
¿Cuántas veces el Estado argentino, a través de sus sucesivos gobiernos, ha ido a solicitar ayuda a Washington? Muchas. Algunas, solicitándole el voto en los organismos financieros internacionales, donde el voto está en directa proporción con la cantidad de dinero que se aporta, y en otras -no tantas- a pedir directamente una ayuda al Departamento del Tesoro de ese país.
Seguramente mucha gente podrá concluir en que dichas ayudas terminaron mal, y no porque los Estados Unidos hayan maniobrado para que fracasara el gobierno de turno; terminaron mal porque no es esa la manera de devolver competitividad al sistema productivo nacional. En definitiva, las herramientas para salir adelante están a disposición -y a mano- de los gobiernos circunstanciales.
Lo que cambia en las actuales condiciones globales es la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Desde que asumió, Donald Trump se ha empeñado en castigar directamente a Pekin con aranceles, pero sus medidas fracasaron. Y fracasaron porque Xi-Jinping aprendió la lección del anterior período de Trump, donde gran parte de la economía china estaba directamente vinculada a los Estados Unidos. Desde el fin del primer gobierno de Trump, China ha venido diversificando su mercado externo, al tiempo que profundizó su estrategia de controlar África y sustituir a Washington frente a la Unión Europea.

Cuando Trump notó que China no se conmovió ante sus aranceles, comenzó a atacar por otros flancos: sanciones a Europa, presiones en el marco de la OTAN para que suban sus presupuestos de Defensa, hacer ver que “deberían vérselas solos frente a Putin” y cosas así. Pero hizo algo más: comenzó con bravuconadas sobre “apropiarse de Groenlandia” y convertir a Canadá en el “Estado Nº 51” de los Estados Unidos. ¿Estupideces? ¿Tonteras? Nada de eso.
Todas las expresiones de Trump, desde el pasado 20 de enero, tienen un solo destinatario: China. Las amenazas sobre Groenlandia y Canadá están dirigidas a garantizar el control de los mares del norte ante el creciente paso de naves rusas y chinas. Y es en ese contexto donde Argentina comienza a cobrar importancia superlativa para Washington.
Parte de la estrategia de China para los próximos 30 años pasa por el dominio de los mares, razón por la cual están aprovechándose de los intersticios que le permite la Convención de Derecho del Mar de 1982 para avanzar sobre Zonas Económicas Exclusivas de otros estados vecinos. Ya perdió un litigio con Filipinas, pero sigue construyendo islas artificiales y está desarrollando tecnología naval nuclear, que presumiblemente estará operativa hacia mediados del presente Siglo.
Mientras tanto, y ante las crecientes dificultades que presenta el Canal de Panamá, las flotas chinas utilizan el Mar de Hoces (mal llamado pasaje de Drake) para arrasar con la fauna marina en el Atlántico Sur. Y ante ello, Trump buscó a un aliado en el Sur para compartir una base naval (Ushuaia), exigir la “moderación” ante el Reino unido por los reclamos de soberanía sobre Malvinas, San Pedro y Esquivel (mal llamadas Georgias y Sándwich del Sur), así como la proyección antártica.

Los buenos modales de Trump fueron claramente traducidos por Scott Bessent en una entrevista en un canal de Estados Unidos: “El swap con Argentina le permitirá terminar con el auxilio financiero de China. Además, Argentina es un país muy interesante para Washington; tiene uranio, litio y tierras raras, además de estar abriendo su economía para que empresas privadas participen de negocios energéticos”. Listo. No hace falta agregar una sola coma.
A diferencia de los créditos del FMI, la “ayuda” del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos no exigirá privatizaciones (que las harán aunque no se las pidan), ni cambios en el sistema impositivo o previsional (que también las harán); la presencia de Estados Unidos ya es palpable hasta en lo discursivo. El designado Embajador Peter Lamelas ha dicho que planea “visitar a los gobernadores para que corten sus acuerdos comerciales con China”. Tal vez no se entienda que con Estados Unidos la economía argentina no es complementaria, sino competitiva. Está claro que el eventual encarecimiento de los productos exportables argentinos mejorará la posición de sus similares norteamericanos. Tal vez por eso haya tanto interés del Señor Bessent por apreciar al peso.
Mientras tanto, la presencia militar de Washington -permitida por decreto del Presidente Milei mientras era repudiado en las calles de Ushuaia- ya es palpable, así como el cambio en los reclamos argentinos al Reino Unido.

Que quede claro: Washington está defendiendo sus propios intereses nacionales, esos que Argentina no está queriendo ni sabiendo defender. Y aquí se está haciendo referencia al hecho de que un tercio de la soberanía argentina está usurpada por Londres (véase la porción marítima sobre la que no se tiene control), se asiste en silencio a la construcción de un megapuerto en Malvinas, que será la Puerta de Entrada a la Antártida, debilitando a Ushuaia, y recordando que fue una exigencia de Washington que se dejara sin efecto la construcción de un puerto de aguas profundas en la Patagonia por parte de China.
Y los intereses nacionales de Estados Unidos están siendo amenazados por China. Para este pensamiento en Relaciones Internacionales (el Realismo), no existen amigos sino aliados circunstanciales, los que están atados a la defensa del interés nacional.
Ojalá que aquí lo entiendan a tiempo, pues no vaya a ser que en algún momento se deba llorar como niños lo que no se está sabiendo defender como adultos.
