Se votó en Alemania. El mismo país que en 2021 había votado por la socialdemocracia, los liberales y los verdes, que se coaligaron para gobernar, ahora le metió una paliza increíble a los tres partidos, devolvió al poder a la Unión Demócrata Cristiana, pero mostró un preocupante segundo lugar para la agrupación neonazi AfD.
Desde esta página no se busca descalificar ni juzgar a una sociedad que en libertad eligió a sus autoridades; se trata de entender qué pudo pasar en tan poco tiempo para que el mapa alemán mostrara una fractura y una división llamativas. Quien mire el mapa electoral del domingo 23 de Febrero 2024, observará que en todo el territorio de lo que era la República Democrática Alemana (la comunista), triunfó la derecha extrema, mientras que los democristianos y socialdemócratas lo hicieron en la ex República Federal. Los Verdes quedaron reducidos a sus espacios geográficos tradicionales.
Alguien podrá decir “bueno, pero finalmente ganaron los democristianos”. Ojo con este dato. El hecho de que hayan sacado la mayor cantidad de diputados para el Bundestag (208 sobre 316 necesarios), marca que fue la peor elección de esa agrupación desde la reunificación. Asimismo, la socialdemocracia, con su tercer puesto (120 diputados), obtuvo su peor resultado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, el extremismo neonazi logró su mejor elección histórica saliendo en segundo lugar (152 diputados).
Como síntesis de lo que viene, la Unión Demócrata Cristiana deberá pactar con la socialdemocracia para reunir 328 diputados sobre 316 necesarios. No será fácil, pues hay diferencias históricas entre ambas agrupaciones respecto de la agenda económica, social e internacional. Asimismo, el tema inmigración será determinante si Friedrich Merz pretende una “grosse koalition”. Es que no hay demasiadas alternativas: los Verdes no tienen número para garantizar gobernabilidad, los Demócratas-Liberales quedaron afuera del Bundestag y lo que queda es sumar a AfD al Gobierno, lo que los principales partidos se comprometieron a evitar a toda costa.

Que quede claro: Merz no es Merkel. Muy lejos de serlo. Es un conservador muy particular, y tal vez sea una de las últimas ocasiones que tiene la Unión Europea de ver a un nuevo líder que promueva una firme oposición frente a un demoledor Donald Trump, y que vuelva a convertir a Alemania en la locomotora económica de la UE.
Más allá de todo lo que antecede, queda algún análisis. ¿Por qué pasó? Del análisis electoral se observa que los jóvenes de hasta 24 años votaron por Die Linke (izquierda), que con sus 64 diputados lograron una buena presencia en el Bundestag. Pero las personas de más de 50 años votaron masivamente por AfD. Ese sector social es esencialmente trabajador. Y tal vez allí haya que comenzar a buscar algunas explicaciones. La Alemania que deja Scholz padece desindustrialización, desocupación y crisis de liderazgo en la UE. No es extraño que ese sector social haya votado masivamente a un partido que reniega de valores democráticos y de la ampliación de derechos; en una llamativa entrevista en el diario catalán La Vanguardia, muchos de ellos dicen extrañar al Partido Comunista (“no era tan malo, no había desocupación, no había peleas entre los partidos que se ven ahora y nos cuidaban de los norteamericanos”).
El avance de un partido claramente cuestionador de la Alemania crítica del nazismo, abierta a la inmigración y opuesta a los avances rusos, debe hacer reflexionar a muchos líderes políticos sobre la realidad que se observa en muchos lugares. Dice Henry Kissinger en su último libro “Liderazgo” que las redes sociales han puesto a la Democracia Constitucional Liberal contra las cuerdas, pues se exige una mayor inmediatez, mayor celeridad y rápidas respuestas. Parece ser que ahora es lo mismo enviar un mensaje por WhatsApp que un debate legislativo sobre el presupuesto (cuando lo hay).
Ello pone, efectivamente, a los sistemas constitucionales occidentales bajo la sospecha de ineficientes, lentos y cómplices de partidos que sólo cuidan que se mantengan los privilegios de quienes están cerca del poder. La verdad es que en política el vacío no existe, y cuando aparecen estos líderes que hacen del decreto una virtud, del agravio una costumbre y del autoritarismo una forma habitual, lo que debe preguntarse no es si se está en presencia de un nuevo sistema más eficiente o si como seres humanos se está asistiendo a una renuncia voluntaria a derechos y garantías.
Habrá que tener mucho cuidado en esto. En Argentina quienes hicieron del progresismo una bandera muy cara de Gobierno y de discurso, aparecen como responsables de haber generado un hartazgo que permitió la elección de la extrema derecha.
Cuidado: tanto en Alemania, como en parte de Europa occidental, Estados Unidos o gran parte de América Latina, si los partidos políticos se debilitan, otros sectores ocuparán su lugar. Tal vez ya lo están haciendo. Probablemente ya lo hicieron.
Y lograron manipular el pensamiento y la voluntad, inclusive generando la convicción de estar obrando “libremente”.
