
Dijo Netanyahu que “he dado la orden de ocupar la ciudad de Gaza, en el marco de una fuerte presión sobre Hamas, para derrotarlos y liberar a los rehenes”. Los jefes militares le advirtieron que no estaban en condiciones de movilizar a un millón de civiles hacia refugios, controlar la ciudad, combatir a Hamas y rescatar a los rehenes.
Israel lleva casi 1.000 soldados caídos en lo que ya es el conflicto militar más largo de su historia. El actual Gobierno de Israel fracasó en incorporar a las Fuerzas de Defensa a los ultraortodoxos. Por ello, ya se evalúa la convocatoria a los reservistas, de Israel y del resto del mundo.
Como si lo que antecede fuera poco, la situación económica de Israel ha quedado debilitada luego de los ataques recíprocos con la República Islámica de Irán. Si bien los ataques contra el régimen de los Ayatollahs mejoraron la alicaída popularidad de Netanyahu, los costos de ello fueron más de lo que se estaba en condiciones de soportar.

El estado de la economía israelí, el desgaste de sus Fuerzas de Defensa, las internas en su Gabinete Nacional, la fuerte -y creciente- oposición política contra la ocupación de Gaza, son temas que también fueron aprovechados por Hamas. El movimiento terrorista dio largas a la propuesta de paz del enviado norteamericano -y que Israel había aceptado-, provocando otro desgaste de Netanyahu al endurecer aún más su posición. El domingo pasado, una monumental huelga paralizó al país tras la consigna “paren la guerra; traigan a los rehenes; el acuerdo está sobre la mesa”.
Pero Netanyahu sabe que retirarse de Gaza o apaciguar los ánimos pondrá en riesgo a su gobierno, pues los partidos religiosos y los ultras se retirarán de la coalición, dejándolo en minoría. De acuerdo a las normas constitucionales israelíes, en ese caso podría proponerle al Presidente una nueva coalición (¿se animaría a sumar a la izquierda pacifista?) o aceptar el riesgo de la disolución anticipada de la Knesset (Parlamento) e ir a nuevas elecciones generales.
Hamas sabe que la prolongación del conflicto sólo debilita la posición del gobierno de Israel; el endurecimiento de la ocupación en Gaza aísla cada día más a Israel ante el mundo. Y, lo peor, es que la población palestina, verdadero escudo humano de Hamas, es la que termina muriéndose, ya sea por el hambre o por los ataques israelíes.

Ahora Egipto y Catar volvieron a flexibilizar la posición de EEUU y presentaron una “alternativa” que fue inmediatamente aceptada por Hamas. Cuando Netanyahu fue consultado sobre si aceptaría la propuesta, se limitó a decir que “Hamas está bajo una presión atómica (sic)”. Pero detrás de esa evasiva, Netanyahu sabe que no puede prolongar este conflicto por más tiempo. Ya acepta que al menos 30 de los 50 rehenes en manos de Hamas están muertos. Y sus propios militares le advierten que continuar la ofensiva, ocupando la ciudad de Gaza, arriesga la vida de los 20 restantes.
¿En qué consistiría el nuevo acuerdo? Una tregua de sesenta días, la devolución de 10 rehenes vivos y los cuerpos de 18 más, y el ingreso de 600 camiones con alimentos y medicina. Israel debería detener sus ataques, permitir la ayuda humanitaria y liberar a varios presos palestinos en sus cárceles. No es fácil que Netanyahu pueda aceptar esta propuesta. Su gobierno exige “desarme de Hamas, reconocimiento de Israel, devolución de todos los rehenes y aceptar que no ejercerá más el gobierno de la Franja de Gaza”. Hamas sólo ofrece “tregua”. ¿Por qué? ¿No es que los palestinos buscan el fin de la ocupación? Sí, pero una cosa es el discurso de Al-Fatah, el partido político de Arafat y su sucesor Abu Mazen, laico, que aceptó la existencia de Israel a partir de los acuerdos de Oslo, y limita la acusación de “ocupación” a las colonias de Cisjordania y ahora a Gaza. Hamas, movimiento con discursividad religiosa inspirado en Hermandad Musulmana de Egipto, también pide el fin de la “ocupación”, sólo que en ese caso se refieren a todo el territorio dividido por la Resolución 181 de 1947. Es decir, el Estado de Israel es la “ocupación” que Hamas busca finalizar.

Cuando las partes no hablan el mismo idioma, cuando los objetivos son diferentes, cuando las bases políticas e ideológicas no son ni siquiera parecidas, hablar de un “proyecto nacional palestino” se torna al menos ilusorio. Y no porque desde esta columna se lo diga. Es que esas contradicciones dan alas a lo peor de la política israelí, aupadas por el hartazgo de una sociedad que ya descree de la palabra PAZ.
Esa, tal vez, sea la verdadera tragedia.
