La sangre vuelve a Siria (o jamás se fue)

Aunque podría decirse que era esperable, la verdad es que las principales potencias occidentales apostaban a la “moderación” del flamante liderazgo sirio del movimiento Hayat Tahrir Al-Sham (Organización para la Liberación del Levante). El Presidente interino, Ahmed Al Shara ha hecho llamamientos a la “unidad del pueblo sirio” y a “terminar con todo tipo de violencia”; pero al parecer las palabras no se ajustan con los hechos.

La semana que pasó, grupos remanentes del ex Presidente Bashar Al-Assad en las regiones occidentales de Tartus y Latakia produjeron atentados contra miembros de las tropas gubernamentales del HTS, que respondieron con inusitada brutalidad. La explicación oficial da cuenta de que solamente llevaron adelante una “operación para eliminar grupos terroristas” en esas localidades; la verdad parece estar indicando que, si bien es cierto que los ataques guerrilleros existieron, las fuerzas oficiales encontraron la excusa ideal para llevar adelante un ataque a gran escala contra la minoría alauita, a la que pertenecía la jerarquía depuesta el pasado 8 de Diciembre.

La información de Human Right Watch menciona más de 1.300 muertos, en su mayoría civiles. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos denunció ejecuciones sumarias, persecuciones y asesinatos a civiles desarmados. El Observatorio Sirio de los Derechos Humanos denuncia, asimismo, que el régimen de Al Shara podría continuar la matanza hacia minorías drusas y kurdas. Pero la Turquía de Erdogan advirtió a quien quisiera escuchar que “no permitirán condenas al nuevo Gobierno sirio, porque solamente estaban rechazando a terroristas”. Sí, la Turquía de la OTAN avalando la brutal respuesta sectaria del nuevo régimen sirio.

Hasta acá la información meramente periodística. Pero, ¿qué hay detrás de este complejo tablero de ajedrez geopolítico? Debe recordarse que lo que en su momento se inició como una guerra civil intra estatal producto de la desproporcionada represión de Al-Assad a opositores y la fractura del Ejército ante ello, motivó el involucramiento de Turquía -en apoyo de los opositores- y de Rusia -en apoyo de Al-Assad-, lo que transformó un conflicto interno en uno internacional.

Con el paso de los años -que se transformaron en una década-, más de medio millón de muertos civiles y millones de desplazados eran la imagen de la catástrofe humanitaria de la destrucción del conflicto. Desde Líbano, los shiítas de Jizballah -apoyados por los persas iraníes-, sostuvieron a Al-Assad hasta diez días antes de su caída. Y en el oriente del devastado país, milicias kurdas -apoyadas desde Turquía-, hicieron retroceder a las fuerzas de DAESH (el mal llamado ISIS).

Tamaña ensalada vio también a un Israel que seguía de cerca la crisis, particularmente procurando evitar que las tropas gubernamentales se acercaran al Golán. Pero, pese a todo, para Israel Al-Assad era un “enemigo confiable”, y no veían con buenos ojos un cambio de régimen (que, casi con seguridad, podría agregar mayor inestabilidad a la región).

La caída de Al-Assad dio argumentos a Israel para realizar más de 200 bombardeos (en 3 días) a bases militares sirias con la excusa de que “no iban a permitir que las fuerzas irregulares se apropiaran de las armas del gobierno derrocado”. La verdad es otra: Israel le estaba “marcando la cancha” al nuevo gobierno, advirtiéndole que seguía bien de cerca la evolución de la crisis política.

Tres meses después de la caída del partido Baaz, los otrora miembros de la versión siria de Al-Qaeda han estabilizado el país (más por desistimiento de los diversos grupos combatientes que por mérito “pacificador” del HTS). Pero el fuerte apoyo de la Turquía de Erdogan al nuevo régimen sirio abrió varias puertas, a saber: el ilegalizado movimiento kurdo PKK de Turquía anunció que dejaba las armas y se abría al diálogo con Ankara; como consecuencia, los kurdos sirios declararon su voluntad de “unirse a la reconstrucción de Siria”. Pero, ¿fue por convicción o porque el nuevo contexto de un Trump cortejando a Putin les indicaba que Rusia se olvidaba de sus aliados? Nunca podrá saberse a ciencia cierta.

Pero lo que sí se puede palpar es que el HTS no llegó para gobernar con todos los sectores internos de Siria, y pese a que puede reconocerse que el régimen de Al-Assad no persiguió por pertenencias religiosas, ahora ese riesgo parece estar convirtiéndose en realidad. Más de 530 alauitas asesinados y las amenazas que originaron la huida de otros tantos de las poblaciones de Tartus y Latakia, llevaron a Israel a amenazar a Damasco con nuevos bombardeos si las minorías drusa y kurda eran atacadas por el nuevo Gobierno.

Delicados equilibrios políticos internos son manipulados irresponsablemente por manos traviesas y aviesas externas, cuya partida no se juega a favor de la golpeada población siria, sino tratando de acomodar el cuerpo ante los cambios de humor de las principales potencias.

Una vez más, el lamentable juego de poder internacional garantiza la violación de Derechos Humanos en un país (que, una vez más, es Siria); y una vez más, los titiriteros de la violencia quedarán impunes, y casi que actuando el papel de aspirantes al Nobel de la Paz.

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