¿Qué política exterior quiere Milei?

En política no se puede improvisar (aunque demasiados lo hacen). Pero si hay un área de la política donde la improvisación y los errores se pagan demasiado caro es en la política exterior. Una de las cosas más importantes cuando se habla del tema es qué tipo de inserción internacional está buscando un país, y cómo se plantea lograrlo. Argentina hace rato que se va a la banquina en ambas cuestiones.

Desde la organización nacional, Argentina pasó por varios intentos de inserción internacional (que, en definitiva, sirven para ser tenidos en cuenta): la Inserción Excluyente, caracterizada por el vínculo único con el Reino Unido, la Inserción Débil, que tenía como nota principal el error de percepción sobre el mundo, y la Inserción de Coyuntura, que desde la restauración democrática implicó ir detrás de los hechos internacionales, antes que preverlos.

Pero luego de los ensayos de Menem y Macri (“relaciones carnales”, en el primer caso y “relaciones maduras”, en el segundo), ahora Argentina se encuentra ante una situación que bien podría llamarse “relaciones de vasallaje”. Se pudo apreciar claramente cuando el año pasado decidió viajar a Ushuaia para encontrarse con Laura Richardson, la jefa del Comando Sur de EEUU (sí, el Presidente fue adonde estaba ella) el mismo 2 de Abril, día del Veterano de Guerra y de los Caídos en Combate en las Islas Malvinas. Este año volvió a encontrarse con las autoridades militares de EEUU luego de un lamentable discurso donde no condenó la ocupación británica, no reclamó la soberanía, no mencionó al Reino Unido (como si Malvinas estuvieran ocupadas por selenitas) e hizo un virtual reconocimiento del derecho de autodeterminación de los isleños.

El Gobierno del Presidente Milei ha optado por un alineamiento pueril y sobreactuado que llegó al extremo de manifestar su deseo de que Argentina sea miembro de la OTAN como “socio global” de los Estados Unidos, cuando se encuentra en el Atlántico Sur y sus intereses esenciales permanentes se encuentran bien lejos de los de la Alianza Atlántica.

Desde que llegó a la Casa Rosada, Milei se enfrascó en posicionar a China como una amenaza para el desarrollo y la integridad nacional de Argentina, desesperándose por ser considerado un aliado fundamental para Washington y, de manera más que incomprensible, por Israel (poniendo en riesgo las históricas buenas relaciones que se tuvieron con casi todos los Estados del llamado Oriente Medio). Pero poco se preocupó por el destino Atlántico de Argentina, su debilidad real frente a una potencia que ocupa parte del territorio de manera ilegítima y su proyección antártica.

De a poco fue dejando de lado los históricos intereses esenciales permanentes del Estado argentino. Sin dudarlo, metió al país en la lógica de los intereses nacionales de Estados Unidos: se prestó a facilitar la estrategia norteamericana para bloquear a China en los mares del sur, asistiendo -y asintiendo- a las denuncias de los jefes militares de EEUU sobre la “pesca ilegal en el Atlántico Sur” (refiriéndose a China), pero manteniendo silencio frente a la depredación ictícola de los aliados de Washington, como Corea del Sur, Taiwán o España (todos partícipes de las ilegítimas cuotas de pesca otorgadas por el no menos ilegítimo Gobierno de las islas).

El Gobierno argentino ha decidido sumir al país y a su política exterior en lo que le gusta llamar la “batalla política y cultural”. Más allá de lo preocupante que se ha tornado el debate político (o la inexistencia de él) donde abundan las descalificaciones, los destratos, las amenazas y los castigos -pero no los proyectos-, Argentina ha optado por un camino internacional que desde lo técnico se llama “proxy”, cuyas características son que el hegemón (Estados Unidos), en lugar de enfrentarse directamente con potencias o grupos adversarios, utiliza a terceros (proxy) para luchar en su lugar. Esto, como puede verse, dista de las “relaciones carnales” de Menem, donde pese a la poca dignidad de la expresión, Argentina buscaba obtener beneficios de esa relación. En este esquema, Argentina sólo puede asumir costos.

Y, como si todo lo que antecede fuera poco, se renuncia a las políticas de apoyo a la industrialización en la Patagonia y Tierra del Fuego, herramientas esenciales para reforzar el poblamiento de una región estratégica por su litoral marítimo, su proximidad a la conexión bioceánica y su cercanía con los territorios ocupados por una potencia extracontinental. Si se unen todos los elementos mencionados se estará en presencia de una lamentable abdicación de los intereses esenciales permanentes del Estado argentino.

Ojo con este tema, porque como se dijo al principio, los errores en política exterior se pagan demasiado caro, y no se revierten en poco tiempo. Ojalá en algún momento la sensatez vuelva a habitar en Balcarce 50.

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