiales: “Las cartas forman parte de la vida social que cualquier persona transita. Son un medio para compartir entre amigos, un espacio de socialización. A veces son simples ajustes los que permiten que una persona con discapacidad participe de una actividad lúdica en igualdad de condiciones.”
La propuesta no busca deslumbrar con tecnología, sino recuperar el valor de lo cotidiano. “Siempre hablamos de potenciar la baja tecnología, porque es lo que nos permite construir recursos ajustados a las necesidades reales. Lo de alta tecnología suele ser costoso y, muchas veces, inaccesible. En cambio, con pocos materiales y creatividad se pueden generar apoyos concretos”, agrega Olivero.
En los stands que organiza la carrera, las cartas se combinan con cuentos adaptados, tablillas para escribir en Braille y tableros de comunicación aumentativa. Quienes visitan el espacio pueden aprender a escribir su nombre en relieve o a saludar con lenguaje de señas. “Enseñamos lo básico, pero simbólicamente es mucho más -dice Olivero-. Es poner las manos en el lugar de otro, entender que la accesibilidad se aprende y se enseña”.
Los propios estudiantes elaboran gran parte de estos materiales en clase. Los piensan, los debaten, los justifican teóricamente. “No se trata solo de hacer un recurso, sino de darle sentido. Promover la participación y la vida en igualdad de condiciones es el eje de nuestra formación”, remarca Olivero.

Un nuevo plan para nuevos tiempos
La carrera de Educación Especial está a punto de implementar su nuevo plan de estudios, el tercero desde su creación. El anterior, de 1998, quedó anclado en otro paradigma. “Ese plan respondía a un momento histórico distinto, con una concepción más asistencialista. Hoy trabajamos desde una perspectiva de derechos, en consonancia con la Convención Internacional y con el modelo social de la discapacidad”, explica Olivero, quien fue hasta julio de este año coordinadora de la carrera y estuvo a cargo de la modificación del plan de estudios.
El nuevo plan incorpora trayectos optativos en tecnología, vida adulta, escenarios laborales diversos y trabajo interdisciplinario. “Nos pensamos articulando con ingenieros, por ejemplo, para crear dispositivos. Nosotros identificamos la necesidad, ellos desarrollan el recurso y luego acompañamos el proceso de aprendizaje. Es una lógica distinta: trabajar con la persona con discapacidad, no para ella”, acentúa la vicedirectora del Departamento de Ciencias de la Educación
Esa mirada también redefine la práctica docente. “Las personas con discapacidad validan los materiales, evalúan junto a nosotros si el recurso cumple su función. Esa interacción cambia todo: el educador deja de ser el que sabe y pasa a ser quien media, quien aprende junto al otro. Ese es el cambio más profundo que trajo la convención”, cuenta Olivero.

Incluir en un contexto que excluye
Mientras la Universidad avanza en procesos de actualización y compromiso social, el contexto nacional va en la dirección contraria. Olivero no esquiva el tema: “Es una situación crítica. Las leyes de emergencia en discapacidad no se implementan, los aranceles no se revisan, muchas pensiones se caen sin una evaluación real. El costo de vida de la persona con discapacidad es mayor, y eso no se está contemplando”.
La crisis impacta también en las universidades, donde el presupuesto limita proyectos y programas. “Si implementamos el plan nuevo, lo hacemos con los recursos humanos que tenemos. Todo se vuelve más difícil, pero el compromiso social sigue intacto. Tenemos que militar este plan de estudios, esta carrera, porque faltan muchos profesionales y mucho trabajo por hacer”, afirma con decisión Olivero.
Esa palabra —militar— condensa el espíritu de un proceso que se lleva a cabo desde la carrera y que busca impactar en la cotidianidad de las personas con discapacidad: sostener la inclusión como bandera, aun cuando el contexto político la repliega. En cada recurso elaborado, en cada estudiante que aprende a leer el mundo en Braille, hay un acto de defensa del derecho a la igualdad.
El mazo de cartas con sistema Braille no busca ganar una partida. Su intención es otra: demostrar que la inclusión puede ser tan simple como tocar un punto y reconocer que del otro lado hay alguien jugando también. En tiempos de recortes y desatención, la educación especial vuelve a repartir la baraja —y esta vez, la marca a propósito, sin buscar la trampa— para que nadie quede fuera del juego.