
El pasado 27 de Junio, se firmó en Washington -intermediados por Catar y Estados Unidos de América- un pacto entre la República Democrática del Congo y Ruanda, tras 30 años de guerra. Fue un intento de poner un fin a tres décadas de conflicto que comenzaron cuando en 1994 se produjo la guerra civil ruandesa entre hutus y tutsis, con más de un millón de muertos.
Precisamente, Ruanda acusa a la República Democrática del Congo (RDC) de proteger a los hutus implicados en el genocidio. A partir de dicha tragedia, se fueron sucediendo problemas dentro de una siempre conflictiva RDC en la cual hoy combaten más de 100 grupos armados de diferente filiación y con “padrinos” y financistas externos variados.
Pero no todo gira en torno de las convicciones “pacifistas” del gobierno de Estados Unidos; informa France 24 que “El acuerdo también facilitaría al gobierno y a las empresas estadounidenses el acceso a minerales cruciales en la región. Además, resulta fundamental en la estrategia del gobierno estadounidense para contrarrestar a China en África. Los minerales al este de RDC, como el coltán, en su mayoría sin explotar —cuyo valor estima el Departamento de Comercio de EE. UU. en 24 billones de dólares—, son cruciales para gran parte de la tecnología mundial.

“Las empresas chinas han sido durante muchos años uno de los actores clave en el sector minero del Congo. Las refinerías chinas de cobalto, que representan la mayor parte del suministro mundial, dependen en gran medida del Congo. Ruanda también ha sido acusada de explotar los minerales del este del Congo, una tendencia que, según los analistas, podría dificultar que Ruanda no tenga ninguna participación en la región”.
Lamentablemente no hay estrategia alguna para el desarme de los múltiples grupos irregulares, ni tampoco para ver cómo se reinstalan los más de siete millones de desplazados por el conflicto. El principal grupo irregular, el llamado M-23, no formó parte del acuerdo y amenaza con desconocerlo.
Según la ONU, el M-23 está apoyado desde Ruanda, y opera precisamente en la zona más rica en minerales de la RDC, precisamente en el este de dicho país. Está más que claro que hay una dimensión económica fundamental en el devenir del conflicto. Ruanda tiene capacidad de refinamiento y la RDC no. La capacidad exportadora de Ruanda ha crecido y también crecieron los rumores de contrabando por parte del M-23 desde la RDC y hacia Ruanda para ser comercializados internacionalmente.
En la puja por los llamados minerales críticos, China está fuertemente presente en esta zona de África, mientras que Estados Unidos ha quedado rezagado. Esta presencia norteamericana forzando un acuerdo de paz busca desplazar -o limitar- la presencia e influencia china en la región, y multiplicar allí la capacidad comercial e industrial de Washington.
En el acuerdo no se establecen estrategias para la vuelta de los millones de desplazados, y tampoco se vinculó de la misma manera a los diferentes grupos armados; las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (grupo hutu), fueron impelidas a desarmarse, mientras que el también ruandés (pero combatiendo desde el este de la RDC) M-23, no participó de las negociaciones. Todo parecería indicar que desde las potencias que forzaron el acuerdo, Estados Unidos de América y Catar, en realidad se buscaba fortalecer la capacidad exportadora de Ruanda, eliminando el accionar de un grupo claramente opositor al Gobierno de Kigali mientras que se hizo la “vista gorda” con el grupo que facilita las exportaciones ruandesas vía contrabando de minerales “raros” desde la RDC.

Esto permite hablar de la llamada “maldición de los recursos naturales”. ¿Por qué se habla de eso? La “maldición de los recursos naturales” se refiere a la paradoja de que países ricos en recursos a menudo experimentan un crecimiento económico más lento y un menor desarrollo que aquellos con menos recursos. Se habla de esta maldición porque, a pesar de tener abundantes recursos, muchos países no logran traducir esa riqueza en prosperidad general. La idea surgió porque se observó que países con grandes reservas de recursos naturales como petróleo, minerales o madera, a menudo sufren de desequilibrios económicos, corrupción y mala gestión y, como si fuera poco, foco de conflictos.
Lo que se ha visto en décadas en el llamado Oriente Medio, disfrazando de luchas o intervenciones para “exportar Democracia y crear Estados”, tuvo como objetivo principal garantizar el abastecimiento de petróleo a Occidente. Asimismo, los diamantes, el petróleo, el oro y, ahora, el coltán y el cobalto, sumen a África en conflictos que desangran a múltiples Estados.
Ah, y ya que se está hablando de esto, sería bueno reflexionar sobre el fallo que la Jueza del Segundo Distrito de Nueva York acaba de dictar contra el Estado argentino. Llamativamente la magistrada no ataca a YPF, sino que ordena al Estado argentino la “entrega” del 51% de las acciones a los demandantes, que no son otros que fondos buitres que lo único que buscan es quedarse con Vaca Muerta.
A veces hay que dudar de lo que ciertos gobernantes, políticos y periodistas de medios hegemónicos quieren hacer creer a las sociedades a las que pretenden domesticar. Ya miran para otro lado ante el saqueo atlántico; se silencia la proyección antártica; y hoy se defiende el “derecho” de los demandantes a cobrar lo que no les corresponde.
¿Hasta cuándo?
