PRIMERA PARTE

Entrevista a Ignacio Martín, desde la cárcel

“Para muchos
soy un monstruo”

A 4 meses de recuperar su libertad, Ignacio Martín, condenado a 7 años de prisión por usurpar el título de médico en plena pandemia de Covid, fue entrevistado por Otro Punto en la cárcel de Río Cuarto. En esta primera entrega, cuenta cómo vivió el hostigamiento de los otros presos y los rigores del encierro. Siente que pagó por lo que hizo y sabe que no será sencillo reinsertarse a una sociedad que probablemente lo siga reconociendo por el rótulo que él mismo se granjeó: el de “falso doctor”, o “médico trucho”

Fotos y videos: Santiago Mellano

Lo que más le cuesta de la cárcel hoy a este muchacho delgado y de piel nívea, es habituarse a los ruidos. El silbido de los goznes cuando se abren los portones, el repiqueteo de una cuchara contra una reja, los gritos y los insultos a toda hora, la forma en la que se tratan los presos entre sí, o con los guardiacárceles. Nada de eso se le hace familiar, aunque Ignacio Martín ya lleve 4 años y dos meses encerrado.

Las primeras semanas que pasó en el centenario edificio de la Avenida Sabattini al 2650 lo que más lo hería, en cambio, no eran los ruidos ni la jerga carcelaria, sino el rechazo de los internos que lo hostigaban en los pasillos del penal con el mote que Ignacio Martín se granjeó después de desempeñarse durante 5 meses como jefe del Centro de Operaciones Tácticas del Ministerio de Salud con un título de médico usurpado. Con un agravante, el engaño se montó en plena pandemia de Covid 19, cuando el papel de los profesionales de la salud, y la confianza que la gente depositó en ellos, se agigantó.

-“Mirá, ahí va el doctorcito. Este es el médico trucho. Todo el tiempo era ese comentario y me hacía muy mal por la manera como me lo decían: con la intención de herir”. Eso, dice, fue una de las cosas que más trabajo le llevó durante los años que lleva de condena: desterrar ese comentario adentro de la cárcel. Más adelante, probablemente tenga que lidiar con ese rótulo afuera, pero para eso faltan todavía cuatro meses. El 4 de agosto, Martín estará en condiciones de volver a la calle con libertad condicional. “Sé que para muchos soy un monstruo, pero yo no quise dañar a nadie”, dirá durante la hora y media que duró la entrevista.

Esta mañana otoñal el termómetro se vino a pique y entre los altos muros del Servicio Penitenciario Número 6, el frío parece penetrar los huesos. El recibimiento al periodista y al reportero gráfico de Otro Punto es cordial, pero igual hay que cumplir el protocolo de rigor. Las mochilas tienen que pasar por un túnel de scanner como los que funcionan en los aeropuertos y, después de eso, un guardia vuelve a revisar las pertenencias y hace un cacheo de pies a cabeza a la visita en un cuartito de un metro y medio cuadrado.

El encuentro con el interno de 24 años se concreta en el despacho de la vicedirectora de la cárcel, una pequeña oficina triangular donde se destacan dos letreros que cuelgan de una pared. “La vida son instantes, vívelos”, dice uno. El otro, resulta más difícil de asimilar en este contexto: “Este es nuestro lugar feliz”, reza. En eso se distrae el cronista, en verificar que efectivamente “eso” es lo que dice el cartel de “este” lugar, cuando por la puerta ingresa Ignacio Martín, escoltado por un guardia que, prudente, se queda como consigna del lado de afuera de la puerta.

Martín está idéntico a la última vez que se lo vio sentado en el banquillo donde la Cámara Primera del Crimen lo condenó a 7 años de cárcel. Los ojos enormes, las pestañas rizadas de un personaje de animé, la palidez pronunciada por los años que lleva “a la sombra”, y la voz potente y clara que parece encontrar sin dificultad las palabras que necesita para explicar eso que ni una ciudad, ni toda una provincia parecen entender todavía. ¿Cómo hizo un chico de 19 años para embaucar a todo un estado provincial y municipal y, más grave aún, a la gente que por aquellos afiebrados meses de 2020 estaba inerme frente a un virus del que se desconocía todo? ¿Sucedió realmente así o hubo otros actores que aún no respondieron por sus responsabilidades?

Ignacio Martín contestó a esas preguntas sin guardarse nada, por más que su abogado defensor y su propia familia le recomendaron que no concediera esta entrevista. Los lectores más ansiosos tendrán que armarse de paciencia. La regla número uno del entrevistador consiste en reservar las preguntas de fuego para el final. Debido a la extensión inusitada para un mano a mano dentro de la cárcel, esta entrevista será desglosada en dos ediciones.

En esta primera entrega, Martín habló de su inesperado encuentro con la cárcel, algo que ni él ni su familia imaginaron ni en la peor de sus pesadillas.

-Usted fue condenado en septiembre de 2023, pero ya llevaba tiempo detenido.

-Sí, del juicio yo no tengo nada que decir, pero en la instrucción hubo cosas muy turbias. En diciembre de 2020 cuando me imputan y tomo conocimiento de que la cosa se estaba haciendo mediática, me contacto con un abogado por primera vez en mi vida y le comento mi situación. Lo primero que hacemos es ponernos a disposición de la Justicia. Doy mi domicilio en Córdoba. Yo estaba viviendo en un departamento solo pero por el acoso de los medios, me voy a vivir a la casa de mi mamá. ¡Tuve todo un mes si me hubiera querido escapar o entorpecer la investigación!, pero nunca me escondí ni tiré nada. El 4 de febrero de 2021 me allanan, no rompieron puerta ni nada como por ahí se ve, tocaron el timbre con una orden de allanamiento pero no de detención. Buscando cosas relacionadas con la salud, llevaron mi bolso, mi uniforme relacionado con el ministerio de salud. Les pregunté si estaba detenido y me dijeron que no, pero cuando termina el allanamiento viene una oficial de civil, trae otro papel y me dice “bueno, ahora pasás en calidad de detenido” y me muestra una orden.

Recuerda que afuera de la casa de su madre estaba toda la prensa y una custodia de oficiales, patrulleros y sirenas dignas de la detención de Al Capone. “Supuestamente lo hicieron así no porque yo fuera peligroso sino para resguardar mi integridad física, eso decían”.

En la central de Policía de Córdoba, uno de los jefes lo puso al tanto de su situación: “de acá te vamos a llevar a Río Cuarto, allá te van a indagar y, por los delitos que tenés, seguramente vas a recuperar la libertad”, le dijo un comisario y no podía estar más errado: Ignacio Martín estuvo todo ese fin de semana en la alcaidía de calle Belgrano, el lunes siguiente fue trasladado a una celda de aislamiento en la cárcel durante 14 días para evitar los contagios por Covid y finalmente fue enviado a una celda común donde permanece hasta hoy.

“Recuerdo que después de estar 14 días aislado, me hisopan y el jefe de seguridad me dice “hablá con tu abogado para que te saquen”, porque ya me iban a tener que pasar a un pabellón con gente. El servicio penitenciario trataba de que yo me fuera, y los entiendo porque era un problema para ellos que yo estuviera acá adentro”, dice.

-Era un cuerpo extraño en la cárcel.

-Sí y aparte de eso, vos imagínate que salía todos los días en la tele. Y acá todos los internos tienen televisión. Telediario es infaltable tanto a la mañana como a la tarde, y yo salía en los noticieros todo el día. Estaban todo el tiempo con el médico trucho. Si se olvidaban un poquito, les hacían acordar. Para mí, fue muy feo. Lo pasé muy mal.

La llegada a la cárcel no fue menos aparatosa que su detención. “Ese lunes, me va a buscar la Policía y se llevan mis pertenencias. Yo pensé que me iba a mi casa. “No, salió la orden del fiscal Jávega para llevarte a la cárcel”, me explican. Otra vez hicieron un circo con el Éter, tres camionetas, motos con sirenas cortando la calle. Calculá que a mí ya me daba miedo estar en la Central, imagínate ir a la cárcel. Pensaba, acá me voy a morir, no voy a poder subsistir a esto. No veía alternativa posible acá adentro. Me acuerdo que uno de los guardias me dijo que me quedara tranquilo, que no era algo tan grave, pero yo no aceptaba comentarios positivos”.

Afuera de la oficina, el guardiacárcel muestra los primeros signos de impaciencia. Da golpecitos con los borceguíes en el piso y empieza a mirar el reloj. De espaldas, Martín no lo ve y continúa con su relato detallado.

“Apenas entro a la cárcel, me hacen un control físico y me traen a este sector. Yo veo todo esto y para mis adentros pensé, “bueno, no es tan feo”. Pero, claro, estaba viendo la parte administrativa. Cuando me llevan al otro lado del portón, ¡ahí me encontré con la cárcel!”.

El recibimiento de los internos fue acalorado y hostil. “Todos ya estaban al tanto de que yo estaba ahí. A la mayoría les gusta mucho arengar. Apenas pasé el portón me topé con los pabellones uno y dos para procesados, y me decían un montón de cosas. “¡Te vamos a matar!”, me gritaban. Ahora sé que era una forma de psicología barata, pero en ese momento no lo sabía. Cuando escuchaba eso sentía miedo por mí y por mi familia. Tengo una buena familia. La cárcel era algo nuevo para mí y para ellos. No te sabría explicar lo que sintió mi mama, lo que habrán sentido mis hermanos.

-¿Cuánto tiempo le llevó entrar al mundo de los internos?

-No, no, no. Al día de hoy no lo pude lograr. Me cuesta mucho.

-¿Y hacer algún tipo de amistad?

-No, amistad, no. Aunque nunca he tenido problemas con nadie. Nunca he tenido una pelea o un pleito. En los 4 años y dos meses que llevo he pasado por dos pabellones, el 6 que es de procesados y ahora estoy en el pabellón número 5 que es de condenados con buena conducta. Siempre tuve buena conducta y trabajé. Estoy en una celda donde somos cuatro y los cuatro trabajamos.

-¿Y con esos internos entabló algún vínculo?

-Sí, yo almuerzo con ellos. Osea, tenés que hacer un vínculo, no podés aislarte completamente porque es imposible. No hay gente mala, es decir, no toda la gente que está acá es mala. Hay gente que es buena, en el sentido de que podés entablar un diálogo. Yo por ahí hago de lado por qué están o qué causan tienen. A mí eso no me interesa, yo no soy nadie para juzgarlos. He conocido mucha gente con la que iría a tomar un café el día de mañana si me los cruzara en la calle.  Pero a mí me costó mucho vincularme con ellos por todas las habladurías, todo lo que se decía de mí. Imaginate, Alejandro, lo que significa que estén todo el día en la tele hablando de vos y diciéndote “médico trucho”. Todo eso me hacía muy mal.

Martín comenta que, con el tiempo, encontró dos tablas de salvación que le ayudaron a sobrellevar el encierro y la animosidad de los otros internos. Una fue su psicólogo Santiago Martínez, con quien hasta el día de hoy mantiene llamadas quincenales, y la otra tabla de salvación fueron los guardiacárceles. “El servicio se portó muy bien conmigo. Los empleados de seguridad siempre han tratado de ayudarme para que no me pase nada, primero, y segundo para sobrellevar todo esto. Acá los internos a los guardias los llaman “empleados”. “Che, empleado, necesito ir al baño”, por ejemplo. Yo no podía, y todavía me cuesta. Imaginate que al principio yo les decía “oficial” y el resto se me reía. “Si son empleados de la cárcel, de qué otra forma los vas a llamar, me decían”. Al final, yo les terminaba diciendo “señor empleado” porque tampoco quería ponerme en contra al resto.

-¿Recibe tratamiento psicológico?

-Desde el primer día tengo acompañamiento de un psicólogo. Si bien no tengo un tratamiento pedido por la Justicia porque eso por lo general se cumple en casos de abusos sexuales, pedí por favor que me asignaran un profesional que, aunque sea, me llame cada 15 días porque se me hacía muy difícil. Apenas entré, caí en una depresión muy grande. No quería comer, por todo lo que se decía primero, y segundo por el lugar en el que estaba. Al día de hoy todavía me cuesta. El psicólogo me ayudó, y me ayuda, a ver mi error, a problematizarlo. Porque yo estoy acá por un error mío. A nadie se le ocurrió decir “traigamos a Ignacio a la cárcel” porque sí. Admito que estoy acá por un error mío, lo que no quiere decir que esto me agrade o que haya podido acostumbrarme a estar acá. Por más de uno sepa que se equivocó, es difícil estar acá adentro.

Dentro del penal, Martín cocina para el personal y hace trabajos de mozo. Es lo que se conoce como “fajina de confianza”. Son tareas que se cumplen en el área administrativa donde las rejas son menos visibles y hasta se puede ver, más allá del portón de entrada la calle: el paso de los vehículos y de la gente por la Avenida Sabattini. “En esta parte te sentís un poco libre”, dice.

-¿Qué anhelaba ser de chico?

-De chico quise ser piloto de avión. Es más, quería entrar a la Fuerza Aérea de Córdoba. Pero el ingreso era por cupo y no pude entrar. Después busqué por el lado de piloto comercial, pero era casi inalcanzable porque necesitás tener muchas horas de vuelo y ese mundo es muy caro. Ahora, te aclaro que nunca planeé ser médico y tampoco estudiaría eso ahora. Digo, por si la pregunta viene por ahí.

-¿Estudia dentro de la cárcel?

-Sí estoy estudiando abogacía y mi intención es seguir la carrera en Córdoba, cuando recupere la libertad. Me imagino trabajando en el área penal. Nunca antes había incursionado en el mundo de las leyes y empecé a hacerlo porque no me gustaba que mi situación legal dependiera de una sola persona. No me gusta que alguien me diga que esta pared es blanca, en todo caso si es blanca quiero saber por qué es así y no de otro color.

-A esta nota la va a leer mucha gente, ¿qué les diría?

-Les diría lo mismo que ya dije durante el juicio. Yo a la sociedad ya le pedí disculpas. Entiendo que por la carátula que tuvo mi caso para mucha gente yo sea un monstruo. Pero, como todas las cosas, depende desde el punto que lo veas. En primer lugar, yo no lo hice para dañar a nadie. Segundo, si alguien cree que lo hice por dinero por chorear algo se equivoca porque yo siempre fui voluntario y, si alguna vez me pagaron, fueron los viáticos de 80 mil pesos mientras estuve acá en Río Cuarto. Después, que se me haya escapado de las manos el tema político y el tema del título es cierto, pero en ningún momento lo hice con la intención de dañar a ninguna persona.

-Le queda poco tiempo, ¿va tachando los días que le faltan para recuperar su libertad?

-Sí, vos sabes que he visto que otros internos lo hacen acá adentro, pero yo no. Yo lo vivo como que es algo que se acaba, que ya se termina. Yo ya cumplí con lo que la Justicia dijo que tenía que cumplir. Voy a salir y voy a tratar de seguir con mi vida. Soy joven, tengo que seguir con mi vida, no me puedo dejar morir.

-¿Está preparado para enfrentarse al señalamiento de la sociedad? ¿Al rótulo de falso médico con que se lo identifica hasta el día de hoy?

-Sí, y también entiendo que es algo que se hizo muy conocido, muy público. Me guste a mí o no me guste, la gente va a hablar igual. Eso no es algo que pueda manejar. No siento que hoy tenga que darle explicaciones a nadie, pero si alguna persona me parara en la calle y me preguntara, no tendría problemas en sentarme a tomar un café y contarle. Si alguien tiene una duda, yo no tengo problemas en explicarle para que sepa un poco cómo fue realmente.

-¿Qué le diría? ¿por qué lo hizo?

– No sería fácil resumirlo, pero le diría que lo hice porque era chico, porque pequé de tonto. Por ahí, algunos me dicen “¡qué inteligente que sos!”. Pero no, puedo parecer inteligente para algunas cosas, pero si realmente hubiese sido inteligente no estaría acá sentado dándote una nota desde la cárcel.

SEGUNDA PARTE: En la edición del próximo viernes 25 de abril, Ignacio Martín revela cómo se gestó el engaño y quiénes serían los funcionarios involucrados con la maniobra.

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