Francisco, un Cónclave
y demasiados interrogantes

La muerte del Papa Francisco llegó cargada de simbolismos; murió un día después de una impresionante Homilía en el Domingo de Pascuas. El Bergoglio de siempre, directo, llano, sencillo, firme, les habló a Netanyahu, Hamas, Putin, Zelenski, Trump, la Unión Europea y a los líderes africanos. Antes de cerrar los ojos, sus últimas palabras fueron para su enfermero: “gracias por llevarme con la gente por la plaza”. El Bergoglio de siempre, el de las Navidades en la Villa 31, el austero, el mirado con sospechas por los cortesanos del poder (de cualquier poder).

No se dirá aquí que su muerte era inesperada; sobrevivió a duras situaciones en los últimos dos meses, y contrariando a sus médicos, evitó descansar para volver al ritmo frenético que ya su cuerpo no estaba en condiciones de acompañar. Y, al decir del anciano Cardenal Re, “volvió a la Casa del Padre”.

Se abre un enorme interrogante. No se faltará el respeto a las y los lectores de esta columna planteando “quiénes son los Papables”. Como dicen muchos, en el Cónclave “todos entran Papas y salen Cardenales”. Desde aquí solamente se dirá que hay 3 corrientes que se enfrentarán: el establishment, ligado a la Secretaría de Estado del Vaticano, con sólidos contactos dentro y fuera de Roma; los conservadores, enemigos acérrimos de Francisco -como lo fueron de Ratzinger-, y dispuestos a poner todas las trabas para que no haya otro “igual ni parecido”; y los reformistas, quienes también tienen divisiones (los que quieren acelerar, los que están conformes con la marcha actual, y los que creen que “habría que dejar de ganar enemigos de peso”).

Si se quiere una simplificación política, los reformistas tienen las de ganar, pues de 135 Cardenales votantes (los que tienen menos de 80 años), 110 fueron designados por Francisco. Pero salir a decir -como parecen hacerlo grandes medios “serios” de Argentina y del mundo- que el español, el filipino, dos romanos, un africano y hasta un argentino tienen posibilidades, es muy poco serio.

Si hay una organización que sabe dar el debate político y adelantarse a los tiempos, es la Iglesia Católica. No en vano se sostiene dos mil años con un sistema de elección lento, sin innovaciones, pero manteniendo en férreo secreto los debates -que los hay y muy fuertes- que se dan en cada Cónclave.

En esta ocasión, el Colegio de Cardenales comienza con el pie izquierdo: el Cardenal Angelo Becciu, condenado por la Justicia romana a 5 años de prisión por delitos vinculados a irregularidades financieras y abuso de poder, fue despojado del derecho a participar del Cónclave por Francisco. Muerto el Papa, ahora amenaza con que “los Cardenales votantes no serán 135 sino 136”. ¿Tormenta en el horizonte? Nada que no sea previsible. Este hombre, fiel exponente del “establishment” de la Curia romana, expresa al desprecio por las reformas y las decisiones superiores que ahora impugna. Más allá de lo que pueda suceder, que se presente esta situación cuando aún no está inhumado el Papa Francisco, evidencia hasta dónde pueden llegar los “infantes de marina” opuestos a los reformistas. Esa “marina de guerra” tiene una flota integrada por la Iglesia norteamericana (que no perdona que Francisco se negó a barrer bajo la alfombra las atrocidades sexuales de muchos de sus miembros), algunos brasileños, y las Iglesias francesa, alemana y romana.

Más allá de los nombres que, se repite, por respeto aquí no se darán, hay algunas certezas: es muy difícil que el Trono de Pedro vuelva a ser ocupado por el sector conservador. Francisco, un sabio jugador de ajedrez, se encargó de minimizar el peso de los Cardenales europeos frente a una avalancha de América Latina, África y Asia.

Juan Carlos Puig habría dicho que “para enfrentar al Centro de manera exitosa, la Periferia debe unirse”. Se insiste en que nada garantiza un resultado, pero tendrían que suceder cosas muy raras para que quienes hoy -en teoría- tienen 110 votos sobre 135, pierdan una votación que se gana con 90… aunque es bien sabido que la realidad suele reírse de las teorías.

Se sabe que habrá 4 votaciones diarias, dos por la mañana y dos por la tarde durante 3 días. El siguiente será de reflexión. Esto se puede repetir hasta 7 veces. Si luego de la 34ª votación no se logró mayoría, desde la 35ª se limitará sólo a los 2 más votados en la última. La Reforma de Juan Pablo II de la Constitución Apostólica permitió que los últimos 2 Cónclaves fueran cortos: 3 días para elegir a Ratzinger como Benedicto XVI, y 2 para ungir a Bergoglio como Francisco.

Los votos se queman junto con los químicos que permiten que la fumata sea negra o blanca. Y con ese humo también se evaporan los debates, pues el primer juramento en el Cónclave es el secreto de todo lo que se hable y se vote. Ninguna constancia quedará de los movimientos políticos -que los hay- internos, de las presiones sufridas y a sufrir por parte de grupos opuestos a la modernización y a profundizar este reencuentro de la Iglesia como estructura con la cristiandad “de a pie”. Francisco habló duro, claro y sencillo a los poderosos. Y la simpleza, muchas veces, duele (y no por estar desprovista de “buenos modales”).

Como corolario, el dolor de pertenecer a una sociedad que jamás valoró la profundidad que significó que desde Argentina una persona fuera quien promoviera los cambios más radicales en una estructura reacia a hacerlos; aquí se prefirió la mezquindad, los ataques y las desautorizaciones.

Tal vez, alguna de las nueve absoluciones que corresponde darle al Papa fallecido tendrían que caer sobre esta sociedad. O al menos a algunos que dispararon agravios pero luego buscan la foto, sin importar coherencias.

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