¿Es posible pensar la paz?

Bajo las presiones del Presidente Trump se continúan las negociaciones por una tregua para Gaza en Catar, con la participación de Estados Unidos y Egipto -junto con las autoridades cataríes- entre Israel y el movimiento Hamas.

Aparentemente, la tregua de sesenta días que está buscando Trump implicaría la liberación de varios presos palestinos en cárceles israelíes y la devolución de diez rehenes en poder de Hamas, más 18 cuerpos de fallecidos. Obsérvese que se habla de “tregua”, y no de “paz”. Lógica pura: para Hamas no puede haber paz con Israel pues está ocupando el territorio donde debe haber una sociedad islámica.

Desde su nacimiento en 1987 de la mano del jeque Ahmed Yassin y como un desprendimiento de Hermandad Musulmana de Egipto en el contexto de la primera Intifada, Hamas cuestionó el papel de la OLP y de Arafat en el sentido de aceptar la Resolución 181 del 29 de Noviembre de 1947 en la Asamblea General de la ONU y que determinó la partición de Palestina en lo que deberían ser dos Estados: uno judío y otro árabe.

Con esta primera aproximación puede concluirse que la propia representación palestina está dividida respecto de lo que se busca; Al-Fatah, el partido de Arafat y que hegemoniza a la Autoridad Nacional Palestina (que surgió con los Acuerdos de Oslo), es un movimiento laico y que eliminó de la Carta de la OLP el mandato de “destruir a Israel”; Hamas, en cambio, surgió desde Egipto y en Gaza con un discurso duro y cuestionador de la legitimidad de Israel, pero esencialmente para no permitir que la Yihad Islámica Palestina hegemonizara las posiciones más duras.

Entonces ya hay un primer problema: imposible hablar de “paz” cuando una de las partes basa su propia legitimidad en el discurso de destruir a la otra parte, y que lo máximo que está en condiciones de aceptar son “treguas de larga duración”. Esto último, asimismo, no es aceptado por Israel, que considera que esas “treguas” son herramientas de Hamas para continuar armándose y eternizar el conflicto.

Pero tal vez este sea un “momento Netanyahu” de la historia; los ataques a Irán dejaron al país persa casi sin defensas ni capacidad de ataque, al tiempo que limitaron severamente su programa nuclear. De esta manera, la fuente de financiamiento, entrenamiento y armamentismo de estos movimientos islamistas (Irán), hoy está duramente golpeada. Asimismo, desde el pasado 8 de diciembre en Siria hay un gobierno sobre cuya orientación aún es demasiado temprano determinar, pero ha comenzado un claro acercamiento con Estados Unidos y se sabe que hay diálogos con Israel. Por otra parte, el enviado de Trump para la región se entrevistó con las autoridades libanesas, quienes dieron su visto bueno para lo que debería ser el “desarme” de Jizballah….pero, claro, sin consultar a Jizballah.

Llamativos son los proyectos de Turquía y Arabia Saudita, dos Estados que aspiran a sostener un liderazgo islámico (árabe en el segundo caso, no así en el primero), y que encuentran allanado el camino luego de los ataques norteamericanos a Irán. Turquía ha venido endureciendo su discurso contra Israel (y a favor de los palestinos), sostiene al actual gobierno interino de Siria y siempre miró con antipatía a los Ayatollahs iraníes. Arabia Saudita, por su parte, oscila entre un discurso islamista “fraterno” y la necesidad de ser “confiables” para Occidente. ¿Establecerá relaciones con Israel? Difícil saberlo hoy, pero todo indicaría que a mediano plazo sí lo hará. En el medio de todo, Egipto y Jordania son los únicos países limítrofes con Israel que tienen fronteras “estables, seguras y reconocidas”, viejo e histórico planteo de Jerusalén.

Por último, es muy improbable que se edifique un Estado palestino; las condiciones en Gaza, sumado al hecho de que la coalición de gobierno en Israel exige la ocupación indefinida del territorio, más la vuelta a la construcción de colonias (y la propuesta de Trump de hacer un “balcón del Mediterráneo pero sin palestinos”), tornan a Cisjordania como único lugar posible. ¿Posible? Para nada. Con un territorio modelado por las colonias -algunas de las cuales tienen lógica propia y no responden al Gobierno de Israel-, y la absoluta falta de legitimidad de la Autoridad Nacional Palestina del longevo Mahmud Abbas -a quien se ve como “cómplice” de la ocupación israelí-, no permiten avizorar positivamente otra realidad.

Pero, asimismo, debe plantearse que si la alternativa no es un Estado palestino -proyecto con el cual la Liga Árabe no se siente cómoda-, debería preguntarse qué pasará con el territorio y sus habitantes. ¿Está Israel dispuesto a mantener una ocupación militar sine die? Israel sabe que no puede ni está en condiciones de prolongar el actual estatus de la zona. ¿Está Israel con voluntad de absorber los territorios palestinos? Eso plantea la derecha extremista de ese país, pero el problema a mediano plazo es la demografía. ¿Cuál es la alternativa, si no es la deportación de palestinos? ¿Qué sean habitantes y no ciudadanos?

La humanidad ya vivió un Appartheid y no parece dispuesta a aceptar otro. Se lamenta el pesimismo que trasunta este artículo, pero como dijo alguien en cierto momento, “la única verdad es la realidad”.

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