
Con diferentes argumentos, algunos países europeos han manifestado que reconocerían a Palestina como Estado independiente a partir de la venidera Asamblea General de las Naciones Unidas en Setiembre.
Sabido es el deseo de Emanuel Macron de sobreactuar el peso de Francia en el contexto internacional; de hecho, Francia no fue el Estado que tuvo relación con la partición del territorio palestino luego de la Primera Guerra Mundial, pues el mandato que otorgó la Sociedad de Naciones a París fue lo que hoy son Siria y Líbano. La responsabilidad primordial de administrar lo que hoy son Jordania e Israel fue del Reino Unido.
Pero no puede negarse el valor simbólico de que Francia -una de las locomotoras de la Unión Europea- reconozca a Palestina como Estado. La reacción de Israel y de Estados Unidos de América no dejaron lugar a dudas. Israel acusó a Francia de “hacerles el juego a los terroristas de Hamas”, y Washington utilizó argumentos similares para condenar la decisión del Palacio del Elíseo.

La cuestión que debería analizarse con más detenimiento es si, como dicen Israel y Estados Unidos, “reconocer a Palestina como Estado es hacerle un favor a Hamas”. En primer lugar, es faltarle el respeto a un Pueblo sin Estado -los palestinos- el identificarlos con Hamas, desconociendo que tras los Acuerdos de Oslo hay una Autoridad Nacional Palestina con sede en Ramallah; en segundo lugar, la declaración de Israel y Estados Unidos parece identificar a palestinos con terrorismo, lo que además de ser falso, es una tremenda injusticia, pues la población de Gaza también es víctima del terrorismo y de las represalias israelíes. También es injusto y falso identificar a Israel con el Gobierno de Netanyahu. Israel es una Democracia pluripartidista con prensa libre y división de poderes.
Pero como si lo anterior fuera poco, los mismos creadores del Estado de Israel aceptaron la Resolución 181 de Noviembre de 1947 de la Asamblea General de la ONU por la cual se producía la partición, con lo que David Ben-Gurión y sus compañeros aceptaban la creación de un Estado judío junto a otro árabe, luego de que Londres renunciara a seguir administrando la región y se la entregara a la flamante Organización Internacional.
Fueron muchas décadas de conflictos las que generaron cambios en el discurso político de Israel y las disidencias entre los palestinos; los partidos israelíes fueron dividiéndose y girando hacia posiciones extremas, algunos de los cuales sostenían que toda la región entre el Jordán y el Mediterráneo era tierra bíblica israelí, y por lo tanto no debía existir ningún Estado árabe allí; y los palestinos observaron que, junto al partido mayoritario de la Organización para la Liberación de Palestina, Al-Fatah, surgían movimientos amparados por Hermanos Musulmanes de Egipto que cuestionaban la legitimidad de Israel, y reclamaban la totalidad del territorio para los árabes (Hamas).

Así las cosas, se llega a los Acuerdos de Oslo, donde se plantea la autonomía de los territorios palestinos dejando para un momento posterior la definición de fronteras y el futuro estatus soberano (que no llegó jamás).
Con el crecer de los conflictos, la dilución de la Autoridad Nacional Palestina y la creciente influencia de los grupos armados que no cesaban en sus ataques contra Israel, el sistema parlamentario israelí tuvo que construir coaliciones donde los partidos con fuerte peso religioso y posiciones política extremas cobraban mayor protagonismo. De esta manera, fueron consolidándose los asentamientos en Cisjordania, convirtiendo a este territorio en una suma de bantustanes aislados y casi sin vínculos entre sí.
Y recientemente se ha asistido a las declaraciones del funcionario de Seguridad del Gabinete de Netanyahu, que aseguró que “no falta mucho para que Israel anexione territorios en Gaza, pues la pérdida territorial es lo que más les duele a los terroristas”. Si esto es así, la posibilidad de un Estado palestino parecería mucho más un sueño que una posibilidad.
Debe tenerse en cuenta que en Cisjordania viven más de setecientos mil colonos, muchos de los cuales ni siquiera aceptan directivas o mandatos del Gobierno israelí, pues sostienen posiciones maximalistas y consideran “intrusos” a los palestinos. Asimismo, la representación palestina se encuentra debilitada, consumida por la corrupción y desafiada por movimientos violentos como Yihad Islámica y Hamas.

En este contexto, ¿puede Francia con su postura flexibilizar la posición israelí? No. ¿Ayudaría la fuerte posición del británico Keir Starmer de amenazar con una posición similar a la francesa si Israel no cesa en sus ataques a la población civil palestina de Gaza y no se supera la situación extrema de hambruna en la población? Es dudoso. ¿Y si Canadá se suma a esta posición? No cambiaría en absoluto la realidad. ¿Es creíble la posición de Trump respecto de la necesidad de dar ayuda a la población de Gaza? Como todo lo que viene de Trump, hay que ver a qué hora del día lo dice, pues es el mismo Trump que propuso a Netanyahu “limpiar Gaza” para que EEUU la convierta en el “balcón del Mediterráneo, abierto al mundo pero sin palestinos”.
Como quiera que esta columna puede plantear un panorama sombrío sobre el futuro, es obligación de quien esto escribe finalizar con una frase que no le corresponde: “no es culpa mía si no traigo flores”.
