La paz, palabra prohibida
en la Franja de Gaza
7 de Octubre de 2023. El movimiento de resistencia palestino Hamas, que gobernó de facto la Franja de Gaza, se aprovechó de las divisiones políticas por las que atravesaba Israel y atacó una serie de poblaciones y kibutz de ese país. El saldo, 1.189 israelíes muertos y 251 rehenes.
El Israel que Benjamin “Bibi” Netanyahu gobernaba en su sexto período, estaba profundamente dividido ante una serie de proyectos que, pese al pomposo nombre de “Reforma Judicial”, solamente buscaba la manipulación política desde la Knesset (Parlamento) de eventuales condenas que él, su esposa y su hijo van camino a tener por corrupción.
Gran parte de la población salía sistemáticamente todos los sábados a las calles para manifestarse contra el proyecto, que claramente serviría para politizar un Poder Judicial que hasta ahora ha sido el único freno para los militares y los gobiernos de extrema derecha. Esa “reforma” iba a permitir que la Knesset decidiera políticamente qué causas judiciales debían caducar y cuáles continuar investigándose.
En este contexto, hay fuertes sospechas de que Netanyahu pidió a los servicios de inteligencia y a las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel), que se preocuparan por controlar y vigilar a la oposición. Según versiones, Irán sabía de esto y en una reunión en akgosto que habría tenido lugar en Beirut, un alto militar de las Guardias Republicanas informó de la debilitación en los controles fronterizos norte (Líbano) y sudeste (Gaza). A partir de allí, la historia ya no es tan clara.
Que el movimiento terrorista Hamas tuvo pleno conocimiento de todo esto, ya no hay dudas; que Netanyahu hubiera sido informado previamente, tampoco. Efectivamente, se sabe que el Mossad conocía que el líder militar de Hamas, Yahya Sinwar, estaba obsesionado con provocar un ataque “demoledor” contra Israel. Sin embargo, “Bibi” decidió quitar controles para salvaguardar sus proyectos políticos y reprimir a la oposición.
Y pasó lo que pasó. El 7 de Octubre, las FDI, el Ministerio de Defensa, el de Interior y el Primer Ministro se enteraron por televisión de lo que estaba sucediendo. El Gobierno de Netanyahu reaccionó tarde y con exasperante lentitud. No obstante, un Gobierno aquejado políticamente logró una pausa con la oposición, que se unió al reclamo de “terminar con Hamas”. Y así lo planteó por TV y frente a la Knesset: “han cometido un error. Israel jamás buscó las guerras, pero no les teme. Se van a arrepentir de lo que hicieron”, bramó el Premier.
Y comenzaron los bombardeos, tema del cual ya la prensa ha hablado y seguramente todas y todos saben qué ha pasado. Hasta que en Mayo del 2024, un Biden devaluado exigió a “Bibi” que aceptara un cese del fuego y que negociara la devolución de rehenes a cambio de liberar presos palestinos. Netanyahu esperó hasta que las presiones fueron insoportables; a las de Biden se sumaron las de la Unión Europea y las del flamante Presidente Trump. Conclusión, en Catar Netanyahu aceptó lo que había rechazado nueve meses atrás.
El problema es que ese acuerdo significaba la muerte política de Netanyahu. La sociedad israelí, profundamente dividida, exige la devolución de los rehenes, pero entiende que el precio pagado, un cese del fuego donde la segunda etapa implicaría retirar los soldados de las FDI y devolverle el poder a Hamas en la Franja, es demasiado alto. Además -se preguntan-, ¿para qué luchamos 15 meses prometiendo destruir a Hamas si ahora les devolvemos el control de Gaza? Y aparecieron las diferencias en un gabinete controlado por las minorías extremistas religiosas. El primero en renunciar fue el Ministro del Interior Ben-Gvir. Y Netanyahu quedó con los números al límite. Si un solo partido más se retiraba de la coalición, su Gobierno caería.
Y la amenaza fue planteada por otro extremista religioso, el Ministro de Finanzas Smotrich. “Si usted avanza con la segunda etapa del cese de fuego, nos retiramos del Gobierno”. Era obvio que frente a ese panorama, Netanyahu sabía -sabe- que su supervivencia política depende pura y exclusivamente de dinamitar el cese de fuego, volver a atacar Gaza -pese al riesgo de que los rehenes aún en poder de Hamas sean asesinados-, y cumplir la orden de Trump: “¡convierta usted esa Franja en un infierno!”
Alguien dirá que eso se veía venir; que Netanyahu jamás quiso pactar con Hamas, y menos a cuesta de su propia estabilidad política. Pero su herramienta de supervivencia, a no dudarlo, tiene enormes costos, internos y externos: internos, el riesgo de que una sociedad cansada lo responsabilice por el incierto destino de los rehenes; externo, porque este conflicto convirtió a Hamas en “la voz auténtica de los palestinos” frente a gran parte del mundo árabe. Y esto, de por sí, ya es más que preocupante.
Alguna vez el mundo palestino deberá hacer una profunda reflexión, y reconocer que cometió el tremendo error de no aceptar un acuerdo con el único Gobierno que quiso hacerlo, el de Ehud Barak (Laborista).
Pero, al igual que por estas pampas, las mezquindades internas movieron la negativa de Arafat. Él ya no está para ver los despojos de un proyecto que ya no respira, el de los dos Estados. Sólo resta saber cómo terminará el “proyecto Trump”: revitalizar la propuesta de devolver Cisjordania a Jordania, y que Israel absorba Gaza (pero sin palestinos).
Como dijo el ex Canciller Shlomo Ben-Ami, “los palestinos jamás pierden oportunidades de perder oportunidades”.
