¿Alguien apuesta por la paz en Gaza?

“Aspiramos a una tregua de larga duración”, dice Hamas; “este ataque permitirá avanzar hacia la paz”, dice Netanyahu. Todas mentiras. Puras palabras echadas al viento para llenar titulares de periódicos. Cero en sinceridad.

El conflicto en la franja de Gaza no es nuevo, como tampoco lo son sus protagonistas. Hablar del Movimiento de Resistencia Palestino, conocido como Hamas, fue fundado por el clérigo islámico palestino Ahmed Yassin en 1987, tras el estallido de la Primera Intifada contra la ocupación israelí. Surgió de su organización benéfica islámica Mujama al-Islamiya de 1973, afiliada a la Hermandad Musulmana.

Este movimiento nacionalista e islamista sunnita fue financiado por varios países del Golfo Pérsico (no sólo Irán), con fondos que llegaban a través de Israel. Es que Israel en un primer momento pensó que podía utilizar a Hamas para ponerle un escollo a la entonces Organización para la Liberación de Palestina, sunnita pero laica. Y, de hecho, gran parte de los problemas que impidieron la existencia de un Estado palestino tienen que ver con las insalvables diferencias internas que tiene su dirigencia.

Fue sobre fines de esa década y el comienzo de los ’90, cuando el viejo líder Arafat ya estaba manteniendo conversaciones a través de terceros países para lograr lo que finalmente se conoció como los Acuerdos de Oslo, que permitirían transformar el Estatuto de ese movimiento y dejar de buscar la destrucción del Estado de Israel. Israel, por su parte, aceptó la existencia de una Autoridad Nacional Palestina, prólogo de lo que debería haber sido un Estado palestino. Pero eso no sucedió.

Hamas siempre acusó a Arafat y a su partido, Al-Fatah, de haber traicionado la esencia del Movimiento Palestino, pues la lucha contra la ocupación lo era en el total de lo que Yassin llamaba “territorio usurpado por Israel”. Es decir que mientras Arafat y su movimiento, Al-Fatah, aceptaban la Resolución 181 de la ONU que estableció la partición de Palestina en dos Estados, Hamas sostenía la necesidad de eliminar la existencia de Israel. Posiciones incompatibles dentro de la dirigencia palestina, que también se extendieron a lo religioso (unos, laicos; otros, islamistas).

A partir de Oslo, el movimiento Hamas endureció paulatinamente sus posiciones, traduciéndose en un aumento de sus ataques hacia el territorio israelí. Esto, a su vez, fue modificando la predisposición del electorado israelí, originariamente apoyando toda negociación de paz, pero luego apostando por la seguridad. Hoy, gracias en gran parte a la permanente tensión que se vive en Israel a raíz de los cotidianos ataques de Hamas, gran parte de la población vota partidos en cuyas plataformas la palabra “diálogo” o “Estado palestino” no existen o son altamente cuestionadas.

Y si a eso se le suma que no solamente el sector palestino tuvo diferencias internas, sino que el dirigente que se animó a dar el paso fundamental en Oslo en nombre de Israel, Yitzhak Rabin, fue asesinado por un fanático, la pesadilla va tomando forma. A todo ello debe sumársele, también, el hecho de que luego de los cambios de autoridades en el partido Likud en los ’90, un joven Benjamin “Bibi” Netanyahu asumía su liderazgo, atacando con todo tipo de epítetos y descalificaciones las políticas del Laborismo hacia Arafat y su flamante ANP.

El último capítulo de lo posible fue en Camp David, el 24 de Diciembre de 2000, cuando Ehud Barak y su canciller Shlomo Ben-Ami ofrecieron a Arafat un Estado palestino con Jerusalén oriental como capital. Pero Arafat no aceptó; prefirió priorizar las internas con Hamas, o tal vez porque -como les gritó a Clinton y a Barak-, “Uds. quieren venir a mi velatorio”. Lamentablemente, su rechazo fue, en realidad, el velatorio….pero de la posibilidad de un Estado palestino.

Luego vinieron Sharon, Olmert, Netanyahu, Bennet, Lapid, y volvió Netanyahu. Algunos fueron más dialoguistas, pero la fragmentación del espacio político israelí ya impide cualquier avance efectivo frente a un adversario que no aparece con interlocutores que puedan unir al sector palestino.

Tras el 7 de Octubre, y la decisión política de Netanyahu de “destruir a Hamas”, todo se derrumbó. La ANP quedó en la penumbra, desautorizada por los propios palestinos que la ven como “colaboracionista” de Israel y EEUU, y Hamas empezaba a ser visto como “el legítimo representante del pueblo palestino”. Y eso es lo grave; Hamas comienza a ser popular en Estados donde ni siquiera existe.

Y a Netanyahu poco le importa la imagen internacional de un Israel en un creciente aislamiento; él sabe que su sobrevivencia política depende de continuar la confrontación. Por ello no hay fronteras; si hay que atacar a Líbano, a Siria, a Yemen, a Israel o a Catar, se ataca. Lo peor es que así como a Netanyahu la paz puede significarle el fin de su carrera política, Hamas necesita también del conflicto para seguir existiendo.

Con mucho dolor se coincide con el editorial del matutino La Vanguardia de Cataluña: Israel ha asesinado en Doha una paz que ya estaba muerta.

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