
No es nuevo; la realidad no debería sorprender. De hecho, alguien como Richard Nixon llegó a vicepresidente luego de calumniar, injuriar y atacar a “comunistas” que jamás fueron tales. Su amigo, Joseph Mc Carthy (Wisconsin), utilizó sus diez años en el Senado para estigmatizar a toda persona que pudiera tener un pensamiento que hoy podría llamarse “progresista”.
Cayeron actores, actrices, periodistas, profesionales, diplomáticos y políticos. Mucha gente debió irse de los Estados Unidos so pena de un virtual destierro social o, lo que es peor, la cárcel bajo cargos de espionaje o traición.
Pues bien, ahora la nueva ola ultraderechista que se cierne como una tormenta de granizo sobre gran parte de Occidente, está en la misma línea. Los discursos que se escuchan en las periódicas reuniones de la llamada CPAC (Conferencia Política de Acción Conservadora) son una clara muestra de ello. Este grupo -al cual adhiere fervientemente el Presidente argentino-, está integrado -entre otros- por partidos extremistas, xenófobos y racistas como vox de España, el Fidesz de Hungría (de Orban), AfD de Alemania (neonazis), Hermanos de Italia (Meloni), Partido de la Independencia del Reino Unido (Nigel Farage), el Partido Republicano de Chile (Kast), Reagrupamiento Nacional de Francia (Marine Le Pen), Reconquista (Eric Zemmour, también de Francia), el movimiento MAGA de Trump, y personas como Elon Musk, Steve Bannon, así como el Movimiento del Rifle de EEUU.

El asesinato del joven “influencer” trumpista Charlie Kirk, abrió la puerta para que Trump y el Gobernador de Utah salieran a pedir la pena de muerte para el supuesto asesino, así como empezar a escuchar que la culpa de todo la tienen los “Demócratas, que ahora se convirtieron en un partido radical pro terrorista”. Sí, lo que se lee. A esta locura se sumó el Vicepresidente Vance, un provocador profesional y mucho más peligroso que Trump.
Pero en el resto del mundo “ultra”, hay más manifestaciones; el Presidente argentino se mofa de la socialdemocracia y apoya la perimida teoría de que la sexualidad es binaria y el único criterio para analizar el tema es el biológico; sostiene que los Derechos Humanos “son un curro” (como dijo alguna vez Macri y sostiene la eterna e incombustible Patricia Bullrich), y siente que hay una “guerra cultural por la civilización occidental”, para lo cual hay que eliminar a opositores que sostengan ideas diferentes. Tal vez allí radique el odio militante contra las universidades, el Garrahan, los discapacitados y la clase pasiva.

Donald Trump, amparado en una anquilosada Carta de las Naciones Unidas, que convierte a su país -y a otros cuatro- en eternos impunes, se siente con derecho a legitimar guerras ajenas, aunque estén peligrosamente cerca de violentar las más elementales normas de la guerra y constituyan crímenes de lesa humanidad. De hecho, Netanyahu sólo puede mostrar al mundo la espalda cuidada por Trump y Rubio. Y ese respaldo le alcanza para seguir adelante con la destrucción en Gaza, que va mucho más allá de terminar con Hamas.
El matutino “La Vanguardia” publica lo siguiente: “El 82% de los israelíes apoya la expulsión de los palestinos de Gaza, según una encuesta de la Universidad de Pensilvania publicada en marzo. El 47% está, asimismo, a favor de matarlos a todos, como hizo Josué al conquistar el Jericó bíblico.

“…Un sondeo del Instituto Democrático de Israel de finales de julio aseguraba que al 79% de los judíos israelíes no les preocupa nada la suerte de los palestinos en Gaza. Sólo el 6% pide la paz por “el alto coste en vidas humanas” que ha tenido la guerra. El 74%, según una encuesta del Canal 12, quiere un alto el fuego no como vía hacia la paz con los palestinos sino para liberar a los rehenes en poder de Hamas”.
¿Sorprende? Para nada. En un mundo donde Europa carece de una voz coherente y rápida frente a estímulos externos como guerras o aranceles, Trump monopoliza una especie de “verdad cultural revelada”, que sirve inclusive para que NADIE le cuestione los crímenes en el Caribe, disfrazados de “guerra contra el narcotráfico”.
Bombardeos sin comprobar cargamentos, acusaciones sin pruebas, ejecuciones sin órdenes judiciales, la presencia de flota de guerra…¡pero sin declarar la guerra! Las garantías de las Convenciones de Ginebra son hoy papel mojado.

Nuevamente se está asistiendo a una verdadera persecución ideológica a nivel global. Pero esta vez, rodeada fuertemente del odio militante que la fuerza de medios hegemónicos que utilizan a los poderes políticos como marionetas legitimadas cada 4 años les ordenan ejecutar.
Pese a que todo esto pueda parecer desmoralizante y pueda animar a bajar los brazos, cabe recordar a Alcira Argumedo: “una de las características de nuestros pueblos es la memoria de resistencia”.
